|Capítulo 5| Cita. Parte 2

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La rosa de Astriria es completamente rara y muy difícil de conseguir. La leyenda cuenta que nace una cada cien años, y que contiene un poder inconcebible para quien la porte. Crece en las tierras heladas de Kanut, justo en el pico más alto de sus montañas, un viaje hasta ahí es la muerte misma y quien vuelve con la rosa en mano generalmente termina muriendo al bajar las montañas. Es como si la flor no te permitiera irte con ella a cuestas.

Había crecido con la leyenda, viendo imágenes en los diarios de clase, pero nada le hacía justicia a lo que tenía delante.

Sus pétalos parecían hechos de vidrio o cristal mágico, la luz del sol chocaba contra el centro y los colores del arcoiris se reflejaban sobre los pétalos, moviéndose de un lado al otro como si tuviera vida. El tallo parecía bañado en oro, unas pequeñas hojas salían a los lados, también de color dorado. Tenía el tamaño de una rosa normal y no vi ninguna espina. Envolví los dedos alrededor del tallo asegurandome de no aplastar las hojas y llevé la nariz hacia el centro, olisqueando.

Olía a... Dulce; azúcar, caramelo, golosinas, los pastelitos de frutas de la abuela Amonette junto a un ligero aroma océanico que me hizo sonreír. Si, olía a todas mis cosas favoritas. Dicen que el olor es distinto para cada persona, no lo entendía hasta ahora.

-Es preciosa -susurré alzando los ojos hacia Venecio ¿En qué momento nos habíamos acercado?

Su cuerpo estaba a unos centímetros del mío, no estábamos lo suficientemente cerca como para tocarnos, pero para mi era muy cerca. De hecho incluso podía sentir un suave olor picante que cosquilleó en mi nariz, y supe que era el olor característico de Venecio. No me desagradó en absoluto, de hecho me encontré a mi misma queriendo hundir la nariz en su cuello para seguir olfateandolo como un animal.

-Entonces... ¿Me perdonas, Piper?

Salí de mi pequeño trance y asentí fugazmente. Ya no tenía sentido seguir enojada con él, se había disculpado y además me había regalado algo casi imposible de conseguir. Hasta donde tenía uso de razón nadie tenía una rosa de Astiria en la familia, apuesto a que mamá se desmayaría en cuanto la viera.

Diablos, ahora quería ir a casa pura y exclusivamente para ver su expresión de sorpresa.

-Si, estás perdonado.

Me regaló una sonrisa, enseñando las perlas blancas que se escondía bajo esos mullidos labios. Los afilados incisivos asomaban brillantes en su mandíbula como un fae orgulloso y por un momento el recuerdo de ciertos colmillos centellaron en mi memoria, tensándome.

Me ofreció el brazo como un auténtico caballero y tuve que darles puntos extras a los Gasten por la caballerosidad. Nadie se había molestado en ser cortés o siquiera dirigirme la palabra a no ser que sea una insinuación por parte de mi madre o para molestarme como hacía Ingrid y su grupito de idiotas.

Mientras avanzabamos hacia el interior del teatro con Valdemar a la cabeza, sentí a Venecio inclinarse hasta que su boca quedó a la altura de mi oído.

-Y permítame decir que se ve increíble en ese vestido -su aliento caliente me erizó y mis mejillas enrojecieron.

Pensé que diría algo más, pero se enderezó y entramos al teatro, avanzando por un pasillo con paredes rojas llenas de carteleras sobre las próximas obras. Luces tenues colgaban sobre nosotros, lo mínimo para poder distinguir nuestros rostros pero nada más.

La bruja de Blackens | #0 |+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora