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Valentín se sentía más que conforme con el progreso que estaba haciendo con Gaia. Pasó toda la semana dándole pequeños signos de interés: la saludaba, le sonreía, la hacía reír, le guiñaba el ojo, pero ese fin de semana se le daba la oportunidad para poner en marcha la primera parte del plan: darle un beso.

Afortunadamente, en la noche del domingo todos sus compañeros iban a hacer la primera fiesta del año. Suponía que con ella tenía que ir despacio, dudaba que fuese de las que se copan con un rapidito en el baño.

Eran las 23:00 cuando se miró al espejo analizando su aspecto. Su papá, que pasaba por el pasillo, asomó la cabeza por la puerta para aportar un "hijo de tigre".

Valentín vació la mochila escolar con el fin de darle espacio a lo que realmente importaba esa noche: las botellas de alcohol que esperaban en el frizzer. Después de guardar todo a escondidas, se despidió de su familia y salió rumbo a encontrarse con sus amigos.

Llegaron al quincho que habían alquilado para la ocasión. Era feísimo, las paredes estaban negras por la humedad, pero pensó que al menos drogado no lo iba a notar.

Buscó a Gaia con la mirada mientras caminaba hasta la cocina, pero no vio señales de la chica, e inmediatamente se bajoneó un poco, pensando que si la chica había decidido quedarse en su casa iba a tener que idear un plan B para besarla.

Abrieron una ventana en la cocina y se pusieron a fumar mientras charlaban, pero Valentín estaba en otro mundo, miraba la entrada constantemente para ver si ella aparecía. Y apareció. Iba detrás de Malena sosteniendo cuatro botellas contra el pecho y haciendo malabares para que no se le caigan. Él se acomodó el pelo y se separó de su grupo para acercarse a ella, que estaba concentrada en dejar las cosas en la mesa con cuidado.

—A ver, te ayudo —dijo sacándole uno de los envases.

Ella lo miró y se sonrojó al instante, sonriéndole.

—Gracias —dijo despacito, él apenas pudo escucharla debido a la música que retumbaba en el salón.

—¡Ay, ella! Se puso roja —se burló Malena con malicia. Gaia enrojeció aún más mientras arrugaba las cejas y bajaba la vista a las bebidas para empujarlas al centro de la mesa.

—Vos también estás roja —dijo el varón mirando de arriba abajo a Malena— Y chivada.

Le molestó el comentario que le había hecho a Gaia, así que, si ella no le iba a contestar, él sí. Total, siempre le había caído como el orto, era una agrandada.

Malena lo miró mal y volvió la vista a la mesa para empezar a prepararse un trago. Él rodó los ojos y puso su atención en Gaia, que se mordía los labios con nerviosismo.

—¿Dormiste siesta? —se cacheteó mentalmente, ¿Qué clase de pregunta era esa?

—¿Qué? —dijo confundida.

—Digo, por la joda. De acá nos vamos directo al cole.
—Ah, no —contestó sonriendo—, voy a ver si aguanto y sino, me voy a mi casa.

—Sí, estoy en la misma. Aparte ¿Sabés qué tengo mañana a primera hora? ¡Física! —soltó indignado.
Ella se rió y él le miró la boca. Notó por primera vez que tenía unos dientes muy parejos y los labios paspados pero gorditos. Le gustó.

—Gaia, vamos —dijo Malena parada a su lado con un vaso en la mano. Ella hizo el amague para seguirla, pero él le agarró la muñeca.

—¿Te quedas conmigo mientras me preparo algo de tomar?

Lo miró titubeante y después miró a Malena por unos segundos hasta que ésta murmuró un bue y se fue ofendida. Valentín chasqueó los labios, ¿Qué se creía? ¿La dueña de sus amigas?

—¿Vos qué querés tomar?

—No sé, nunca tomo.

—¿Alguna vez te pusiste en pedo?

Ella negó avergonzada y eso le causó ternura.

—No pasa nada, algo suave entonces.

Mientras le servía un vinito Frizzé —lo más liviano que encontró—, se dedicó a contarle con lujo de detalles cómo fue la primera vez que él se emborrachó para hacerle olvidar la vergüenza que le había causado con la pregunta anterior. Ella abrió grandes los ojos y se tapó la boca con las manos cuando le contó que aquella vez se cayó sobre su propio vómito. Gaia se rio fuerte y él la siguió por lo contagiosa que era su risa.

Ya con los tragos listos se dirigieron al salón donde las luces estaban apagadas y unos cuantos adolescentes bailaban al son de La Champions Liga. Se encontraron con las otras dos amigas de Gaia, iban de camino a la cocina a buscar algo de tomar. Le dijeron algo a Gaia en el oído y ella negó con la cabeza mientras giraba los ojos.

Quedaron solos en aquel tumulto de adolescentes chivados y alcoholizados, él le agarró la mano conduciéndola al centro de la pista, donde le sonrió y se puso a bailar invitándola a seguirle la corriente. Le costó soltarse, pero de un momento a otro Gaia se encontró bailando libremente y riéndose de los chistes malos de Valentín a carcajada limpia.

Él buscó con la mirada a sus amigos, que por casualidad también lo estaban mirando desde una esquina bailando en rondita. Se reían y le levantaban el pulgar, Valentín les hizo un gesto obsceno y siguió bailando.

Tuvieron que separarse cuando una de las amigas de Gaia vomitó y ella tuvo que llevarla al baño mientras él limpiaba el desastre que había quedado en medio de la pista. La chica le sonrió y le agradeció muchas veces, aunque a Valentín le hubiera gustado que le agradezca con un beso. Por la apuesta, claro, no porque sus labios le resultaran increíblemente llamativos.

Volvió con su grupo de amigos, que lo recibió empujándolo y cargoseándolo para que contara cómo le había ido.

—¿Y?

—¿Ya te la comiste?

—¿Cómo chapa?

Él giró los ojos.

—Todavía no.

Lo jodieron el doble, pero terminó riéndose con ellos y se distrajo bailando y tomando.

Al rato se fijó la hora, las 3:05. Recorrió el salón con la mirada buscando a Gaia, no la veía a simple vista así que empezó a caminar para encontrarla. Estaba poniéndose de malhumor creyendo que se había ido cuando Tobo le tocó el hombro.

—Está afuera, vengo de ahí —dijo guiñándole el ojo.

El aire fresco le pegó en la cara y le disipó el malhumor en segundos. En lo más bajo de la escalera que subía hacia donde él estaba se encontraban Gaia y sus amigas. Bajó con cuidado, estaba entonado y fumado, lo último que quería es que ella y el resto de los que estaban afuera lo vieran partirse la jeta contra el cemento. Lula e Ivana lo vieron llegar y le sonrieron, haciendo que Gaia se gire y le dedique una sonrisa nerviosa; él se sentó a su lado.

—¿Qué onda, muchachas? ¿Ya estás mejor, Lula?

—Sí, sí, como nueva, gracias. ¿Me acompañas adentro, Ivi? Pienso quebrar al menos tres veces hoy.

Ellos rieron y, mientras las chicas se iban, Valentín notó las miraditas cómplices que le dieron a Gaia. Le causó gracia lo obvias que eran. Ella se abrazó las piernas y miró al frente. Valentín inspeccionó el lugar donde estaban.

—Che, es un asco esto, todo lleno de basura. Ahí entre los yuyos debe haber un ejército de ratas.

Ella lo miró alarmada y en un acto inconsciente se acercó más a él, casi pegándose.

—Ay, no me digas eso.

—¿Te dan miedo las ratas? —preguntó divertido.

—Odio hasta la palabra, es una fobia —dijo mirando para todos lados asustada. Él se rio fuerte.

—¿Cómo puede ser que te de miedo la palabra?

—De verdad, lo decís y me agarran escalofríos, me pongo paranoica.

Empezaron a hablar de fobias y de sus infancias. Valentín descubrió que la timidez de Gaia no era más que una máscara, una muy pequeña muestra de lo que era como persona, porque una vez que entró en confianza con él, no paró de hablar y reírse hasta que tuvieron que pararse para no ser aplastados por una horda de adolescente alcoholizados que venían bajando por las escaleras. Se miraron confundidos y él sacó el celular para ver la hora. Alzó las cejas, sorprendido.

—¿Qué hora es? —preguntó Gaia bajando las escaleras con los demás.

Valentín le mostró la pantalla que marcaba las 4:49, el quincho se entregaba a las 5:00. La charla los había distraído y el tiempo se les pasó volando.
Las amigas de Gaia se acercaban a ellos, Ivi traía la mochila de la chica en una mano.

—Uh, mi mochila —dijo él acordándose de que la última vez que la había visto fue en la cocina.

—¡Acá está, Valentín! —escuchó que le gritaban. Se giró para ver a sus amigos que lo miraban divertidos, Martín sostenía su mochila. Suspiró aliviado.

—Ahora vengo —le dijo a Gaia, ella le sonrió.

—Tranqui.

Caminó hacia sus amigos, pensando en lo que acababa de decir.

No tiene mucho sentido que vuelva ¿no? Total, hoy ya no tengo chances de darle un beso.

Sin embargo, agarró la mochila que le tendía su amigo, le agradeció y antes de que le preguntasen algo, se dio la vuelta y volvió a caminar hacia Gaia. Antes de que todos bajaran por las escaleras, ella estaba contándole una situación muy graciosa que le sucedió cuando era chiquita y él se había quedado con la intriga de saber cómo terminaba la historia.

Con el cielo empezando a aclararse, el grupo emprendió el camino hacia el colegio. Valentín averiguó que Gaia no tenía papá, se había ido cuando ella era bebé. Tenía dos hermanos más grandes, pero ya no vivían en su casa. Él le contó que sus papás eran músicos y que Manuel, su hermano, tampoco vivía con ellos.

Cuando llegaron al colegio Valentín sacó los lentes de sol de la mochila, lo ponía de malhumor tanta luz por la mañana. Gaia bostezó.

—¿Nos tiramos por ahí? —ella asintió.

Cruzando la calle había una plaza, la mayoría de los pibes ya estaban ahí desparramados en el pasto, demacrados. Se acercaron a Lula e Ivana y buscaron algún lugarcito libre, por suerte los árboles daban sombra a casi todo el lugar. Valentín acomodó la mochila para que le sirva de almohada y se acostó, las chicas lo imitaron, pero Gaia se quedó sentada, llevaba el joggin en vez de la pollera así que podía sentarse sin preocuparse por que se le viera algo.

—¿No te vas a acostar?

—No, después no me voy a querer levantar.

—¿Entonces puedo apoyar mi cabeza en tus piernas?

Lo miró sorprendida, pero asintió estirando las piernas. Él se acomodó y puso la cabeza en uno de sus muslos, cerró los ojos y tanteó en el aire hasta encontrar el brazo de la chica y agarrar su mano para llevarla hasta su propio pelo.

—Haceme mimos, Gaia —murmuró.

Ella sonrió y le acarició los mechones de pelo con timidez recibiendo miradas y señas silenciosas de parte de las chicas. Valentín no supo cuánto tiempo pasó, pero se perdió en la charla que ellas mantenían y, cuando estaba empezando a babear por el sueño en el que estaba entrando, su voz lo despertó.

—Valentín, están abriendo el colegio.

Él se quejó un poco, pero se enderezó somnoliento.

—No me digas Valentín, parece que estás enojada conmigo —dijo con un puchero mientras la ayudaba a pararse.

—¿Y cómo te digo? ¿Wos? —preguntó divertida.

—No, decime Valen.

Corazón • 𝒘𝒐𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora