Capítulo 2

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Hace un año venia a terapia. Mi madre luego de enterarse de lo que había pasado se puso a buscar como loca alguien que me ayudara. Nuestra relación había mejorado. Estaba lejos de ser mi confidente, dudo que algún día tenga la capacidad de tener esa confianza con alguien.

Como cada vez al salir de la consulta, me dirigí al ascensor, estaba en el decimo y último piso del edificio. No iba a utilizar las escaleras. Al bajar y salir del lugar, hice mi rutinaria llamada a mi madre.

-Ya salí – dije sin mucho ánimo, me gustaba caminar escuchando música que hablando por teléfono.

-¿Cómo te fue?

-Bien, ya estoy de camino al metro.

-Ya, me avisas cuando llegues a la casa.

Y corte, usualmente nuestras conversaciones eran más largas. Ese día mi mente necesitaba perderse en los acordes de alguna canción. Me esperaban diez cuadras caminando y otros cuarenta minutos de viaje. Busque algo que me interesara en Spotify, tenia ganas de soltar mi ira inexplicable. Asiqué me decidí por My Demons – STARSET.

Al llegar a casa, cambie mi expresión por una alegre. Así evitaba que me hicieran preguntas y de ser la alegre hermana mayor que se merecía mi hermano. Me encargue de él casi desde que nació. Mi abuela no podía cuidar a dos bebes al mismo tiempo y mi primo ya necesitaba bastantes cuidados. No me molestaba, creo que si no hubiera nacido mi vida sería muy distinta. Claro, tuve que crecer bastante rápido, aprendí a cocinar, mudar, calmar a un bebe, lo llevaba en coche al supermercado. La principal misión que tenía era que sintiera a alguien dispuesto a escucharlo y a cuidarlo. No quería que fuera como yo. A medida que fue creciendo me fui adaptando a lo que necesitaba, o quizás a lo que yo necesitaba a su edad.

-Hola enano – dije al verlo que estaba en su cuarto con el celular - ¿Cómo te fue en la escuela?

-Bien – a veces no era muy comunicativo, tampoco lo presionaba.

-¿Algo interesante que haya pasado? ¿tienes tarea?

-No – bueno, creo que hoy no está de buen ánimo.

-Okey – le di un beso en la cabeza – yo si tengo tarea, estaré en mi cuarto si necesitas algo.

Insistí un año para que fuera a terapia, hasta que en unos de sus arrebatos de rabia, nuestra madre se convenció. Desde entonces ha progresado. Adaptarme a un niño con autismo no fue difícil. Lo fue el adaptar a mi familia. Estaban acostumbrados a mi forma de ser, tranquila y callada. Alguien que gritara y no quisiera algo, para ellos era desobediencia que se arreglaba con gritos, cosa que empeoraba la situación. Siempre aguante gritos y a veces golpes, no lo iba a tolerar frente mi hermano. Por lo que tomé las riendas y comencé a rebelarme. Ya me importaba poco que me quisieran, asique si me miraban con odio luego de calmarlos para que dejaran de gritar no me afectaba. Tal vez era de lo que me quería convencer.

Mi gata estaba a los pies de la cama, como siempre. Era raro verla fuera. Me senté en mi escritorio y comencé a repasar lo visto en el día. Me gusta lo que estudio, odio la universidad.

También odio las mañanas, me había dormido tarde y aquí estaba, maldiciendo a todo lo que se me cruzara por tener le levantarme a las cinco de la mañana. Seria mucho más feliz si mi facultad no quedara a dos horas de mi casa. En estos momentos, detestaba el campo. Y a las personas que osaban rozarme. No era su culpa, el metro estaba repleto, pero mi instinto asesino por falta de sueño y comida no pensaba lo mismo.

El otoño se estaba haciendo presente y una leve llovizna me recibió cuando llegue al edificio. Mi cara de si te me acercas te mato era tan evidente que si no encontraba comida pronto mi día terminaría en masacre o conmigo tomando los químicos del laboratorio al que me dirigía. Me esperaban las dos horas más tortuosas del día. Me cuestionaba la decisión de estudiar algo científico cuando lo mas cerca que estuve en mi vida de la ciencia, fue haber nacido.

Al menos no maté a nadie y tampoco ingerí nada. Al terminar Sali disparada a comprar algo y alimentarme. Estaba en serios problemas de un pronto desmayo. Al dar el primer mordisco a la empanada de queso mi humor cambio radicalmente. Iba dando saltitos hasta el edificio donde se daría mi siguiente clase. Saludé al guardia y subí al quinto piso, casi nadie iba, perfecto para leer, aun me quedaban cuarenta minutos. Para mi suerte o desgracia, el lugar estaba ocupado por mis compañeros de generación. Me acerqué a saludar y me senté en el sofá sacando mi libro. Estaban acostumbrados a termine presente pero sumergida en algún mundo de fantasía. Hoy estaba en el infierno, me dije a mi misma que debía volver a leer la divina comedia, asiqué me perdí en dante y el noveno circulo. Supongo que debía sociabilizar más, la cosa era que estaban hablando de no se que de una asignatura y como yo tuve que repetir año por mi depresión, no tenia idea de lo que hablaban.

Cuando ya estaba por el canto diez del purgatorio vi la hora. Mierda. Iba tarde. Comenzare a poner alarmas. Me despedí mientras tomaba mis cosas apresuradamente y corrí escaleras abajo para llegar a clases, lado bueno, era un piso menos, lado malo, la puerta estaba cerrada y al entrar me tropecé con una mesa, todos se giraron como el exorcista, lo que hizo que me sonrojara. No era mi día. He maldecido todo el día, una vez mas no le hará daño a nadie. ODIO LAS MATEMATICAS. Cuando dije que me gustaba lo que estudio, es la parte donde aprendo sobre eso, no las malditas asignaturas complementarias. Era obvio que me dedicaría a la parte que menos números tuviera.

Me olvide de mi odio al mundo cuando llego la hora de almorzar, bendita comida. El comedor era de dos pisos, blanco, con muchas mesas de distintos tamaños, también blancas. La cocina estaba al fondo. Puse mi comida en el microondas para poder encontrar a mi sabelotodo favorito. Como me atrase, estos eran los únicos momentos para convivir. Lo encontré en la fila para pedir el almuerzo al mismo tiempo que vi una mesa desocupada. Deje mis cosas y le mande un mensaje. Claro no fue necesario porque justo al enviarlo se dio vuelta y me vio, me caía mal su sexto sentido. Aun así le sonreí.

Ya ambos con nuestro sustento alimenticio comenzamos a chismear.

-Actualización de ligues por favor – pedí con una sonrisita.

-Me preguntas lo mismo todos los días – me puso mala cara.

-Es porque te llueven, te ven y caen rendidos – me queje.

-Todos menos uno – sonrío de lado.

-Hmm – suspire – ya paso medio año por el amor de lo que sea, ¿de verdad es que no te ves en el espejo?

-Pero si es verdad – chilló – vuelve hasta mi ex y él no supo valorarme.

-Amor mío – empecé – hay personas, como yo por ejemplo, que daríamos lo que fuera para poder estar contigo. Asique pasado pisado.

-No voy a besarte – zanjó.

-Amargado – sonreí con malicia – algún día caerás.

Al terminar de comer no despedimos y nos fuimos a nuestras respectivas clases. La mía era, adivinen, matemáticas. No estuve muy concentrada, me pase la clase mirando por la ventana como los demás estudiantes iban y venían. Hacia frio por lo que solo quería llegar a mi cama. Funcionar desde las cinco ya estaba afectando.

Mi vida no podía ser mas monótona. Como cada día al salir. Tome el bus de acercamiento que me dejaba en el metro. Al ir en este, los músicos clandestinos me hicieron recordar mi amor por los audífonos. Bajarme, tomar una micro que me llevara mi pueblo para luego comenzar la caminata hasta mi casa. Para nada lo que te muestran en las películas el ser universitario.

PerdónameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora