Un café para empezar...
Había salido a caminar un rato, tenía muchos sentimientos patas arriba y no sabía si era verdad que con solo una mirada era posible. Creía en el destino y en las casualidades, pero esto iba más allá. Me abruma sentirme de esta manera, no llevar el control de lo que pienso me abruma de verdad.
–Samantha, espera. –escuche una voz detrás de mí.
Me giré para encontrarme de nuevo con él. No esperaba que estuviese tan cerca de mí por lo que pude detallar mejor su rostro, tenía un bronceado exquisito típico de un verano en Europa. Sin embargo, sus ojos tenían unas motas color café al rededor del iris por lo que entendí hacía que sus ojos resaltasen.
De nuevo esa sonrisa de gilipollas que me pareció demasiado atractiva atravesó sus labios de manera fugaz.
–¿Estás siguiéndome? —no podía quitar la mirada de sus labios y es que mis ojos estaban a la altura de su boca por lo que hace que el luzca más amenazante frente a mí.
–¿Por qué? ¿Te asusto? –preguntó con esa media sonrisa y el toque arrogante que tiene desde que lo conocí hoy.
–¿Te ríes de mí? –dije enarcando una ceja. Mi contraataque hizo que bajara su mirada hacia la mía—. Y no, no me asustas. Me pones nerviosa.
–Entonces te invito un café, ya que estamos frente a uno y te doy la oportunidad de conocerme. –señaló hacia la entrada. Yo sin embargo estaba ansiosa y necesitaba una ración de chocolate caliente.
Dentro había muy poca gente sentada en las mesas. El olor dulzón del café y la madera recién pulida de las mesas me parecía a un lugar en Alaska con cabañas de troncos y el chocolate caliente. Me senté en una mesa cerca de una ventana donde se podía ver a las personas caminar de un lado a otro. Todos nos sumamos a una constante monotonía, unos la dejan de lado a veces y otros solo la hacen parte de su vida.
—Te traje un café con canela. —regresó con dos tazas de porcelana humeantes—. La de la caja registradora que me atendió inmediatamente supo que iba a pedir para ti.
—Vengo seguido. —calenté mis dedos con la taza caliente y me fije en todo menos en el.
El ya estaba sentándose cuando lo observé de manera fugaz.
—Entonces. —dijo finalmente—. Háblame de ti Samantha.
—No hay nada en mí que sea importante de saber. —le contesté volviendo mi mirada hacia la ventana—. No voy a ser la paciente y tú el psicólogo.
—Tienes una idea equivocada de mí. —el rozó ligeramente sus dedos con los míos—. Permíteme solamente conocer lo más trivial de ti.
Su piel es cálida y reconfortante, como si la mía le reconociese. Lo que es imposible debido a que apenas lo conozco y he estado el tiempo suficiente atada a Elan que no me dio siquiera la oportunidad de conocer a nadie más. Entendí desde que terminé con el definitivamente, no volver a dejarle el paso alguien más.
Ya suficiente daño tenía como para aceptar otra puñalada.
—Solo quiero saber con quién estaré trabajando. ¿No puedo saberlo? —subí mi mirada hacia él. De nuevo la seriedad en su rostro daba a entender que él era de esos tipos peligrosos a los que no deberías acercarte. Pero su mirada, toda miel y chocolate a mí me empezaba a inspirar.
Sin embargo, no iba a ceder.
—¿Si es algo sumamente profesional, porque quieres conocerme a fondo? Eso es precisamente lo que me estás dando a entender. —una de mis cejas se curvó para lanzarle una mirada interrogativa.
Una sonrisa limitada y su pulgar izquierdo cubrió el labio inferior más sexy que he visto en mi vida. ¡Demonios!
—Me intrigas. Y se supone que tengo que trabajar contigo lo que me da derecho a saber quién eres. —quite mis manos de la mesa. Él me sonrió de nuevo.
—También tengo ese derecho. —contraataqué. A nuestra mesa llegó una camarera con una porción de tarta de fresa.
Marcus cogió una cucharilla y corto un trozo de tarta. Metió la cucharilla a su boca saboreando cada dulzor del postre.
Yo trague saliva.
—Y eso es algo que con mucho gusto responderé. —bebió café y luego se fijó en mi otra vez—. Trabajo comprando y vendiendo empresas, el tío Brown me vendió solo un porcentaje de las acciones de la empresa editorial porque otro porcentaje le pertenece a una joven que trabajó para el cuándo la editorial había caído en sus días más oscuros.
Voy a explicar lo que dijo: Cuando cursé Filología Británica a mis diecisiete años empecé a hacer pasantías en la editorial, me gradué al veintiuno (mucho antes debido a mi desempeño y porque curse la carrera corta) inmediatamente corrí con la suerte de que la profesora de tesis conociese al señor Brown. Y no sólo lo conocía, era la esposa de él. Cuando entré a trabajar con ellos las ventas habían caído considerablemente lo que Significaba que estaba en lo más profundo de un pozo.
Pasaron dos años de largo trabajo para poder ayudar a levantarla, les pedí a ellos que me dejasen agregar a mis antiguos compañeros de clase y que estaba segura trabajarían al máximo. Y hoy en día luego de tanto sigue en pie, todo estaba yendo muy bien. Esa era la razón por la que estoy en este puesto, porque luché con ellos cuando ya no tenían fuerzas y a mis veinticinco años seguía teniendo esas fuerzas en mí.
—Nací en Italia y tengo una hermana —me sonrió—. ¿De verdad no vas a contarme nada de ti?
Su voz era profunda. Era de ese tipo de voces que te gustaría escuchar y escuchar.
—No se nota su acento. —volvió a picar un trozo de tarta y su lengua rozó la cucharilla. Alejé la tarta de el porque lo que estaba haciendo me ponía nerviosa y las piernas me temblaban—. Para que robar tu atención, no tengo nada que decir más que amo mi trabajo y todo está en orden.
El resto de la tarta me la comí yo.
—Si lo tengo, es solo que no quiero que también te desmayes. —por un breve momento me hizo sonreír. Era un completo imbécil—. Tienes una sonrisa hermosa.
Yo suspiro y me tomo lo que queda de café. Ignoré por completo su cumplido porque de palabras bonitas jamás he llegado a ningún lado.
—Me voy, tengo trabajo que terminar. —él se levantó junto conmigo. Estaba tentada a gritarle que no quiero a nadie entrometiéndose en mi vida, pero había varias personas y yo no soy de esas chicas que hacen el ridículo en la calle.
Salimos del café y entramos en la editorial. Ambos nos subimos al ascensor. El perfume de él llenaba mis sentidos, más el elegante andar que tenía. Era como un jaguar asesino que caminaba con gracia.
Cuando iba a bajar en mi piso el cerro su mano en mi mano dándole un suave apretón que hizo que mi piel se estremeciese.
—Te agradecería que no huyeses de mí. No voy a hacerte daño Samantha. —miré su mano en la mía, luego lo miré a él.
¿Por qué tenía el presentimiento, de que este hombre iba a hacer cambios en mi vida? En ese momento no sabía si salir corriendo o dar vueltas en mí mismo sitio.
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Los Desafios de Samantha.
RomanceUna mujer a la que el destino le jugó mal. Samantha Swent es solo una chica que desde su adolescencia quiso seguir con el trabajo de su madre como editora de manuscritos en una de las mejores editoriales de todo Londres. Dejando atrás todo un pasad...