11. QUEBRARSE

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Hundo mi cuerpo en la bañera hasta que mi cabeza queda bajo el agua, aguanto la respiración hasta que siento que mis pulmones queman y mi cabeza se siente como si fuera a explotar, salgo del agua tosiendo y envuelvo mis piernas entre mis brazos, apoyo la cabeza en mis rodillas y lagrimas salen de mis ojos sin que pueda evitarlo.

Salgo de la bañera cuando el agua ya está fría y envuelvo mi cuerpo en una toalla, me seco y me visto.

Miro mi reflejo en el espejo sintiendo una gran tristeza al ver los ojos muertos que me devuelven la mirada. No puedo evitar preguntarme dónde está la niña llena de vida y alegría, la niña a la que le gustaba salir y correr, disfrutando del viento en su cara, la niña a la que le gustaba hacer amigos y jugar toda la tarde, la niña a la que le gustaba vivir. Ahora solo hay un cascarón vacío sintiendo la inmensa tristeza que llego un día y nunca se fue.

Respiro hondo y cierro los ojos, una idea revoloteando en mi mente, trato de apartarla, pero solo se hace mas fuerte y ruidosa. Luego se unos minutos dándole vueltas a esta idea, decido que lo hare, terminare con todo mi sufrimiento en este momento. Ya he soportado demasiado. He intentado y luchado por seguir adelante. No ha funcionado, cada vez me siento más vacía, más invisible, como si no fuera nada ni nadie.

Salgo del baño dirigiéndome a la habitación de mi hermano, busco en su armario hasta que doy con el arma, siento el peso familiar del arma y recuerdo el día en que mi hermano me enseño a disparar. Camino lentamente por el pasillo, me paralizo cuando escucho la risa de mi padrastro y siento como un escalofrío recorre mi columna vertebral, respiro hondo y sigo avanzando, me detengo frete a mi padrastro y lo miro fijamente.

— ¿Qué quieres, niña? – dice, su tono lleno de hostilidad.

Guardo silencio y apunto el arma hacia su cabeza, sus ojos miran desde el arma hasta mi rostro, una sonrisa de burla se extiende por su rostro.

— ¿Qué vas a hacer con eso, niña, dispararme? Los dos sabemos que no tienes las agallas para hacerlo.

Bajo el arma a una de sus piernas y disparo. Siento una gran satisfacción al escuchar su grito de dolor.

— Esto es por todas las veces que fuiste a mi cuarto cuando tenía 10 años – digo, la ira filtrándose en mi tono de voz.

Sus ojos se abren de par en par con horror, abre la boca para decir algo, sin embargo, no llega a decirlo pues disparo. Un hilillo de sangre sale del pequeño agujero de entre sus cejas.

Dejo el arma en lamesita de café y agarro un cigarrillo, salgo al patio y me siento en el pasto,enciendo el cigarrillo y tono una larga calada. Sonrío mirando el atardecer conlas lagrimas recorriendo mis mejillas.

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