CÁPITULO IV

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Aunque habían concertado una cita con Eduardo para el día siguiente, decidieron hacer noche en cama conocida. Esta vez, condujo Javier. El semblante que mostraba María no denotaba el mejor de los estados para ponerse al volante. La historia que les había contado Edu, les había dejado tocados. La simple posibilidad de que María podía haberse visto envuelta en ello, les había cortado la respiración.

María iba anotando datos al tiempo que volvían a escuchar el audio que habían grabado. Naturalmente, sin que Edu se hubiera enterado. Con la excusa de poner en silencio el teléfono para que ninguna llamada los interrumpiera, Javier había dejado el móvil sobre la mesita de la terraza cuando el otro comenzó a hablar.

Comenzando a bajar el puerto de Altube, llegó el momento en el que Eduardo había comenzado a describir lo que había vivido días atrás. Ambos volvieron a callar de inmediato. La voz era gélida, desgarradora. Escucharon en silencio.

Transcripción de lo que se escuchaba en el audio:

—Me citaron en el lugar con la excusa del trabajo. Como ya había hecho trabajos similares para ellos, tampoco dudé en exceso. Me apretaba la necesidad del dinero, ya sabéis. —se prolongaba un silencio que, en su momento, había sido porque Eduardo se encontraba mirándolos y haciendo gestos explicativos con las manos, aunque al escuchar el audio, daba la sensación de no haberse grabado en condiciones—. Cuando llegué al lugar, aún no había nadie, pero pronto apareció Carlos Alberto, ya sabéis, el grande..., bueno, que ostias vais a saber vosotros..., si no los habéis visto en la vida.

—A mí, me interesa el otro, el de la capucha —se le escuchó de pronto a María.

—El de la capucha. —Continuó Edu sorprendido. Tal era así, que hasta en el audio se podía percibir su perplejidad.

—Como iba diciendo, Carlos Alberto llegó primero. Desde que lo conocí por primera vez haya por el año noventa y siete, no ha evolucionado. Entonces gastaría unos diecisiete años, y ahora..., —hizo ademan de calcular, pero continuó—, pues echen cuentas. Siempre ha sido un mandado, un sicario obediente y nada más. Ni aspiraciones, ni sueños, ni nada. Se dedica a hacer lo que Hache le manda y santas pascuas.

Conversación en el coche:

—¿Hache? —preguntó de pronto Javier que no terminaba de acostumbrarse a su voz grabada. No entraba en la franja milénial por un par de años—. ¿Ese es el de la capucha? Antes, cuando lo ha contado, no me he percatado de que lo haya llamado Hache... —pausó María el audio y echó una mirada asesina a su novio. Rebobinó.

Transcripción:

—Se dedica a hacer lo que Hache le manda y santas pascuas. —continuó el audio donde lo habían dejado—. Me saludó y se mantuvo expectante sin decir ni ostias, aunque yo le pregunté a ver si se trataba de la loma en la que nos encontrábamos o si por el contrario había que trabajar más terreno. Pues el cabrón de él, hizo oídos sordos y no me dedicó ni una simple mirada. Eso me tocó bastante los cojones, aunque viendo lo que vino después, casi que mejor si se hubiera estado callado para siempre. Fueron quince minutos extraños, largos, un tanto incómodos y bastante frustrantes, pero aguardé hasta que Hache hizo acto de presencia. Llegó como jadeando y con cara de pocos amigos. La verdad es que me sorprendió, porque cuando mandaba trabajos en otra época, solía ser el mejor de los momentos. Ni tan siquiera cuando salían bien, solía estar tan excitado como cuando repartía tareas. Cierto es, que no solamente hacíamos trabajos de deforestación y limpieza de montes..., también..., bueno..., ya saben... ¿Qué sabemos? —interrumpió María en el audio y sintió la misma impaciencia en la repetición ahora que circulaban por la autopista de vuelta a casa—. Pues que movíamos droga, o paquetes de contenido desconocido para él y sus socios... —continuó de carrerilla Eduardo—. Ahí sí que ganábamos pasta de verdad, pero cuando digo de verdad, es de verdad —entró como en bucle—, lo de los montes era una tapadera, aunque también se nos pagaba bien por ello.

La senda de lo desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora