CÁPITULO VIII

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Abrió los ojos. Remoloneó y se agazapó bajo la mantita. Volvió a abrir los ojos. Al fondo pudo ver a Javier pensativo, mirando por la ventana en el mismo lugar donde lo recordaba.

Se había dormido embelesada ante el sonajero que emulaba el incesante tecleo de su novio. Le encantaba observarlo mientras este escribía, y había comenzado una novela con la idea de tomar como referencia todo lo que les había ocurrido.

—¿Se te ha terminado la inspiración? —preguntó al tiempo que un gran bostezo la engullía.

—Mírala, si se ha despertado la bella durmiente... —guiñó un ojo—. ¿Qué tal la siestica?

—Muy bien... Sólo estaba pensando para adentro... Cinco minutitos... —lo miró con esos ojos que emulaban a los del gato de Shrek.

—Cinco minutos dice... —rieron juntos—. Siete capítulos llevo escritos...

—Venga ya... Imposible...

—Que sí que sí, que llevas dormida unas tres horas...

—Que no puede ser... —alzó la vista para mirar por encima del hombro de Javi y alcanzar a ver el reloj que tenía dibujado una niña que había soltado al aire un globo rojo—. Joder... Ostia que son las siete... —se multiplicaron las risas—. ¿Entonces ya has terminado de escribir?

—Lo que nos ha pasado hasta ahora, si, pero me ha dado por pensar en el grandullón que nos empujó en la puerta de aquella casa...

—¿Qué le pasa? Seguramente era a quien Eduardo llamaba Carlos Alberto.

—Puede ser, sí, pero pensaba en cómo se sentiría tras su huida, en que haría después de desaparecer o en que siente un sicario de esos cuando tortura de esa manera o prepara una bomba trampa para borrar sus huellas...

—Jodee.... No había pensado en eso. En mi mente es el malo y punto, pero tienes razón...

—¿En qué?

—En que esos psicópatas también tienen que tener sentimientos. No pueden ser de hielo... —se giró y comenzó a incorporarse en el sofá—. Aaa

—¿Te sigue doliendo?

—Solamente con algunos gestos. Ya estoy mucho mejor. No te preocupes.

—Ya van tres semanas y aun así...

—Es lo que toca Javi. Suerte que me dieron la baja sin hacer preguntas...

—Sí, eso es verdad.

—En cuanto me recupere tenemos que seguir la pista de la foto.

—No me jodas María... Nos libramos de milagro y ahora estamos vivos... Cada vez que cojo el metro, cada vez que camino por una calle concurrida, miro en cada reflejo, en cada esquina, me fijo en cada persona con la que me cruzo y en los bares me siento siempre donde pueda controlar la puerta y a todo el que esté allí... Me estoy volviendo el paranoicoman...

—Manda huevos... No sabía nada de eso... Ni los espías de las pelis se manejan tan bien...

—Tienes suerte de llevar tres semanas sin salir de casa...

—Estoy más hasta las tetas que cuando la pandemia de estar en casa... Veo la gente pasear y me carcome estar aquí sentada. Suerte que cuando me caliento, hasta el respirar me duele y se me pasa el calentón de salir a la calle.

—Pues yo vivo acojonado. Me da urticaria el hecho de pensar que nos lleguen a localizar y vengan a hacernos lo que le hicieron a Edu.

—¿Tú crees que nos podrían haber reconocido? —se preocupó ella—. Salió por patas como una presa que huye de su perseguidor...

La senda de lo desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora