Fragmento 9 - Cuento Corto

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Alaska tenía las temperaturas más bajas que Viktoras jamás había presenciado. No entendía cómo se le había ocurrido a alguien poner una escuela en la mitad de un bosque cuya nieve alcanzaba los cinco metros de profundidad. Pero allí estaba, con su pesado bolso a los hombros, esperando que alguien se dignara a buscarlo. El frío viento azotaba su rostro y los dientes le castañeaban exageradamente. Si no fuera un ser sobrenatural, probablemente estaría muerto para ese entonces.

—Aquí estás. He recorrido toda la costa buscándote. —Un especie de astronauta gritaba a través de un enorme casco para hacerse oír entre los fuertes vientos. Bajó de la moto y se acercó a Vik, que seguía temblando de frío—. Toma, ponte esto, te ayudará a mantener el calor corporal. —Le entregó un traje gris oscuro con ribetes naranjas y un casco similar al suyo. Vik no lo dudó y comenzó a ponerse las prendas. El cambio fue instantáneo.

—Gr...Gracias —murmuró tímidamente.

—Vamos, cuánto antes lleguemos, mejor te sentirás.

Se subieron a la moto y, en menos de una hora, un enorme castillo se abría delante suyo. Era increíblemente espeluznante a primera vista, pero había algo mágico en la postal que les regalaba.

—Bien, no sé qué has hecho para que te enviaran aquí, pero bienvenido a la Escuela de los Oscuros. —El astronauta lo condujo escaleras arriba, hacia la puerta del enorme lugar. Un inmenso y espectral recibidor se habría delante suyo. En los sillones varios estudiantes dormitaban o leían grandes libros de hechicería. Otros solo paseaban en pequeños grupos susurrando lo que parecían ser cosas insignificantes. Nadie pareció notarlo en un principio. Vik se sacó el pesado casco. Al voltear para dárselo a la persona que lo había buscado, se quedó petrificado. Debajo del traje de astronauta había una chica. Unos dientes blancos le sonreían, enmarcando un perfecto rostro de nariz puntiaguda y ojos color esmeralda. Su cabello, negro y rizado, se encontraba atado en un moño alto y caía largo sobre su espalda.

—Puedes dejar todo aquí, vendrá alguien a recogerlo luego. —Señaló un enorme cajón de madera al lado de la puerta—. Soy Meg por cierto.

Vik le tomó la mano y asintió con la cabeza. Su belleza lo obnubilaba y las palabras no estaban listas para salir. Decidió mirar hacia otro lado ocultando sus mejillas, las cuales debían estar enrojecidas. Lo ofuscaba sentirse de esa manera cuando él había sido el responsable de una masacre de magnitudes descomunales en el centro de Londres, sólo por un mero berrinche que se le fue de las manos. Y las consecuencias habían sido terminantes. Debería asistir a la Escuela de los Oscuros para aprender a controlar sus poderes. El Consejo Mágico no lo dejaría salir de allí a menos que estuvieran seguros de que no volvería a suceder, que Vik no era una amenaza para la comunidad.

—Te mostraré las habitaciones. Sígueme. —Meg interrumpió sus pensamientos y comenzó a subir las escaleras de mármol negro que dividían el recibidor en dos. Vik la siguió. Los otros estudiantes, que ahora los observaban con precaución, se apartaron de su camino. Odiaba encontrarse allí. Había tenido que dejar su vida entera por un simple error. "Error que le costó la vida a miles de personas" pensó y un temblor atravesó su cuerpo.

—Aquí dormirás. —Meg abrió una puerta morada y le mostró la habitación. Tenía dos camas y un extenso escritorio en medio—. Compartirás habitación con otro estudiante. —"Perfecto, lo último que me faltaba", pensó Vik—. Se encuentra en clase ahora, pero lo conocerás más tarde. Dejaré que te asientes y luego vendré a buscarte para mostrarte el resto de la escuela. Los horarios —extendió su dedo apuntando a un viejo ropero— se encuentran allí, en ese papel que cuelga de la puerta. Comienzas mañana.

Y blandiendo su largo moño, salió de la habitación. Vik cerró la puerta y se asomó a la ventana. El blanco bosque de pinos se abría adelante, inmenso. El Consejo le había dicho que era una mera escuela de magia, pero Viktoras sabía, muy en lo profundo, que eso era una prisión. Escapar sería imposible, nunca llegaría hasta la costa. Y si lo lograba, de todas maneras, no sabría cómo volver a Londres. Debería conformarse con ir a clases y aprender a camuflarse entre el resto de los estudiantes. Cansino, se desparramó en la que, supuso, sería su cama. Por primera vez desde el accidente, Vik sintió las delgadas gotas saladas recorriendo sus mejillas. Su nueva vida estaba por comenzar, en la maldita Escuela de los Oscuros.  

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