¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—¡Te maldigo, Zeus! —gritó la pelirrosa corriendo lo más rápido que podía. —¿¡No podas mandarme una tarjeta de disculpas mejor!? ¡No, tenias que ser un maldito extravagante!
Librarse de Nico y Leo solo fue el principio del fin para la pobre hija de Dionisio.
Elisa había lidiado con ataques de monstruos desde que se fue del campamento, se las había arreglado para que estos ataques fueran menos recurrentes y había logrado sobrevivir mucho tiempo sin ninguna clase de entrenamiento. La mujer había estado tentando su suerte por años y ahora le pasaba factura.
La hija de Dionisio había sido atacada por pequeños monstruos, pero ninguno como este.
—Un minotauro —habló furiosa mirando al cielo—. ¡De todos los monstruos que podías mandar, mandaste un puto minotauro! ¿¡Acaso te estás burlando de mí!?
Un trueno se escuchó a lo lejos, Elisa lo tomó como una respuesta afirmativa.
La muchacha se metió por un callejón angosto y corrió hasta una calle que pasaba justo por la zona rural, dando directamente hacia el bosque. Elisa abrió la tapa del drenaje y se tiró, sintiéndose asquerosa en el proceso.
—Haz lo que tengas que hacer para sobrevivir —se recordó a sí misma.
El sonido del monstruo sobre ella la hizo soltar un sollozo. La pobre estaba aterrada.
Pasaron un par de horas, pero, pese a que Elisa intentara escapar, esa cosa parecía seguirla, sin importar el terrible olor que desprendía la muchacha. A Hood no le quedó de otra más que idear un plan para matar al maldito minotauro sin morir en el intento, lo cual parecía imposible, pues la chica no tenía ninguna clase de arma mágica, ni ninguna especie de experiencia o entrenamiento en combate.
Elisa solo era muy astuta, pero no era fuerte.
La pelirrosa aprovechó cuando el minotauro caminó un par de metros lejos para salir del alcantarillado y correr al bosque, en busca del árbol con la rama más filosa que pudiera encontrar. No pasó mucho para que el minotauro la siguiera. Por suerte para Elisa, había un árbol roto con el tronco salido de manera que la punta podía perforar incluso el metal más grueso si impactaba con la suficiente fuerza.
La muchacha sonrió triunfante. Si su plan no funcionaba, iba a morir dolorosamente devorada.
—Pero esto sigue siendo mejor que ir con Dionisio —se consoló a sí misma subiendo sobre el tronco del árbol como podía; ella estaba muy mareada—. ¡Oye, hijo bastardo de Pasífae! —gritó la chica llamando la atención del monstruo—. ¡Aquí tienes tu apetitosa carne de semidios!
La bestia corrió en su dirección y entonces Elisa puso todo su empeño en hacer crecer la vid más frondosa y resistente que pudiera. Las plantas atraparon al minotauro, quien empezó a impulsarse fuertemente con sus patas y las terminó por romper; entonces, ahora su velocidad era mucho mayor.