5. El plato más bello.

28 1 0
                                    

Sentado aquí, en este sofá en la sala 7, veo una mesa auxiliar muy parecida a la mesita que ví hace muchos años en este mismo tanatorio y su recuerdo me transportó a los recuerdos de ella y los recuerdos de ella, me hicieron volver a verla hoy.

Desde muy pequeño, me gustaba compartir algo de tiempo con ella en el porche de su casa. Ella sentada en una silla de plástico blanca y yo sentado en el frió suelo de granito blanco y negro de exterior.

No siempre me quedaba todo el tiempo que quería, por aquello de que hace un chico tan pequeño rodeado entre gente tan mayor y no jugando con los suyos.

Aunque nunca fue persona de vivir en el pasado,ella sabía introducir sus vivencias de manera muy acertada. Entre sus historias, contaba con naturalidad, como cuando era pequeña tuvieron que salir literalmente huyendo de su Puente Genil en plena noche, cuando afines al partido comunista del pueblo se llevaron a su padre para fusilarlo, meses antes del comienzo de la guerra civil.

Ella, siendo una niña, se encargó de coger a sus dos hermanos pequeños, y no de sus manos, como si fuese un síntoma de amor,sino de sus muñecas y con fuerza, como queriendo reforzar que en un solo instante que las cosas habían cambiado, y que a partir de ese momento sería la persona que se encargaría de ellos. Que padre y madre ya no estarían, y que el tiempo de vivir había pasado y ahora tocaba sobrevivir.

Tuvo que correr de madrugada entre los olivos de tierras públicas y fincas privadas,entre tierras labradas y campos secos, donde solamente el destello de la luna se atrevía a dar algo de esperanza a esos tres niños dando un atisbo de luz entre la oscuridad. Correr, y no parar de correr en la noche, buscando un ruido, un sonido que les orientase, desde el pueblo a la capital, desde la pesadilla a la salvación.

Aprendió a sobrevivir, y aunque sería injusto decir que no lo hizo con cierto rencor, jamás se pudo ver en sus ojos ni en sus palabras el más mínimo sentimiento de venganza.

Tuvo una vida próspera. Algunos incluso pensarían que demasiado próspera, como si no se lo hubiese ganado corriendo hacia delante.Siempre aparentó tener un carácter muy dominante y posiblemente no tuvo opción de quitarse esa máscara a lo largo de su vida,y eso hizo de ella una mujer enigmática a su manera, que hacía a la gente preguntarse si ella fue así desde su nacimiento o fueron las magulladuras de su vida, las que le llevaron a desarrollar esa personalidad, ratos imposible de tratar.

Me dejo llevar por el atractivo engaño de pensar, y me pregunto que hubiese ocurrido si esa niña hubiese sido la mujer que yo conocí, si su padre no hubiese desaparecido esa noche, si no hubiese tenido que correr aquella noche a la luz de la luna, si solo hubiese sido perseguida esa noche, por sus hermanos pequeños, queriendo jugar hasta que padre les hubiese dicho que era la hora de irse a dormir, si no hubiese tenido que intentar dejar atrás el miedo porque en esa mochila de supervivencia no había sitio para el mismo.

En las muchas tardes de aquellos veranos, como buena anciana, ella siempre hacía referencia a tener pagado su seguro de decesos y como aquello le daba tranquilidad de cara a no ser una carga para nadie en el momento de la muerte.

Me sorprendía mucho su manera de expresarlo mientras tomaba una cerveza en el porche. Cuando hablaba de esos temas, nunca expresaba miedo alguno, es más me atrevería a decir, que aquella noche mientras corría entre los olivos, aprendió de burlar al miedo y que éste jamás pudo alcanzarla el resto de su vida por mucho que lo intentó.

En otros muchas noches de aquellos veranos, mientras cenábamos, a veces insistía en que ella tenía todo pagado y que no iba a significar una carga para ninguno de los que se quedaban.

Comentaba también con orgullo, que en su velatorio habría algo de comer para todos, que para ella era importante que hubiese algo de comer para todos. Nada ostentoso por supuesto, pero era importante que la gente viese que había comida en una mesa.

Y esa era su manera de sentirse bien con ella y con los demás, por qué ella era una de esas personas que siempre tenía que organizar todo antes de marcharse de los sitios.

El día en el que ella nos dejó, yo miraba también una mesa en este mismo tanatorio, pero por aquel entonces, yo no comprendía cómo era posible que alguien fuese capaz de coger algo de comida de esa mesa, aunque estuviese muerto de hambre.

Muchas veces he pensado lo que significaba la comida para ella. No era solamente lo que se pone en una mesa, sino la capacidad de crear belleza con unos pocos ingredientes que en principio pueden parecer inconexos e iluminar las miradas ajenas, rodeada de una buena conversación.

Es el arte de sacar algo de donde no hay nada, es la capacidad de abrir la nevera y pensar con la puerta abierta durante unos segundos, que parece minutos, y ser capaz de hacer belleza de la comida.

Cuando era niño, yo no comprendía porque era tan importante la belleza en la cocina más allá de lo que pueden llevar sus ingredientes.No pensaba en el paisaje que rodea a la mesa, o en la belleza intrinseca de la propia elaboración del plato.

La belleza invita a abrir espacios, diálogos, formas de comunicación que nos permiten conocer realidades más allá de las simples apreciaciones estéticas del día.

La belleza está en las burbujas de la salsa de tomate preparada a fuego muy lento, que preparaste acompañado aquel día, y en la copa de vino que tomabas mientras cocinabas.

La belleza está en los ojos que observan, en los oídos que escuchan, y en las manos manchadas que cocinan a dos fuegos.

Alejarnos de esto, es alejarnos de la realidad. Llenar el carro de la compra con productos procesados es un atentado contra uno mismo y contra su tiempo, una guerra contra el legado de nuestros ancestros.

El plato más bello, no sólo nos lleva al objetivo, sino que tiene un orden más elevado aún, y que no todo el mundo puede percibir. Es un objetivo más relacionado con la trascendencia, con el porqué la vida importa y que la llena de sentido.

Es una búsqueda de placer en las cosas sencillas, en la satisfacción, por injusto que parezca en un sistema carente de tiempo.

Parece que hoy, algunas personas se han acercado a la mesa, y se han atrevido también a coger algo de comida. He tardado años, pero he aprendido a no verlo como una falta de respeto, sino como un brindis a la vida, a buscar en esos pequeños detalles la verdadera belleza de las cosas.

La memoria de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora