Entro de nuevo en la sala 7, y veo a una persona llorando sentada en un sillón. Parece una persona bastante mayor y entre sollozos se lleva las manos a la cara encorvando su espalda hacia adelante.
Y de nuevo mis recuerdos me llevan a otro lugar. Un sillón orejero de tela de flores y muelles que rechinan levemente.
Todavía recuerdo el sonido de esa llave abrir la puerta de la cocina. Cada vez que se ha vuelto a abrir, y aunque sea solo por un breve instante, recuerdo el sonido de la llave girando la cerradura de esa puerta en aquel extraño día.
Recuerdo como cuando todavía no había cambiado mi mundo,pensaba que estaban tardando demasiado, que tenía hambre y que esperaba que llegasen pronto para poder conocer todos. Al escuchar la puerta abrirse, salí de mi cuarto a saludar y ver qué tal había ido esa última revisión, en la que simplemente le tendrían que confirmar que su tumor había desaparecido del todo.
Cuando entré por la puerta de la cocina vi a mi padre sin rumbo, desorientado, y acompañado por mi madre que la agarraba del brazo,entre el dolor causado por la noticia y el cansancio de los muchos meses de quimioterapia que le habían dejado muy débil físicamente.
Vi como sin explicar nada, se dirigían al salón y se sentaba en ese sillón, y como mi madre en silencio desde el sillón de enfrente, a noventa centímetros escasos de él, pero que aquel día parecían kilometros, intentaba sacar fuerzas de donde no las había, intentaba que mi padre no se derrumbase a llorar, y fuese capaz de agarrarse a algo.
Ante esa repentina imagen, mi hermano me llevó al dormitorio y me explicó entre nervios que su tumor se había desarrollado y se había disparado hacia el cerebro y que no le quedaban más de tres meses de vida según los médicos. Ya no se podía hacer nada.
Como otros tantos acontecimientos de mi vida,me hubiese gustado recordarlo de otra manera, pero así de brusco fue todo, o al menos así de brusco está almacenado en lo más profundo de mi memoria. Me derrumbé en el suelo de rodillas, y aunque ya no era un niño, me comporte como tal poniendome las manos en los oídos intentando taparlos con todas mis fuerzas. Pensaba que tal vez si no lo escuchaba no pasaría.
Mi padre fue siempre luchador a su manera, no desde las fuerzas que te dan los músculos sino de esos luchadores que trabajan desde el silencio. Siempre luchó desde el silencio.
Siempre busco una mejor vida. Una vida libre del esfuerzo que tuvieron que hacer generaciones anteriores para que llegásemos hasta ahí, de la dependencia de las personas, y de la fealdad de las cosas.
Algo tenía que estar mal en la organización del trabajo. Algo debe de seguir mal, en el sentido en el que los hombres han organizado su trabajo racional.
Vivimos y morimos racional y productivamente, y eso no siempre significa que sea lo deseado aunque creamos que no podemos hacerlo de otra manera.
Destrucción, es el precio que tuvieron que pagar tanto mi padre, como toda una generación de hombres, para llegar a ese progreso anhelado, del mismo modo que la muerte es el precio que tuvieron que pagar por la vida.
Lo vivió de una manera en la que la renuncia a su vida y el constante esfuerzo, fueron requisitos necesarios para el bienestar de su familia. No creo que fuese un mártir, es que nunca le hablaron de otra manera de vivir.
Posiblemente, la verdad más grande de la vida y la que menos queremos hacer frente es que desde el día en el que nacemos hasta el día en que morimos nuestros destinos están atados a la suerte y al azar.
La historia de mi familia, como la de cualquiera, está llena de acontecimientos donde el azar unas veces, y la suerte otras, han redactado los siguientes actos de la vida.
Sucesos que puedo recordar claramente como la muerte de mi primo pequeño y no de mi hermano o la mía aquel día de verano, aquel atentado fallido donde mi padre y otros cientos de personas pudieron perder la vida, el accidente de coche de mi hermano, donde su vehículo quedó hecho un acordeón pero él salió ileso, cuando a mí abuelo, siendo mayor, se le cayó un farol de hierro a escasos centímetros tras un balonazo que dió el nieto de la vecina jugando con la pelota, y otros tantos que están archivados en mi memoria y no soy capaz de recordar, porque la memoria a veces no dulcifica lo ocurrido, sino que busca enterrar en lo más profundo lo que pudo ser el terror del pasado.
Me empeñe durante años en responder a preguntas como ¿Por qué él sí y otros no? ¿Por qué un día él cuando era más joven empezó a fumar, o a engordar con sus malos hábitos de comida? ¿Porque tuvo que irse en ese momento de la vida, cuando acababa de dejar de producir e intentaba buscar su manera de vivir?
Años después, desde la tranquilidad,pienso que lo único que se sabe es que pasó lo que pasó y no pasó lo que no pasó por mala y por buena suerte.
Mi padre murió tras el accidente que el mismo provocó, pero ese accidente no fue fumar o comer mal, sino nacer.
Cualquier persona que examina su pasado con honestidad no tiene más remedio que concluir que sucesos sobre los que tiene cero control fueron determinantes en todo lo que hace y piensa hoy. Aquí, en esta sala 7 de este tanatorio, tengo más conciencia que nunca del inmenso papel que ha tenido el azar en mi vida.
No hay nada escrito por mucho que me empeñe en negarlo. Si cualquier persona hace un breve ejercicio de memoria reconocerá que está donde está hoy debido no a un calculado plan sino porque ciertas cosas ocurrieron que podrían igual de fácilmente no haber ocurrido.
Viendo el ataúd de Paco, pienso que nuestras vidas son más precarias de lo que queríamos creer, que el azar manda.
Si uno absorbe esta realidad y actúa y piensa en función de ella ocurrirán, con un poco de suerte, dos cosas: será más generoso tanto con los demás como consigo mismo.
Será más generoso consigo mismo y dejará de atormentarse, porque una vez que uno toma plena conciencia de la fragilidad de la condición humana lo siguiente, es vivir en el presente con alegría, furia e intensidad.
Somos demasiados los que hacemos lo contrario.Vivimos con unos miedos creado por nosotros mismos y por nuestro entorno, y con esa mochila, nos limitamos a vivir solo media vida.
Quisiera acercarme a Paco, dejando atrás la impersonal barrera de cristal que me separa del ataúd, así que decido abrir la puerta lateral, y pasar al otro lado de la sala, donde solamente se encuentra el ataúd y unas pocas coronas de flores que han traído amigos y familiares.
![](https://img.wattpad.com/cover/332693166-288-k543583.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La memoria de un hombre muerto
Kurzgeschichten¿Hay vida después de la vida? Relato sobre pensamientos de vida y muerte.