3.La historia de cómo el abuelo producía para sobrevivir.

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Los muertos ya no producen, aunque sabemos que hay excepciones que si lo hacen.

No me refiero a Tolkien, Kobe Bryant, Elvis, Michael Jackson, Leonard Cohen, y otros tantos que encabezan la lista de personajes muertos que más dinero ingresan hoy en día y que son escasas excepciones en un mundo que tiende a olvidarnos en alguna página perdida de un viejo álbum de fotos.

Hay gente anónima que produce, y su producción no se puede medir en euros o en dólares, sino en la huella que es capaz de dejar con el tiempo en un niño de ocho años.

Me gusta imaginar en una vida después de la muerte, donde las personas se redimen de su estilo de vida, donde después de toda una vida dedicada a producir para sobrevivir, encuentran la manera de producir para vivir, para mantener su espíritu en un estado de belleza, imposible de ver en este mundo.

A veces sueño con el abuelo y en cómo desde pequeño, en su pequeño pueblo en el límite entre León y Palencia, tuvo que producir para sobrevivir.

Su vida desde el principio, no fue ni más ni menos fácil que la de mucha gente de su generación. Personas que tuvieron que enfrentarse a la soledad en demasiados momentos de su vida.

Cuando tenía cinco años, una mañana de invierno, el padre del abuelo,que trabajaba de alguacil en el ayuntamiento, fue encarcelado por la guardia civil, acusado de robar dinero de las arcas públicas .

Horas después, su esposa embarazada de varios meses de gestación de su sexta hija, fue apresada en su propio domicilio, delante de sus hijos, y sin juicio alguno ambos fueron encarcelados tres meses, condenando a cinco niños menores de seis años a vivir solos y tener que buscar la manera de sobrevivir.

Mi abuelo contó como un sargento de la guardia civil que conocía mucho a su padre y se enteró a los meses de lo ocurrido, obligó a abrir esa celda y devolver a los presos a su estado de libertad y sacarlos de las condiciones lamentables en las que se encontraban.

Meses despues de quedar absueltos, todo el mundo en el pueblo sabía que el responsable de la desaparición de ese dinero fue don Anastasio Casas Crespo, cacique del pueblo.

Es curioso que cuando el abuelo contaba esta historia de mayor a sus hijos, no fuese capaz de recordar el nombre de la persona que salvó a su padre en el presidio, pero recordarse perfectamente el nombre del responsable de los hechos y que nunca en la vida se atrevió a confesar condenando a esa familia.

El tío Anastasio,como así si le llamaban, nunca confesó, ni tampoco nadie de su familia. El pueblo aprendió a olvidar o tal vez a mirar hacia otro lado y el padre de mi abuelo nunca buscó ningún tipo de justicia más allá de recuperar el cariño de la gente que le rodeaba en el pueblo.

La verdad de los pueblos también es la barbarie de los pueblos.

El ser humano busca no solo el proceso de humanización en la vida, sino siempre queda un reducto en algunas personas que buscan su propia justicia, aunque mi familia no la buscase.

Así el espíritu de la venganza es esencialmente humano. Justificamos esa venganza. ¿Acaso la justicia no es venganza?.

La venganza en el pueblo contra ellos, era la cotidianidad en la vida de sus gentes, y esa justicia que se impartió ese día y otros, no dejará de ser venganza, por mucho que se empeñasen en llamarle de otra manera.

Y es que cuando la vida se acepta en toda su extensión, abarca también el sufrimiento. Ese espíritu de venganza que atenta contra la tierra, contra la moral, contra los valores de toda una población, ese también es el espíritu de la enfermedad y de la podredumbre.

Meses más tarde, la madre de mi abuelo murió, víctima de un parto de urgencia, llevándose también con ella a su pequeña no nacida.

Mi abuelo, tuvo que pasar hambre en su niñez. A veces, tuvo que dormir en la calle pasando frío, sin el cobijo de los brazos de una madre, y tuvo que sobrevivir en un mundo donde al caer la tarde, nadie te pregunta cómo has pasado el día, o donde la gente tenía problemas más importantes, como para pensar en mirarte a los ojos, donde sin decir una sola palabra y con una sola y rápida mirada a los ojos que no dura más que diez segundos estuvieses mostrándote a otra persona.

La memoria de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora