Male reader x Carl Grimes
Carl Grimes, tu Carl Grimes, con el tiempo el cariño se había convertido en un amor mutuo, en un amor incondicional.
¿Pero que se hace cuando tenés todo el amor en las manos, y el amor de tu vida siquiera tienen corazón fu...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
No me acuerdo de qué día era. Había sol, creo. O estaba gris. El cielo estaba como... sucio.
Papá dijo que teníamos que irnos. No a lo lejos. Solo por unas horas. Él decía que mamá necesitaba más medicina porque su cuerpo estaba peleando contra sí mismo. A veces decía eso. Que el cuerpo se vuelve malo con uno, como cuando las piernas no quieren caminar aunque uno quiera.
Yo no quería dejarla sola. Me miraba sin hablar, apenas movía la boca, pero igual me sonreía, chiquito, como si yo fuera algo lindo que ver.
Papá me prometió que volveríamos rápido.
El lugar al que fuimos tenía olor a cosas viejas. Paredes rotas, sangre seca, como carne vieja. Yo no toqué nada. No me gusta tocar nada. Me puse los guantes de lana aunque hacía calor. Había una enfermera muerta en el suelo. Papá la empujó con el pie y revisó su bolso. No la miré. Yo... no tengo que mirarlas si no las nombro. Si no las nombro, no están.
-No te muevas de ahí -me dijo-. Si escuchás algo raro, me chiflás.
Yo asentí, aunque no iba a chiflar. No sé silbar. Nunca supe.
Volvimos al final del día. Creo que era de noche. O no. No me acuerdo. Solo sé que el cielo ya no era del color de antes.
La casa estaba más callada que de costumbre. El televisor estaba apagado y las luces también. Mamá siempre pedía que le dejáramos una lámpara encendida, porque le daban miedo los sueños raros.
La puerta del cuarto estaba entreabierta. Papá no me dejó entrar. Empujó la puerta despacito y entonces se quedó muy quieto.
Yo vi por la rendija.
Ella ya no era mamá.
Tenía los ojos blancos y la boca abierta, y se movía raro, como cuando tenés frío pero no querés mostrarlo. Estaba atada a la cama con los cinturones de cuero de papá, los que usaba antes, cuando era diferente. Y ella se quejaba bajito, como si doliera estar así.
Papá cayó de rodillas. No dijo nada. Solo la miraba. Yo me tapé los oídos, pero igual escuché cuando empezó a llorar.
Después... no sé cuánto pasó. Solo recuerdo el olor. Un olor agrio, de hospital podrido y lágrimas.