Había perdido la razón, eso concluyó Damián, con la cabeza a punto de estallar. Y le seguía el corazón, que estaba igual de alborotado y luego otras partes que no eran tan elegantes, pero que manifestaban con igual entusiasmo su sentir hacia Alana.
Seguía mirando la sombra. ¿Qué era más etéreo e intangible que una sombra? ¿Qué era más absurdo que admirarla cuando había tanto para admirar a su alcance? Pero ahí seguía, con la ansiedad en aumento, acumulándose como la lava de un volcán, y la presión había aumentado mucho más después de haberse atrevido a cargarla en sus brazos, pero qué más podía hacer. Dejarla tirada en el suelo no era una opción. Y tocarla había puesto en marcha todo un cúmulo de sensaciones indeseadas que lo llevaban a tener unas ganas locas de meterse por esa ventana.
Pero no lo haría porque intuía las nefastas consecuencias que habría para ambos. Debía huir, alejarse de ella, negar el deseo que lo estaba poseyendo, actuar con cordura, eso le decían siglos de supervivencia, generación tras generación de conocimiento grabado en sus genes de lobo.
Ignoró su instinto y siguió allí parado, viendo a la sombra que iba y venía por la habitación, en un vano intento por aplacar lo que sentía y comprenderse a sí mismo.
La sombra se acercó a la ventana, cortándole el aliento. Damián se agazapó entre los arbustos, con el corazón bombeando adrenalina por litros, ni hablar del sudor. Su excitación lo tenía jadeando y empeoró cuando la cortina se abrió y se asomó una monstruosa criatura con la cara verde y el pelo rojo.
—¡Ya te caché, pervertido! ¡¿A quién crees que estás espiando?! ¡Espera a que te agarre! Alana, trae los bates —gritó Ximena.
Cuando ella y Alana llegaron a los arbustos ni las huellas de Damián quedaban. Vaya susto se había llevado.
—¿Segura que viste a alguien? —preguntó Alana.
—Aquí estaba, oculto en una capucha y mirando hacia las ventanas. La nuestra tiene cortina, pero las otras no. Seguro y estaba tocándose el muy enfermo.
—¡Ay no digas eso!
—Mañana mismo compramos un spray para ti también y unos bates de verdad.
Los que tenían eran unos pliegos de cartulina enrollados.
—En momentos como estos me alegra estar contigo —comentó Alana mientras caminaban de regreso a la residencia.
—Lo sé, chiquita. Tú tranquila, que yo te enseñaré a mostrar los dientes.
No hubo pesadillas aquella noche para Alana. Por alguna razón que no acababa de comprender, su corazón estaba en paz como sólo lo había estado cuando dormía en su cama, sabiendo que a pocos metros lo hacían sus padres y su hermano. Tal vez tuviera sueños lindos en aquel entonces, le gustaría recordarlos.
〜✿〜
—Hola, chicas —las saludó Pedro en la clase de Cálculo II.
Se sentó junto a Alana, en la cuarta fila.
—Alguien me quitó mi puesto —explicó él al ver sus expresiones de sorpresa.
Se voltearon y encontraron a Damián, en el último puesto de la última fila del auditorio, que estaba por las nubes.
—Uy sí, el señor rudo y antisocial —susurró Ximena para que Pedro no oyera—. Ahora Marcos se sentará junto a él y no adelante. No podré sabroseármelo durante la clase. Maldito.
—En el partido de esta noche será mi debut. Supongo que irán a verme, son mis primeras fans.
—Claro que sí, Pedrito. Alana estará en primera fila, ella es tu fan número uno.
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¿Por qué debías ser tú?
WerewolfDesde los cuatro años, Alana ha intentado convencerse de que el accidente en que murieron sus padres y su hermano no fue causado por un hombre lobo. Les teme, los odia y jamás podría acabar enamorada de uno, sobre todo porque no existen. Sin embargo...