I El misterio del hombre lobo

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"Despierta".

Damián Zóster, hijo del alfa de la manada Ojos carmesí y estudiante en el campus desde principios del semestre, se incorporó de golpe y se tocó el pecho. En sueños alguien acababa de atravesárselo y le ardía. Desde su llegada a Saint Roent, dormir ya no era lo mismo, alguien allí lo perturbaba y acaparaba sus pensamientos. De pronto, tuvo la aterradora sensación de que ya no tenía el corazón ahí dentro y salió de la cama en la residencia de hombres con la certeza de saber donde se hallaba. Cruzó a tientas la arboleda y cerca del final la vio. Alana Valencia, a quien sólo conocía de nombre, pero que le parecía conocer de toda la vida yacía desmayada. Con resquemor se atrevió a tocarla. La piel fría lo instaba a calentarla, era un mensaje a sus instintos mismos, al lobo que creía haber hallado lo que tanto anhelaba. No reparó en aquellos pensamientos y fue rápido por ayuda.

"Despierta".

Alana abrió los ojos y se encontró en la enfermería, con la inquietante sensación de que alguien la llamaba y que debía estar en otro lugar, muy lejos de allí. Ya había amanecido y Ximena la había acompañado durante su inconsciencia. La joven se le lanzó encima, le sacó todo el aire de lo fuerte que la abrazó.

—¿Qué me pasó? Me duele la cabeza.

—Te desmayaste en la arboleda, pero tranquila, nadie te violó. La próxima vez que se te ocurra salir de madrugada, llévame contigo. ¿A que no adivinas quién te encontró?

—¿Don Agustín?

—¡Ja! El conserje apenas sabe dónde tiene la cabeza. ¡Te encontró Marcos Zóster! Te cargó con sus fuertes brazos y te trajo hasta aquí. ¡¿Por qué no me pasan esas cosas a mí?! ¡Dios! Déjame abrazarte porque todavía hueles a su delicioso perfume.

Ximena estuvo apretujándola y frotándose contra ella hasta que llegó la enfermera. La mujer evaluó sus constantes vitales, le hizo varias preguntas, le sugirió no estudiar hasta tan tarde para evitar problemas de insomnio y la envió a desayunar.

Alana se dio toda la vuelta para llegar a la residencia de mujeres sin pasar por las canchas.

—La distancia más corta entre dos puntos siempre es la línea recta y lo sabes. Dime qué está pasando. No eres una debilucha que se desmaye así, sin más. Algo debió impresionarte mucho y no me mientas porque mi talento es ser perceptiva.

Y no había que ser muy talentosa para notar lo pálida que estaba Alana y lo desorbitados de sus ojos pardos, que miraban todo con auténtico pánico.

—Vi algo, Xime. Algo que no debería existir, algo imposible... algo que veo sólo en mis sueños.

—¿En los sueños feos?

—¿Acaso hay otros?

Ximena la acunó en su pecho y le limpió las lágrimas que iban brotando.

—Si no puedes contarme lo que te aflige, entonces nuestra amistad no tiene ningún sentido. Confía en mí.

Alana inhaló profundamente para obligarse a decir lo que su cordura le impedía siquiera concebir:

—Vi... vi a un hombre lobo. Caminaba por las canchas y medía como dos metros, era monstruoso, estoy segura de que lo vi... ¿Crees que estoy loca?

—No, claro que no. Todo tiene una explicación lógica. Anoche saliste luego de la pesadilla, te desmayaste y en la enfermería seguiste durmiendo hasta el amanecer. ¿Es probable que estuvieras sonámbula?

—No. Recuerdo todo lo que ocurrió hasta que lo vi, estaba despierta y eso me siguió desde mis sueños. Y debe estar por allí afuera... —miró alrededor. Además de las camas, muebles y material de estudio, no tenían nada para defenderse.

¿Por qué debías ser tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora