27. Quiero que sientas cuánto te amo

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No había manera de no sentir tantas emociones revoloteando como mariposas agitadas dentro de su cabeza.
Piper estaba jadeando mientras las manos de Alex parecían recorrerla por todas partes. Era como si en vez de un par de manos, más bien fueran tentáculos cálidos invadiéndola por dentro y por fuera, pues los tremores de su cuerpo parecían a punto de hacerla convulsionar, como si no estuviera lista para recibir todas esas atenciones que la pelinegra le estaba dando.

Y es que Alex no era nada novata en el arte de amar a las mujeres. Había estado con tantas que era imposible contarlas con los dedos de sus manos, pero eso mismo le había servido para hacer algo así como una investigación de campo en la que ya podía decirse toda una observadora profesional.
Sabía los puntos exactos donde el cuerpo de Piper comenzaba a actuar como desesperado y le gustaba mucho sentir la manera en que sus caderas chocaban con ella pidiendo, no, más bien rogando por la atención que necesitaba en un sitio en específico que había descubierto tan pobremente inexplorado que cada vez que se encontraban íntimamente ella había querido venerar como si pudiera recuperar el tiempo perdido en intentos de sexo nada satisfactorio para la rubia que, a penas había llegado a su cama, ahora no quería salir de ella.

Ni siquiera habían alcanzado la cama. No la necesitaban. 
El cuerpo de Piper estaba pegado de espalda a la pared mientras que su frente se llevaba la mejor parte sintiendo la calidez de Alex por todos lados.
Sus manos apretaban a la pelinegra contra ella misma, atrayéndola con necesidad de más, rogando muy en silencio por lo que tanto había estado esperando a penas se habían separado.
La quería, y eso no era ningún secreto. No hablando en términos de amor, porque Piper la amaba con su piel que se derretía con cada beso y cada caricia, con sus labios que anhelaban los de ella y rogaban por su dulzura cada segundo, la amaba con sus ojos que brillaban de manera bastante intensa cuando percibían su magnífico ser aunque fuera en una fotografía. Piper la amaba tanto que incluso con su nariz lo demostraba, pues siempre buscaba por ese aroma a Alex que nada tenía que ver con perfumes o gel de ducha. Era su esencia, algo más allá del entendimiento siquiera de ella misma.

Piper la quería, pero en ese momento la quería de forma carnal y llena de deseos imperiosos por ser satisfechos en el preciso momento en que parecía que Alex más quería juguetear con ella y llevarla hasta la desesperación que, sin mucho esfuerzo, estaba consiguiendo.
Sus labios intensificaron el beso, negándose a dejar a los de la pelinegra apartarse camino a su cuello como pretendían, y de pronto la risita de Alex fue más que evidente, estrellándose contra su desespero.

Las manos de la pelinegra cesaron de tocar el cuerpo de Piper y simplemente se quedaron inhertes sobre su culo que ahora echaba de menos los apretones descuidados que hacía instantes la estaban llevando hacia la locura.
Un quejido salió de sus labios, la rubia estaba obviamente en vísperas de molestarse por todo estímulo que se había detenido de pronto.

—¿Pasa algo?— todavía se burló.

—Te necesito...— musitó mirándola a los labios.

—Y yo necesito un baño, pero no me ves aquí quejándome, ¿o sí?

Piper se sintió una completa desconsiderada en ese instante. Ni siquiera había pensado lo que su novia podía estar necesitando. Quizás incluso estaba cansada por el vuelo, pues a diferencia de ella, la rubia había descansado un rato por la mañana antes de irse a ese museo que su profesor había sugerido, se había duchado y había dormido una hora por lo menos, pero Alex ni siquiera había comido algo y ni hablar de descansar, pues prácticamente estaba llegando a la ciudad.

—Cierto... Yo puedo ayudarte con eso para que descanses, y luego pediremos la cena.— le acarició los hombros con suavidad —Necesitamos que tengas energías para más tarde.

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