Una pesadilla hecha realidad

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Estaba seco. Llevaban más de dos horas de interrogatorio. A Alfonso se le habían acabado las pruebas para corroborar que ese hombre viejo, sentado frente a él, era su pequeña y linda novia. Desde lo más específico, hasta lo más trivial y capcioso. Incluso le pidió datos de gente que conocían ambos; repetir números telefónicos; escribir textos sin sentido, para comparar el tipo de letra. Alexa sabía dibujar. Ese hombre también. Convenientemente, la cicatriz en la espalda baja estaba allí.

A esas alturas, la respuesta era clara, pero él se negaba a aceptarlo. Es que era simple y sencillamente una locura. Un mal sueño. Una fantasía sinsentido. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué?

Por más que quisiera, el hecho de que fuese una broma o una estafa ya le parecía lejano. Más improbable, dado todas las pruebas. Debía aceptarlo: su novia ahora era un hombre viejo.

¡No! ¡No podía aceptar algo así!

—Alfonso... —habló Álex, luego de que reinara el silencio por casi tres minutos. Esa voz gruesa a Alfonso le causaba repeluz—. ¿Qué va a pasar ahora?...

El hombre volteó a verlo, luego de meditarlo unos segundos más. Miró al viejo a los ojos. Vio esa mirada angustiada; cansada y suplicante. Esos ojos. Esa mirada.

Algo se removió dentro de él.

—¿En verdad... eres... ella? —corroboró una última vez, resignado, y sintiéndose un poco estúpido al preguntar eso a un hombre.

—Soy yo. Lo juro...

Entonces, con mucho pesar y desconcierto, creyó sus palabras. Quizá era ingenuo o simplemente idiota, pero creyó esa locura. Y lo invadió la culpa. Entonces en su mente se proyectó su encuentro de hace unas horas, donde lo sujetó con brusquedad; amenazó, insultó y golpeó. Figuró a la pequeña chica, en lugar del viejo, y sintió asco de sí mismo.

La lastimó.

Señor AlexaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora