Cambios inesperados

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Vibrante y enérgico era el día, aquella mañana de Abril cuando los jóvenes Stingy, Ziggy, Trixie y Pixel, contaban sus aventuras en la plaza de Lazy Town

─No entiendo por qué tenemos que formarnos en las filas del banco, si tenemos tecnología para transferir dinero desde nuestros teléfonos ─ dijo el jóven Pixel, con su mirada perdida en su pantalla de retina y gorilla glass. ─Si tan sólo las personas pusieran un poco de empeño, así como lo hacen para leer historias ficticias en internet, el mundo cambiaría un poco ─

Trixie, que aún intentaba mantener una relación lo más cercana a la amistad, no estaba de acueerdo, pero no quería expresar su desagrado con la declaración de Pixel. Muchas tardes había pasado sentado en su ventana de bahía, contemplando a través del cristal, sin contemplar realmente. Con sus pensamientos taciturnos, ahora vivaces por el dolor inflingido por su recuerdo, el recuerdo de esos ojos marrones y esos cabellos encendidos como el fuego del infierno.
Si alguien viera a la chica de 17 años, casi universitaria, que el verano pasado había conocido el paraíso, inesperadamente indoloro, pero un poco más tibio de lo que ella soñaba; Un poco más húmedo de lo que deseaba, pero igual de profundo y placentero. Había escuchado que personas como Pixel, sin afán de separar o hablar de "razas", son más grandes que las personas "como ella"; Con un gemido ahogado y un poco de saliva, Trixie pasaba los pensamientos de rasguños en las paredes de su más íntima cualidad como mujer, debido a las dimensiones de su amante, pero Pixel fue tan amable, tan gentil, tan paciente, que nunca en su vida tuvo que pedirle que se detuviera, más bien todo lo contrario.

Vaya que el tiempo había pasado y todo cambió entrado el Invierno. Una desgraciada y descarada cara de mustia, que de a poco fue entrando en la vida del moreno de ojos color pasión y voz que enciende hasta la leña más mojada, o a Trixie en las condiciones de esa leña. Rencor no era la palabra que podía rejurgitar por su esófago, o dilucidar con vehemencia, pero a todas luces, simpatía y compañerismo no eran los adjetivos para calificar sus sentimientos hacia ella, tampoco hacia él.

La madre de Trixie le había enseñado que a los hombres se les tiene que perdonar sus fechorias, porque son quienes proveen y llevan el 90% de la energía a la cama; Pero ella no estaba segura de que su predecesora tuviera toda la razón, sobre todo cuando el susodicho hombre, promete ser leal y fiel a su mujer, aún si se encuentran en la cumbre del éxtasis que simboliza la juventud. Trixie no era famélica de pensamiento, ella entiende que las personas no pertenecen a otras personas y que, aún si Pixel no hubiera tenido su faceta de explorador, explorando las cavernas más baratas, resbalosas, inmorales y poco amigas, que le sedujeron al inicio de Diciembre, de todos modos todo hubiera terminado, eventualmente.

─Las personas entienden y procesan cada cosas distinto, unos de otros, Pixel ─ suscitó la mencionada señorita del corazón en proceso de sanación.

─Si... yo sólo decía que se trata de actitud, yo nunca haría algo tan tonto como desperdiciar energía y tiempo, cuando puedo hacer las cosas mejor ─ Contra atacó el moreno. Sus palabras carecían de fundamentos, pues él sí había desperdiciado energía y tiempo en malas decisiones. Tal vez no sus fuerzas, pero sí las de Trixie, mientras lloraba entre sábanas y sentía la experiencia impregnarse en su mente, como sólo la vida es capaz de enseñarnos, a través de la memoria muscular, a través del mar que casi nos ahoga y se llama dolor y arrepentimiento.

Pero los hombres a menudo olvidan tan rápido sus errores, y juzgan a otros como si ellos fueran perfectos.

Ziggy sintió el rígido viento azotando en la tensión que ya se sentía desde que éstos dos compartieron metros cuadrados, pero a diferencia de ellos, Ziggy era un buen amigo, de sangre muy liviana y amplia sonrisa.

─Oigan, ¿Y si vamos por un helado? ─ propuso con sencillez y frescura, el rechoncho colegial de 16 años.

Sin escatimar en una mirada de complicidad, Stingy asiente y se para de su asiento en un breve salto, cayendo con delicadeza sobre sus pies, vestidos con zapatos de cuero italiano y unidos con clavos por las manos de un artesano experto. La familia de Stingy era de abolengo, compartían lazos sanguineos e históricos con los fundadores de Lazy Town, sus cuidades aledañas y pelearon batallas para defender a la zona durante la guerra civil que aconteció hacía 80 años. Trixie y Stingy, hermanos gemelos dispares, comparten un hogar, un apellido y el ADN, pero no los mismos intereses, sin embargo, Stingy amaba a su hermana y sí comparte el sentimiento de la resquebrajadura en su tierno y fraternal corazón.
Mientras que Trixie juega al Hockey en el patio, viste con holgados y sencillos, Stingy gusta de levantarse temprano, tomar una ducha breve, pero energética, comenzar su rutina de skincare, ejercitarse y tomar una ducha nuevamente; Come saludable, viste Gucci y Hugo Boss, va a la escuela preparatoria de Lazy Town, pero desea realizar un voluntariado en el comedor comunitario de TownField, el pueblo vecino, pues la vida le ha otorgado dones y galardones inmerecidos y, con su buena voluntad por la humanidad, anhela dar de vuelta un poco de lo que el universo le ha ofrecido con ambas manos.

Pasos pacíficos resonaban en la explanada, producto de la caminata emprendida por el variopinto grupo; Pasos desagradables resonaban en el arcén, cuando una prepotencia purulante emanaba de aquella silueta con cromatismo rosado se acercaba impasiblemente distrubante, cortando de cuajo el reverberante y afable sonido de voces al otro extremo del lugar. Stephanie llegaba a la ciudad, después de un paseo por la zona conurbada y "de lujo", con su... ¿Tía?, ¿Abuela?. La sombra de una señora madura se vislumbraba através del cristal polarizado que subía velozmente, a la par que las ruedas del vehículo, convirtiéndose velozmente en un fugaz recuerdo.

─¡Hola chicos bellos!... y chica. ─ Espetó Stephanie con un diminuendo en el volumen de su voz, hasta llegar casi a un susurro apático al pronunciar las últimas tres sílabas. ─Ya volví de shopping, ¡Y les traigo un chisme que parecen dos! ─. Pixel asentía con su quijada abierta un par de centímetros y, disimuladamente, asomando con tenacidad, la curvatura bajo el vientre de Stephanie, remarcada entre sus piernas por su entallado vestido talla "0 cerebro".

Stingy, por su parte, no quiso prestarle atención, pero su síndrome de Diógenes le hizo cavilar sobre el libro de pasta dura que se asomaba por entre las bolsas de la rosada reputación que yace frente a él.

─¿Qué tienes ahí, Stephanie?. ¡Eso es MIO! ─ Exclamó el aseado hombrecillo de vestimentas amarillas.

─¿Esto?, no es nada, lo encontré por ahí. ¿Quieres verlo?, creo que es un libro de recortes o algo así. ─ Respondió Stephanie.

─Quiero verlo, ¿Podemos verlo todos? ─ Mencionó Stingy, en un intento de eliminar al menos un 15% de la tensión latente en el aire. ─Yo quiero que me lo enseñes. ─ Secundó el ansioso Pixel.

Tumbados en el césped, formando un semi círculo, sintiendo el gozo de la hierba bien podada y regada, alimentada con fertilizante a mediados de Invierno, los adolescentes, casi adultos (a excepció de Stephanie, quien estaba a punto de cumplir 19 en un par de meses), disfrutaron de una serie de fotografías, entre film de 35mm e instantáneas tipo Polaroid, pegadas en ese libro de pasta gruesa, color carmín con el título "Mi vida en Lazy Town", mientras reían por la naturaleza del contenido. Fotografías de eventos del pueblo, acontecimientos chistosos, fotografías de ellos, jugando al ser más pequeños, entre otras cuestiones. A los chicos no se les hizo extraño que vieran fotos de ellos, siendo que la procedencia del álbum era un misterio, pues a menudo había fotógrafos comunitarios y donaciones de fotografías para las noticias de Lazy Town.

Sin embargo, algo llamó la atención de Stingy por encima de todo lo demás. Era una fotografía tipo Polaroid, de un hombre de hermosa figura y expresión cálida; De corpulentos pero bien esculpidos brazos, pecho prominente, cuello y mentón perfectamente formados por la misma mano de Zeus; Y un peculiar bigote. ¡Dios! en ese momento, Stingy anhelaba ese bigote tan cerca de sus clavículas que podría dejar todos sus outfits y zapatos italianos a cambio de un minuto tan cerca de él que podría degustar su perfume, saborear su aliento, sentir sus manos recorriendo su cintura... ¡QUEEEEEE! Stingy no entendía lo que estaba aconteciendo en su interior, palpitante y lleno de fervor, hervor y pasión. Stingy jamás había sentido esto por otro hombre, de hecho, por nadie más.

Stingy no sabe quien es este hombre, sólo sabe que esta fotografía le gusta, él le gusta, y lo está disfrutando.

Portada ilustrada por: Afto0n

StingyTacus - Serendipia de pasión en Lazy TownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora