El hombre de ensueño

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─Eso... e.. eso es... ¡Eso es MIO!─ gritó desde adentro la mujer que se escondía en el pecho de Stingy, la mujer que siempre estuvo ahí, pero su yo consciente nunca tuvo el valor de dejarle salir.

Casi de una salto, como quien se sienta sobre una banca de metal, en un parque sin sombra, en un día de verano, Stingy se incorporó, esperando que su respiración vibrante, burbujeante, feroz, acelerada y pasional, no fuera tan evidente. Sus sienes palpitaban, a la par de su enamorado corazón; Sus manos no sudaban, imitaban las paredes de una ducha tibia, una ducha que, algún día, podría ser compartida entre el hombre de ensueño de los ojos azules y los sacos de masculinidad que poblaban sus brazos.

Stephanie, por su lado, necesitó de un par de segundos más para salir del trance establecido entre el rectángulo de nitrocelulosa y sus pupilas. El fuego que emanaba de ellas era más del necesario para asar bombones en una noche de camping, era la dosis requerida para poner celoso al infierno y derretir los casquetes polares al menos un par de veces. Sin embargo, había más fuego en el sur de su anatomía, donde Pixel había hecho las paces con el universo, al experimentar el placer de dar, donde dos pares de labios comparten un húmedo beso que se ciñe de fervor por la vocación común de hacer llegar al éxtasis a ambas partes, entre la vida que otorga el ejercicio cardiovascular y la muerte momentánea, brindada por las contracciones de ese mismo sur, llenándose de un sólo deseo: encontrarse en la cima del mundo; Sólo que ese mundo se llama Sportacus, y la cima es, literalmente, cabalgarlo hasta la eyaculación abundante y del color de las nubes. Nubes calientes y espesas. Nubes que crean vida. Nubes que se posan sobre el rostro de una, casi mareada por el calor, chica de cabello rosado.

Al momento siguiente, ambas amigas, de par en par, establecieron contacto visual al estar sobre sus pies, pero ninguno podía ver claramente al otro, pues el estupor pasional había tomado posesión de las sensaciones de sus cuerpos, sus mentes y sus deseos carnales más eróticos.
La conciencia volvió al poco rato, habilitando las capacidades cognitivas de ambas, nuevamente. La conciencia se había apoderado una vez más de quienes, sin pensarlo, como el reflejo de un recién nacido que pide ser alimentado, pidieron el alimento que existia en los pectorales y el abdomen, incluso más abajo, del atesorado hombre de la fotografía.

Stephanie observó los pantaloncillos de Stingy, amarillos como la bilirrubina. Stingy observó a Stephanie, posando su mirada en sus mejillas, rojas como la hemoglobina. En un escaneo de norte a sur, Stingy observó, como quien intenta ir más allá de sus capacidades, el vestido de Stephanie. Jamás había observado con atención sus pechos, juveniles y pequeños, como esperando quien los despierte y les guíe hacia la madurez física y deseando que alguien les ayude a encontrar su camino a la siguiente talla de sujetador. Stephanie, con una mirada prejuiciosa, no pudo evitar sentir lástima de Stingy, quien no está lo suficientemente bueno como Sportacus. Seguro que ninguna dama quisiera beber de su fuente, fusionar su cuerpo con el suyo, entrelazando sus piernas por su espalda, ahogando gemidos por estar en un lugar habitado por otras personas. Ella conocía bien esa adrenalina, pero jamás la había experimentado con un hombre maduro, como el que surca los cielos de Lazy Town.

Stingy, confundido, en un reflejo involuntario, sintió celos por Stephanie, por tener en su humanidad esas dos magníficas trampas de lujuria, a las cuales él no podía acceder de forma "natural". Stingy sabe que la vida es difícil cuando tienes un sueño que deseas realizar, pero que los demás ven como un sueño imposible. Tal vez sea imposible en el mundo real, pero en el mundo de los sueños, puede ser real. El mundo en donde sólo pudieron haber nacido esos ojos hermosos, del color del cielo, del color del mar, del color del infinito y las estrellas. Stingy sabe que su sueño es Sportacus, y hará lo que sea necesario para hacerlo realidad, aunque tenga que seducirle hasta la última parte de su ADN. Aunque tenga que besarle hasta el último recoveco de su alma. Aunque tenga que sobarle hasta el último centímetro de su hombría.

StingyTacus - Serendipia de pasión en Lazy TownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora