El peso de la palabra amigo resultaba tan molesto como buscar una aguja en un pajar. No importase la cantidad de eruditos buscando su significado, la autenticidad de la palabra, su verdad, era un término subjetivo como cualquier otro haciendo alusión a cualquier tipo de relación humana, basada en la confianza entre dos o más personas.
Algo que por su origen ambiguo se pintaba difícil de obtener, ya que era producto de un largo periodo de negociaciones, de búsqueda y pérdida. Al Haitham sabía que así era, por eso nunca se había cuestionado a mayor profundidad por qué no tenía a nadie cercano a quien considerar un amigo.
Y realmente tampoco era que le importara.
Avanza por los pasillos de la Academia, si hay algo que le fascina de ese ambiente escolar es que todos siempre parecían ensimismados en sus mundos, dejándole en paz la mayor parte del tiempo. A veces tenía encuentros desafortunados con personas buscando su ayuda, después de haber adoptado la posición de Gran Sabio esas molestias se habían vuelto más frecuentes de lo que deseaba, pero a final de cuentas era trabajo, y aunque su mentalidad no correspondiera a la de cualquier trabajador perfeccionista y compulsivo, sabía que las cosas se hacían bien o no se hacían.
Últimamente pasaba más tiempo en la Academia, y eso se lo atribuía nada más y nada menos que a la exuberante carga de trabajo. Papeles por aquí, papeles por allá, de vez en cuando se podía dar el lujo de tomarse un tiempo libre para leer un buen libro, después de haber absorbido gran parte del conocimiento disponible en la biblioteca. De alguna u otra forma tenía que recuperar los momentos de paz y tranquilidad que se habían evaporado de su mismo hogar.
Kaveh había estado fuera por mucho tiempo, ocupado en el desierto con algún nuevo proyecto ambicioso con tendencia a dejarlo en la ruina (estadísticamente hablando), por lo que su llegada cambiaba por completo el estilo de vida del Gran Sabio.
Era una molestia dormirse con los audífonos, pero terminaba siendo imperativo, era eso o escuchar el sonido de Kaveh en la madrugada trabajando en alguna maqueta de sus diseños arquitectónicos.
Al Haitham entra a su oficina y se sienta detrás del escritorio, suelta un suspiro para liberar tensiones y justo al momento en que se dispone a seguir su trabajo la puerta de su último refugio de tranquilidad es sacudida con un estruendo, para dar paso a un torbellino de hebras rubias. Pese a su estoica expresión, al ver de quién se trata siente algo cocinarse en su estómago para subir a su pecho. Molestia, ni más ni menos.
¿Cómo era posible que los factores del tiempo hayan ido en su contra haciendo posible tal encuentro?
— ¡Mis llaves!
Kaveh se apoya sobre sus rodillas por un momento, cuando logra recuperar el aliento señala a Al Haitham con gesto acusador.
— ¿Qué?
— Mis llaves, dámelas.
Kaveh se aproxima al escritorio y se reclina sobre este, colocando los nudillos sobre la gélida superficie de madera. Sus ojos se muestran fúricos, de un carmesí brillante, como el reflejo de una luna roja contra agua cristalina.
— Podría llamar a los guardias por esta intromisión — Al Haitham aparta la mirada de su compañero de cuarto y la clava en los papeles del escritorio, replanteándose una y otra vez si fue buena idea dejarlo vivir en la comodidad de sus aposentos.
— Pues entonces hazlo, pero asegúrate de devolverme mis llaves antes de que me lleven. Te he buscado en todos lados...
Si había algo, de tantas cosas que Al Haitham no toleraba de Kaveh, era lo expresivo de su persona. Todo gesto, todo movimiento, un as del lenguaje corporal, un genio con pensamientos tan apresurados e impresionantes como ningún otro, con un estúpido y bien trabajado sentido de la vanidad y moda. Un extrovertido en toda la extensión de la palabra, con amigos hasta debajo de las rocas y preocupaciones que, en el mayor de los casos, ni siquiera le correspondían.
Toda esa energía le resultaba drenante.
— No tomé tus llaves.
— ¿Sabes? Siempre haces esto, lo mismo... me vuelves loco una y otra vez, me pones al límite cada cinco segundos y luego estás ahí con tu cara seria e inexpresiva riéndote de mi miseria... — Kaveh hablaba con rapidez, haciendo demasiados gestos con las manos.
— Si es todo por lo que vienes, puedes retirarte, tengo demasiado trabajo.
Kaveh siente un tic en el ojo. Resultaba exasperante lidiar con una persona así. Tan seria, tan brutalmente crítica. Se pasa las manos por el cabello, y se cruza de brazos.
— Voy a mudarme.
Al Haitham ni siquiera se inmuta. O si lo hace, no hay forma de que lo aparente.
— Entendido.
— ¿Entendido?
— Si es lo que deseas, entonces de acuerdo.
«Por más que quiera irme no puedo, aún no...» piensa Kaveh para sus adentros.
Estar tan cerca de ese individuo tan peculiar, compartir el mismo techo con su mayor némesis, con el producto de sus peores pesadillas y más grandes miedos representaba un sacrificio enorme. Una prueba a fuego contra el tiempo.
Algún día sería demasiado tarde y el dolor sería tan profundo que no habría cura. Algún día, el enamoramiento tan problemático que tenía hacia la personalidad defectuosa y orgullosa de su compañero de cuarto sería su más grande ruina.
Si es que no lo era ya.
Y es que dos personas tan polarizadas no podrían estar destinadas a una grata confluencia. El amor unilateral siempre resultaba siendo el más doloroso. Alimentado de esperanzas, de ilusiones, de hechos poco comprobables y para nada verídicos, simplemente siendo el resultado de una mente incansable.
— En cuánto pueda pagar una renta me marcharé.
No quiere darle tiempo para responder. Con ganas de saltarse su palabrería afilada, Kaveh sale de la oficina de Al Haitham dejando la puerta abierta a su paso. La secretaria, apenada, se acerca con paso apresurado y cierra la puerta de forma lenta, porque al Gran Sabio le molesta el ruido, y todo aquello que evoque un sentir.
En el resguardo de su soledad, saca las llaves del cajón del escritorio. Observa el adorno colgante, un león diminuto con expresión extraña. Recuerda su origen, nada más y nada menos que una simple estafa. Cuando algo en su interior se remueve deja el llavero en el mismo lugar y se da el lujo de sonreír un poco, apenas alzando la comisura de sus labios, como un niño diablo escondiendo su travesura.
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No, no somos amigos | HAIKAVEH
Fanfic"Al Haitham y Kaveh no son amigos. Solían serlo, claro está, pero muchas cosas son diferentes y ninguno sabe si en algún momento podrán reparar lo irreparable. Las cosas cambian un poco cuando Kaveh vuelve de un largo proyecto en el desierto... pero...