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Calle Larios, Málaga

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Calle Larios, Málaga. 22 de diciembre del 2022.

—¡En qué maldito momento te hicimos caso, Helena!

Cuatro figuras con extrañas vestiduras corrían por la calle sorteando a los distintos transeúntes que esperaban, con alegría, el encendido de las luces de Navidad. Pasaban desapercibidos entre las miles de personas que visitaban cada año, por esas fechas, el concurrido centro malagueño. El epicentro de la fiesta y la diversión era la calle Larios, donde todas las clases sociales se reunían para celebrar, comprar y emocionarse por la llegada de las fiestas. La gente estaba acostumbrada a las extravagancias de los turistas y, a pesar de que nuestros protagonistas llevaban indumentaria de batalla, como la utilizada en la antigua Grecia, todo el mundo pensaba que era una despedida de soltero un poco pasada de vuelta, cosa bastante común durante todo el año.

—¡Nadie te puso una espada en el cuello, Hilo!

Helena esquivaba como podía la muchedumbre. Casi derribó un carrito de bebe acompañado por una madre asustada, pero pudo cambiar el rumbo en el último momento. La mujer se guardó los improperios para cuando contase la historia a sus amigas más adelante, pues en ese momento solo pensaba en el bienestar de su hijo y en la mala idea que había sido ir ese día al encendido.

El público gruñía e insultaba al paso de Helena, pero al ver la cojera de nuestra amiga, con el añadido de que llevaba una pierna ortopédica, parecían calmarse y dejarle paso. Iba la última de la comitiva que Hilo dirigía, como siempre y no podía evitar sentirse frustrada ante su incapacidad para poder correr con normalidad.

—¡Vamos! Tenemos solo diez minutos antes de que la puerta se cierre.

Las palabras de Orfeo fueron acompañadas por la música de la lira heredada de su padre, con el que compartía mucho más que el nombre. Gracias a esto pudo abrir un hueco en la multitud, pues todo ser viviente se movía al ritmo que este marcaba. Nadie pareció darse cuenta de su aspecto tétrico y blanquecino que destacaba entre los morenos andaluces que allí se congregaban. No solo por el embrujo de la melodía, sino porque parecía un nórdico más de tantos que visitaban la capital a lo largo del año.

Helena siguió sus pasos y consiguió acercarse lo suficiente a los demás gracias al músico. Le faltaba el aliento, aunque no tuvo tiempo de parar y recuperarlo. Hilo miró a su espalda y, con una mueca de desagrado, aumentó el ritmo de la carrera.

—¡Nos están alcanzando!

El truco de Orfeo había atraído la atención sobre ellos, haciendo que los fantasmas de Melínoe los localizaran y pusieran todo su empeño en atraparlos, a pesar de que habían conseguido despistarlos al entrar en la concurrida calle. Si no ponían remedio, les alcanzarían enseguida, pues su consistencia hacía que pudiesen atravesar los cuerpos de los humanos que continuaban mirando hacia arriba, ajenos a que un ejército de almas los estaba atravesando.

Sin esperar ni un segundo más, Agria, la cuarta integrante del grupo, se dio la vuelta y tras un movimiento de manos consiguió petrificar a los fantasmas, cuyos rostros inexpresivos se mantenían intactos. Aún así, eran demasiados, y nuestros héroes no tuvieron más remedio que acelerar el paso.

—¡Estamos llegando! —gritó Hilo mientras doblaba la última esquina y conseguía, con mucho esfuerzo, salir de la muchedumbre.

Los otros tres consiguieron llegar antes de que les alcanzaran y Agria volvió a utilizar sus dones para crear una especie de pantalla invisible que atravesaba el callejón por el que habían entrado. Los fantasmas aparecieron delante de ellos y justo cuando Helena colocaba una flecha en su arco se dio cuenta de que parecían desorientados.

—No saben que estamos aquí, piensan que hemos desaparecido gracias al hechizo —explicó Agria mientras se colocaba el vestido.

—¡No veas! —dijo Orfeo con su acento malagueño y poniendo las manos sobre las rodillas—. Pensaba que no íbamos a tener que hacer ejercicio físico.

—Deja de quejarte.

Helena respondió secamente mientras caminaba hacia Hilo, que les esperaba al final de la calle. La guerrera tuvo que disimular tras sus palabras, pues ella también estaba agotada. Sus noventa kilos de peso y la falta de ejercicio en los últimos años habían causado estragos en su forma física, pero no pensaba dejar que sus compañeros vieran su debilidad.

Y mucho menos Hilo.

—¿Estamos en el lugar correcto? —preguntó este cuando los demás llegaron a su lado.

Digo —respondió Orfeo con la voz entrecortada—. Ante ustedes, las ruinas del teatro romano.

Los cuatro pusieron los pies en la plaza de la calle Alcazabilla, una de las que cuenta con más historia de toda Málaga. Miraron al frente con serenidad sabiendo que, al fin, estaban cerca de completar su misión. El rey Agamenón tendrían su preciado espeto dorado y ellos podrían volver a descansar durante años puede que siglos, y seguir con sus tranquilas vidas en la Costa del Sol.

Hilo sacó su espada y lanzó una mirada gélida a Helena, que respondió de la misma manera. Tras unos segundos, este asintió y comenzó a andar mientras murmuraba.

—Vamos a acabar con esta mierda.

—Vamos a acabar con esta mierda

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Helena y la búsqueda del espeto doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora