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—¡Illa! ¡No es culpa mía! ¿Quién iba a pensar que mi pasado nos acabaría perjudicando en la misión?

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¡Illa! ¡No es culpa mía! ¿Quién iba a pensar que mi pasado nos acabaría perjudicando en la misión?

—¡Todos, Orfeo! —respondió Agria con furia calmada, algo normal en ella cuando se encontraba con un conflicto personal—. Si vas con esa actitud de golfo paseándote por la eternidad, al final siempre acabas dañando a los demás.

Intentando ignorar la discusión, Helena caminaba por detrás del grupo a través de las cavernas húmedas y frías que formaban el Hades. Llevaba el arco en sus manos, pero no estaba cargado. Solo quería que el margen de error en caso de ataque fuese inexistente o, al menos, el mínimo posible.

Contempló a Hilo, que seguía en cabeza revisando cada recoveco por el que iban pasando, con su espada en posición de ataque mientras las venas de sus brazos se marcaban por la tensión de sostener el pesado objeto. Un pensamiento intrusivo pasó por su mente, al recordar todas las veces que esos brazos le habían abrazado en románticos y lujuriosos encuentros, pero lo desechó con un gesto. No podía dejar que su parte inconsciente dominase su razón, tenía que completar la misión lo más rápido posible para poder volver a su tranquila vida de trabajo duro, dardos y puestas de sol con una cerveza en la mano.

A pesar de estar sumida en esta sencilla fantasía, no dejaba de estar atenta a todo lo que le rodeaba. No quería volver a estar con la guardia bajada si alguna otra criatura les atacaba o, más bien, no quería tener que deberle nada a Hilo. Solo le faltaba que el héroe tuviese un motivo más para victimizarse ante sus comportamientos agresivos, sabiendo todo lo que le había hecho en el pasado. 

De repente, el grupo se paró en seco, pues ante ellos se encontraba un portón enorme que cortaba el pasadizo. La discusión entre Agria y Orfeo había terminado en el momento que la hechicera se dio cuenta de que nada de lo que dijese serviría para cambiar ni un ápice la forma de ver la vida del músico.

—No vuelvas a intentar hacer la misma estupidez, Hilo —dijo Agria al ver como el rubio rebuscaba en la bolsa—. Estoy segura de que esta puerta no se abrirá por la fuerza.

—No pensaba hacerlo —respondió Hilo mientras dejaba la mochila en el suelo y un leve rubor manchaba sus mejillas.

Orfeo, con expresión seria, se acercó al portón de madera y comenzó a observar los grabados. Estaban escritos en griego antiguo y las palabras ocupaban toda la superficie. Helena comenzó a explorar por el lado contrario, intentando descifrar lo que en él ponía.

—Parece que cuenta la historia del descenso de Hades como señor del Inframundo —señaló Orfeo.

—¿Nunca habías pasado por aquí? —preguntó Agria, extrañada, pues todos sabían que el chico había nacido en las profundidades del reino de los muertos.

—Una pechá de veces. Aunque nunca había visto antes esto. Seguramente, Hades sabe que venimos y ha decidido ponernos más trabas. Eso explicaría la presencia de Quimera, a la que espero que Zeus acoja en su gloria —dijo mirando al cielo, compungido.

Helena y la búsqueda del espeto doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora