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—¡Por Artemisa qué me las vas a pagar!

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—¡Por Artemisa qué me las vas a pagar!

Helena estaba fuera de sí. Tanto que ninguno de sus compañeros sabía cómo detenerla. Tras atravesar las puertas, se encontraban en una extraña llanura dentro de las profundidades de la que no se veía el techo. Era como si, de repente, hubiesen salido a la superficie. Aunque sabían que eso no era posible. Mientras avanzaban con paso rápido, Helena disparaba flechas sin parar a Hilo, que intentaba esconderse con agilidad en todos los recovecos que encontraba.

—¡Detente de una vez! —gritó Hilo, teniendo que esquivar a continuación una flecha que estuvo a punto de impactar en su frente—. ¡No había visto que la frase continuaba! ¡Estaba en otro renglón!

—¡Mientes cómo un bellaco!

Agria y Orfeo, cansados tras varios intentos de parar a la rubia, caminaban disimuladamente por los caminos pedregosos que se iban encontrando atentos a lo que pudiese sorprenderles, ya que no podían contar, en ese momento, con los otros dos héroes.

—Helena, ¿por qué no lo dejas en paz? —comenzó a decir Orfeo, desesperado—. Está diciendo la verdad, su baja capacidad mental no le da para maquinar algo tan enrevesado y hacerte confesar... ¡Ay!

Una pequeña piedra golpeó la cabeza del músico, lanzada por Hilo. Antes de que pudiese continuar con su ataque, una flecha dorada se clavó en uno de sus hombros, haciendo que un grito escapase de sus labios y cayese al suelo desde una altura considerable.

Helena, al verlo tendido, corrió hacia donde se encontraba y, poniéndole la pierna ortopédica en el pecho para que no se levantase, apuntó con su arco entre los ojos del rubio, que permaneció inmóvil.

—Di la verdad y te perdonaré la vida —murmuró entre dientes.

—No te atreverás.

La expresión en el rostro de Helena cambió y se mostró más sosegada. Hilo sonrió, sabiendo que por mucho que su compañera le amenazase no acabaría con su vida y menos en medio de una misión. Su honor de heroína no le dejaría vivir con ello. Además, si hubiese querido matarle ya lo habría hecho, pues por algo era la mejor arquera de todo el Mediterráneo.

Cuando pensaba que todo iba a quedar en una pequeña trifulca y continuarían su camino, Helena apuntó con su arco a las partes nobles del rubio, haciendo que el miedo se instaurase en sus ojos.

—Tienes razón, no te mataré. Pero sí puedo dejarte sin descendencia para toda la eternidad.

—¡Vale! —gritó Hilo con desesperación—. Lo hice adrede, pero solo porque quería que te sincerases conmigo, Helena. ¡Necesitaba una respuesta!

Se quedaron en silencio mientras Agria y Orfeo se acercaban a contemplar la escena, más tranquilos sabiendo que no tendrían que intervenir para evitar la muerte del héroe. Helena lo miraba fijamente, sopesando sus opciones. Tras unos angustiosos segundos, bajó el arco, sonriendo.

Helena y la búsqueda del espeto doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora