6

6 2 3
                                    

La llegada de Orfeo a Málaga había ocurrido por casualidad, pero la huida de su anterior destino se debía a los problemas que había causado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La llegada de Orfeo a Málaga había ocurrido por casualidad, pero la huida de su anterior destino se debía a los problemas que había causado. Al igual que las anteriores veces durante los cientos de años que llevaba en este mundo, siempre ocurría algo forzado por su personalidad que hacía que tuviese que huir antes de sufrir el peor de los destinos. En su caso, siempre escapaba de algún poderoso dios o criatura. Cualquiera que tuviese el poder de condenarle por toda la eternidad sin tener que recurrir a la muerte.

Plantado ante su pasado representado por uno de sus antiguos amores y junto a sus compañeros que lo miraban entre sorprendidos y enfadados, pensó en todas las cosas de las que se había podido librar si tan solo hubiese pensado mejor las cosas antes de hacerlas.

Su nacimiento fue tan inesperado como problemático, pues nadie se esperaba que la vida surgiese en un lugar que estaba dedicado a honrar la muerte. Eurídice llevaba poco tiempo en el Inframundo, debido al despiste y la incredulidad de su amante, cuando se dio cuenta de que estaba encinta. Hades, al haber pasado a otros asuntos tras estar un tiempo jugando con las almas de estos dos enamorados, no supo lo que estaba pasando hasta que fue demasiado tarde.

La pequeña criatura que nació de las entrañas de la ninfa fue nombrado para honrar a su padre. Años después, este regresó cuando su corta vida mortal llegó a su fin y pudieron convivir los tres en armonía bajo la atenta mirada de Hades que había decidido dejarles en paz a cambio de que el pequeño estuviese a su servicio cuando fuese adulto.

Al principio, sus padres se asustaron, pues no sabían lo que el rey del Inframundo podía hacer con su pequeño, pero decidieron aceptar para poder ganar tiempo y porque no tenían otra opción. En un futuro, puede que se les ocurriese algo para escapar de las garras de Hades, aunque no tenían casi ninguna opción de conseguirlo. Los muertos le pertenecían, era así desde la repartición al principio de los tiempos.

La infancia de Orfeo en el Inframundo fue feliz y dichosa. Su padre le enseñó todos los placeres de la música y quedó prendado cuando vio que el pequeño había heredado sus dones. Eurídice le mostró la belleza de las palabras, de la bondad y las pequeñas acciones que podían hacer cambiar el mundo. Parecía que nuestro héroe estaba destinado a ser alguien bueno e importante.

Pero hubo un problema, y es que Hades no dejó pasar la oportunidad de cobrarse su premio. Cuando Orfeo tuvo edad suficiente para empuñar una espada, el dios le comenzó a entrenar para la batalla. Quedó frustrado al ver que su enclenque cuerpo y su poca coordinación no lo hacían un buen guerrero. Tras varios castigos infructuosos, se dio cuenta de que podía aprovechar al chico de una manera distinta, pues su labia e ingenio le hacían librarse de la mayoría de estos mientras Hades no estaba mirando.

Así llegaron a un acuerdo tácito en el que Orfeo no hacía misiones que requiriesen de una fuerza física, pero sí intelectual. Con el paso del tiempo, el dios se aburrió de su nuevo juguete y lo dejó de lado, pero el músico ya se había labrado un nombre y, al igual que nuestros demás héroes, era requerido por dioses y reyes para formar parte de las aventuras más épicas.

Esfinge, allí presente, fue una de ellas. No sabía cómo, pero en algún momento la criatura acabó prendada de Orfeo y él, mujeriego por naturaleza, aprovechó sus encantos para conquistarla y disfrutar de su compañía. Hasta, como siempre pasaba, se cansó de ella y la abandonó a su suerte prefiriendo huir antes que dar una explicación.

Los ojos de su antiguo amor le miraban allí en el Inframundo con un extraño brillo que puso nervioso al músico. Los demás también se estaban dando cuenta de ese instante y supieron que la parte difícil del viaje empezaba en ese momento.

Años de excusas y súplicas pasaron por la mente de Orfeo. Gracias a su madre tenía práctica en el arte de la oratoria y del amor, aunque el objetivo de Eurídice no había sido que lo utilizase para aprovecharse de los hombres, mujeres y criaturas que se cruzasen por su camino. Puso en orden sus ideas, esperando que la labia adquirida le librase de nuevo de un trágico final.

Y si no, siempre podía huir.

Es lo que hacía siempre. Su capacidad para engañar a los demás solo era comparable con la habilidad que tenía para desaparecer de los sitios. Siglos llevaba viajando por todo el mundo, pues cuando las cosas se ponían feas y alguien acababa con su vida, volvía a su hogar y podía aparecer por cualquiera de las puertas a la superficie que el Inframundo tenía. No sentía el peso de la vida eterna en esos momentos. Al contrario, suponía un alivio.

También era cierto que llevaba tanto tiempo en la capital malagueña que se había enamorado del lugar. No le había pasado en ningún otro lugar. Las enormes callas, el clima tropical y la alegría de su gente lo habían atrapado. Se sentía parte de ellos, imitando su hablar y sus costumbres. Ese era el único motivo por el que no había huído de la misión. No quería gloria, solo el dinero y el amor que sentía por la ciudad fueron las cosas que hicieron que no huyese de Agamenón en cuanto fue convocado.

Así que ahí estaba, decidido, pensando en las palabras adecuadas para que Esfinge les dejase pasar sin provocarla. Era algo complicado, su lengua muchas veces actuaba antes que su cerebro, pero no quería tampoco que sus compañeros pensasen que iba a ser una carga como le pasaba a la mayoría de la gente.

Por una vez en su vida, sería un héroe honrado. O, al menos, lo intentaría.

 O, al menos, lo intentaría

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Helena y la búsqueda del espeto doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora