Chocolate con pasas

325 30 8
                                    

—Ah... Ahhh... ¡Galand! —gemía Melascula mientras era embestida por su profesor favorito sobre su escritorio de madera en la última oficina del segundo piso. Lo había logrado. Por fin había conseguido que su amor fuera correspondido, y aunque el maduro caballero había tenido serias dudas sobre si arriesgarse o no a los juegos de la adolescente, al final, la barrera más grande entre los dos finalmente se había disuelto.

El cumpleaños de Melascula había sido el mes pasado, y su mayoría de edad no podría haber llegado en mejor momento. Ambos se habían estado rondando desde entonces y ahora, con motivo del día de San Valentín, cada uno de ellos había trazado su propio plan para tener un encuentro secreto. «No elegí ser la vicepresidenta por nada», pensó la pelimorada llevando al docente una propuesta para el evento que se celebraría por primavera. «No elegí ser su tutor por nada», pensó el cuarentón peliplateado, y se había quedado hasta tarde en su oficina con la consigna de terminar de evaluar hasta el último examen de todos sus grupos. No habían decidido arriesgarse ciegamente, ni llevados por la lujuria.

Tal vez había sido una perversa jugada del destino, pero la chica lo había amado desde que tenía uso de razón. Cuando era solo una pequeña de tres años en sus brazos y él un joven egresado de veinticinco. Cuando entró a la primaria y él fue el único que cuidó de ella. Cuando entró a la secundaria y descubrió lo que era sentirse atraída por alguien. "Es una etapa" había dicho su negligente y alcohólica madre. "Estás en la etapa en la que te gustan los chicos, ya se te pasará". Solo que no había sido así. Ella no quería a ningún chico. Lo quería a él, y lo había decidido desde que descubrió por primera vez lo que era el sexo, que él sería su amo y su esclavo al mismo tiempo. Mientras, él estaba peor. Aquella frase de "Si no has encontrado al amor de tu vida tal vez aún no nace" se aplicaba a él de una forma tan perfecta que era casi cómica. Toda su juventud se la había pasado sin romance, sin problemas, sin deseos. En cuanto la vio sólo pudo pensar en ella y ahora, quince años después, por fin podía ver realizadas todas sus fantasías de forma legal. O bueno, casi.

—Aprieta las piernas, linda. Y sostente, quiero ser rudo contigo.

—Sí. ¡Carajo, sí! —gimió ella en éxtasis, y todo el entrenamiento secreto que había hecho rindió frutos cuando sintió como alcanzaba la máxima dilatación. Él estaba cada vez más grueso, más duro. Y ella se sentía más enamorada y lujuriosa a cada segundo—. Pasita...

—Oye, no soy tan viejo. Ya te dije que no me digas así.

—Fufufu, no querido. Te estoy pidiendo que me regales uno de los chocolates de pasita. Ponlo en mi boca, y verás el gran efecto que tiene por dentro.

—¿De verdad? —preguntó travieso. No hacía falta. Una de las razones por las que estaba loco por ella era que sabía que nunca le mentía y eso, más que el misterioso poder de los chocolates, fue lo que hizo levantar de nuevo la ola de su excitación. La recompensa por compartir el dulce fue mayor a la esperada. Melascula apretó su miembro con tanta fuerza que parecía que ya no lo soltaría, y estaba demasiado caliente, suave y dulce. El sabor del chocolate y del sexo se expandió en ellos dejando una sensación sedosa, y cuando parecía que ya no podrían ir más lejos, la traviesa adolescente pidió algo digno de una experta en BDSM.

—Castígame. Dame azotes mientras me metes, "eso". —Ella había comprado sus chocolates en la dulcería, y habían resultado no ser los ganadores. Sin embargo, él los había comprado en la sexshop, y no sólo habían resultado ser los premiados sino que, llevado por la inspiración, compró ciertos artículos que sabía que tendría la ocasión de usar pronto. Un gran dildo en forma de serpiente apareció como por arte de magia del cajón del escritorio y, tras mostrárselo, la pelimorada gimió y lo lamió con glotonería.

—Mójalo —ordenó el hombre de gabardina poniéndole la cabeza del reptil en la boca. Ella chupó con fruición y, cuando el artículo estuvo completamente empapado, por fin se lo quitó de los labios, que siguieron unidos a la silicona por un hilo de saliva—. Perfecto. Aquí vamos, linda —dijo colocándolo sobre su apretado anillo. Un poco de presión, un par de risas traviesas de ambos, y la punta del travieso juguete sexual acabó enterrado en su carne rosada y palpitante—. Aquí van los golpes. ¿Estás lista?

—Con un demonio, ¡sí! —gritó desesperada, y una regla salida de la nada voló desde la mano de Galand hasta su trasero, que enrojeció ligeramente mientras el dildo anal era absorbido un centimetro—. ¡Carajo! —gruño con los dientes apretados, pero entonces llegó otro reglazo, y otro, y otro más, y con cada golpe el infernal aparato se iba adentrando cada vez más en ella. Mientras, las embestidas no se detenían, los gemidos continuaban, y el sabor y olor de los chocolates siguió impregnando sus fosas nasales—. ¡Mierda, mi coño! ¡Creo que va a explotar! ¡Aaaaah!

—Qué lenguaje, Mela querida. También tendré que castigarte por eso. Y creo que sé cómo. —Resulta que aquella serpiente aún tenía un truco bajo la manga. El profesor sacó un mando a distancia que brillaba con el mismo tono morado, ella lo vio solo un segundo. Acto seguido sonrió de tal forma que pareció que su cara se partiría en dos, y convulsionó de placer mientras el aparato comenzaba su vibración. Doblemente penetrada, con las nalgas rosas por el impacto de la regla y su sonido restellando en sus oídos, la joven se sintió como si de pronto se hubiera convertido en una demonesa. Explotó en mil pedazos arrastrando a Galand con ella, y en cuanto terminaron, ambos cayeron jadeando sobre el escritorio con la lascivia y el romance aún impresos en sus rostros. Lo primero que hizo tras recuperarse fue reírse sonoramente.

—Viejo tonto —dijo enderezándose y sacando de sí tanto su miembro como el dildo—. Te acostaste con una estudiante, y ahora te tengo completamente en mi poder. Vas a hacer lo que te diga, o confesaré lo que hicimos. —Esto tendría que haberlo asustado, tal vez, de no ser porque la misma pelimorada había guiado sus manos hasta sus pequeños pechos para que los apretara.

—Ya me imagino tus demandas —rió Galand con dulzura—. Vivir conmigo, un anillo de veinticuatro quilates, una casa en la playa y tu nombre en mi testamento. Eso, más mi fidelidad absoluta y mucho dinero, supongo. Bueno, pues todo eso lo tendrás, mi querida. Y sabes que yo siempre cumplo mis promesas. —La expresión perversa que la joven había hecho hasta un segundo atrás se disolvió en la más absoluta ternura, y la vicepresidenta del mejor grupo de la escuela besó a su novio secreto, pecaminoso e ilegal antes de volver a empezar una ronda de seco con chocolate con pasas. 


***

*demasiado ruborizada para comentar >///< Fufufu. Nos vemos mañana para el gran final, no se lo vayan a perder °3^



Chocolates de San Valentin - Especial de febrero 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora