Chocolate con café

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—Hace mucho que quería darte esto —susurró Zeldris con la mirada gacha y la caja de chocolates en forma de corazón extendida hacia el frente—. Feliz San Valentín, Gelda. Espero puedas aceptar esto de mi parte. —Una suave brisa mecía las cortinas, y un hermoso arcoíris atravesaba los cristales llegando hasta los pies de ambos en medio del aula que usaban para sus reuniones. Ella se iba. Y él había logrado alcanzarla a tiempo y confesarse en la que era su última oportunidad.

—No esperaba esto de ti, Zeldris —contestó la rubia con una expresión fría y sin tomar aún el regalo—. Jamás esperé ver al presidente de la clase A haciendo una demostración tan sentimental —El pelinegro se encogió un poco al recibir el gélido comentario, pero pese a eso, al final no retrocedió. Soltó un largo suspiro, sus ojos verdes pasaron a la caja rosa en sus manos, y rió.

—Sí, tienes razón. Y tal vez no te habría molestado con algo tan ridículo de poder evitarlo, pero no puedo —más viento colándose por la ventana, rayos de luz atravesando la cara del moreno, y entonces por fin alzó la vista para terminar su confesión—. Me gustas, Gelda. Ha sido así desde hace mucho tiempo, y no podía soportar la idea de que te fueras antes de decírtelo. —Silencio, el sutil aroma del chocolate emanando del envoltorio, y luego, su sonrisa. La presidenta del comité llevaba mucho tiempo conteniéndose para no caer por ella, pero al parecer, también era demasiado tarde para eso.

—Gracias —dijo por fin levantando las manos en gesto de recibirle los dulces—. Yo... no sé qué decir.

—Podrías decir sí, porque estaba a punto de invitarte a salir —Y entonces, algo aún más insólito pasó. El serio, estricto y estoico muchacho se ruborizó de golpe, y su palidez de porcelana se tiñó del mismo color rosa que las luces del atardecer. El papel plástico destelló mientras ella finalmente lo sostenía, y un momento después, fue como si la cinta de color se le hubiera enredado en el corazón.

—No quiero —susurró matando las esperanzas del pobre chico. Dos segundos después, estás renacieron como una llama surgiendo de las cenizas—. No quiero irme. Zeldris, no quiero dejar este lugar.

—¿Cómo? —El arcoíris parecía haber pasado a los ojos de ella, y el pelinegro contempló embelesado como los siete colores destellaban en sus lágrimas. La hosca, fría e inalcanzable rubia estaba llorando, y aunque él no entendía del todo el porqué, obedeció a su corazón sujetando sus manos—. Gelda...

—Tú también me gustas —dijo por fin sin poder contener la confesión—. Me gustas mucho. Y te odio, porque vienes a decirme esto cuando ya no hay nada que hacer —En efecto, así era. Estaba por terminar su último año de preparatoria, él apenas iba en segundo. Y hace tiempo que su familia había tomado la decisión de enviarla a estudiar al extranjero—. Puse tanto esfuerzo en que no me gustaras, en alejarte, en que entendieras que estábamos en ligas diferentes. Ahora vienes con esos ojos, esa sonrisa, y tu estúpida caja de chocolates, ¡te odio! ¡Te odio, Zeldris Demon! —dijo estrujándola, y acto seguido se arrepintió, pues un fuertísimo y maravilloso aroma dulce emanó de ella embotando sus sentidos y su dolor—. ¿Qué es esto?

—Café —respondió él sin soltarla—. Diferentes clases. Sé lo mucho que te gusta, y pedí una selección de chocolates que lo llevan. Uno de tus sueños es viajar por el mundo probando diferentes tipos de café, ¿no es así? —Ella no contestó. Lo miró embobada, a ese muchachito que tanto le había fastidiado cuando lo conoció, y al reconocer al hombre en que se había convertido, no pudo evitar suspirar—. Sé que no podré estar contigo para eso, así que pensé que al menos podría acompañarte simbólicamente.

¿Sus manos siempre habían sido tan cálidas? ¿Su sonrisa siempre había sido tan amable? ¿Su mirada siempre había sido tan firme? La rubia se dio cuenta de que la respuesta a todo era "sí", pero ella no había querido reconocerlo. Había tratado desesperadamente de mantener la distancia para que la separación no fuera dolorosa. Pero lo era, y el tiempo perdido la estaba lastimando de una forma que jamás creyó. Zeldris se acercó un paso más a ella, su suave esencia mezclándose con el café y el chocolate, y para cuando aquello terminó de formar un cóctel, la rubia se dio cuenta de que ya estaba completamente intoxicada por él.

Chocolates de San Valentin - Especial de febrero 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora