Capítulo 3

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Inuyasha quedó paralizado sintiendo la fría agua sobre su piel, mientras que Kagome solo controlaba las ganas inmensas de reír al ver la cara de sorpresa en su acompañante. Un chico, que fue quien, sin quererlo, empujó a Inuyasha a la fuente pedía disculpas como loco y la novia del chico igual, ambos decían lo torpe que era el chico, así que al final Inuyasha estando empapado solo lo disculpó.

Kagome tendió su mano para ayudarlo a levantarse y una sonrisa divertida pasó a sus labios mirando al hombre, la mano fría de Inuyasha acarició la suya con el agarre fuerte, él salió de la fuente y se quitó el saco quedando en la blanca camisa que se le pegaba al cuerpo.

Kagome no pudo disimular la grata sorpresa al ver como esos cuadritos que poseía en su abdomen se veían tan apetecibles. Agarro con más fuerza el ramo de rosas y trató de pensar en cosas bonitas, en la biblia y no en el hombre tentador que estaba frente a ella.

—¿Encontraste algo agradable?—la pregunta de Inuyasha la hizo sonrojar con fuerza. No por timidez, sino porque realmente lo encontraba muy agradable, aunque si lo tocaba, lamia y mordía, ufff, eso sí que sería agradable para ella.

—¿Buscamos algo para que te seques?—preguntó finalmente cuando dejó de ser una mujer morbosa y con hormonas por los cielos. Inuyasha solo le dio una sonrisa que casi le para el corazón y de paso los pezones a Kagome.

Protégeme señor con tu espíritu, no dejes que caiga en el pecado, mira que fui a la iglesia la semana pasada, aunque... Señor ten piedad.

—¿Tienes frio?—cuestionó Inuyasha con curiosidad, Kagome negó haciendo que una sonrisita traviesa quede en los labios del hombre. Los dos caminaron en silencio buscando algún lugar donde secarse, al no encontrar nada Inuyasha suspiró—¿te importaría terminar la velada en mi casa?—el corazón de Kagome dio un vuelco, pensó en las probabilidades de que el apuesto hombre junto a ella sea un asesino serial que la cortaría en pedacitos en cuanto dijera que sí, o al contrario, que le arrancara la tanga que llevaba y la hiciera tocar el cielo.

Aunque también quedaba la opción de que muy buen físico y nada de revolver bien sexualmente.

Al final, se dijo que la que no arriesga no gana, así que mirándolo le dio una pequeña sonrisa.

—Está bien—Inuyasha la guio al restaurante de nuevo y cuando estuvieron ahí, buscó su coche, Kagome se dio cuenta que ni ahorrando todo su sueldo por cinco años tendría un auto tan lujoso como el que veía. Al menos había seleccionado su mejor atuendo para esa noche y se veía realmente bien, porque sentirse inferior a otra persona no era lo suyo.

Inuyasha le abrió la puerta casi tiritando del frio y ella entró. Todo el auto olía al perfume de él, ella cerró los ojos sin creerse realmente que iba a estar en casa de Inuyasha Taisho. Que locura.

Lo vio entrar al coche y ponerlo en marcha. Se veía tan sexy que juntó las piernas y mordió su labio inferior fantaseando en cómo podría tocarlo o besarlo, qué tan bien se vería su cuerpo sobre el suyo, o que tan profundo iría...

Alejó esos pensamientos ante la voz de Inuyasha quien se detuvo en un semáforo. Vio como los cristales se llenaban de gotas de agua y al mirar a través del vidrio, vio a las personas corriendo.

—Al menos no fui el único empapado esta noche—habló Inuyasha y Kagome sonrío.

Si supiera que tampoco fue el primero.

—Ya ves, no debes avergonzarte de eso—le dijo divertida e Inuyasha se rio. Una risa ronca, sexy.

El resto del camino fue opacado por la música que Kagome, luego de decirle a Inuyasha, puso. Ambos cantaron, horrible de hecho, porque ninguno entonaba una sola nota, pero no era el cantar perfecto lo que hacía maravilloso el momento, sino el brillo en los ojos de ambos mientras chillaban como si los estuviesen apuñalando.

El canto y la risa de Kagome se apagó al entrar a la casa de Inuyasha. Cuando él estacionó, a Inuyasha se le secó la boca. Tener a semejante mujer sin profanar una sola parte había sido todo un reto. Él bajó primero y Kagome se le adelantó en abrir la puerta dejándolo con la mano tendida.

—Tengo manos—fue lo único que dijo haciéndolo reír.

—No me digas, son bonitas—ella rodó los ojos y cuando cerró la puerta del coche lo siguió a la residencia.

Vista al bosque, ventanas altas de cristal, pero todo se veía tan perfectamente arreglado que, si decían que había algún defecto, Kagome los llamaría mentirosos.

Así que mientras miraba lo bonito del lugar Inuyasha quitó la húmeda camisa haciendo que Kagome se paralice porque las revistas no le hacían justicia a semejante hombre. Casi se sentía una joven virgen que nunca había visto un hombre en su vida.

—Puedes servirte lo que quieras, me cambiaré y bajo—con un guiño Inuyasha se alejó y ella se movió por el lugar encontrando una repisa llena de licor. Soltó un silbido bajo y tomó una de las botellas. La destapó y fue hasta la cocina en busca de una copa, solo que no sabía dónde estaban. Con algo de timidez rebuscó hasta dar con dos y servir el licor. No esperó a Inuyasha para darle el primer trago. Miró hacia el ventanal de la cocina mirando la piscina donde la lluvia seguía cayendo.

Una caricia en su hombro hizo que girara quedando frente a la mirada felina de Inuyasha.

—Volviste—fue lo que dijo ella mirándolo.

—Volví—respondió en voz baja Inuyasha.

—¿Cuáles son los planes?—cuestionó Kagome mirando los labios de Inuyasha.

—Todos los que te incluyan—con una sonrisa Kagome tomó de golpe todo el contenido del vino y lo tomó de la camiseta que se había puesto, los tacones se daban la ventaja de estar casi a la altura de Inuyasha, así solo se estiró y tomó lo que sería su primer plan de la noche.

Los labios de Inuyasha.



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Así que disfruten mucho.

Besitos.

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