Capítulo 5

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Kagome despertó encontrándose con todo a oscuras, un brazo fuerte estaba sobre su cintura y un pecho duro como la roca, se acoplaba a su espalda. Respiró el aroma de Inuyasha recordando las ultimas y las mejores horas de todo el año. Una sonrisa tiró de sus labios, pero recordó que, como Cenicienta, la magia acababa y la de ella había llegado a su fin.

Quitó con cuidado el brazo y más silenciosa que un espía, bajó de la cama, recogió sus pertenencias y miró en la oscuridad, donde apenas la luz de la luna iluminaba. Inuyasha se veía esplendido tendido en la cama, tanto que Kagome quiso volver al calor de sus brazos, a lo que le hizo sentir esa noche, pero sabía que no debía quedarse. Ellos solo fueron una cita a ciegas, un momento, guardaría el recuerdo y volvería al mundo real.

Dándole una última mirada al hombre dormido, Kagome salió de la habitación, recogió cada una de sus pertenencias, sin dejar absolutamente nada, salió con el teléfono en la oreja luego de llamar a un taxi y aun cuando el aroma de Inuyasha seguía en su cuerpo, no miró atrás.

Subió a su taxi y se dijo que era lo mejor, no volvería a verlo más que en revistas o en televisión, Inuyasha al día siguiente seguramente ni recordaría quien había sido ella.

Las rosas en sus manos la hicieron sonreír, porque el mundo por primera vez le había dado algo bonito para recordar.

Llegó a su casa y se acostó, cansada, saciada, pero no negando que la idea de que su vida solo fuese interesante el día anterior, la decepcionaba.

****

Inuyasha despertó buscando la calidez del cuerpo de la mujer con la que había pasado una noche increíble, pero solo lo recibió la frialdad de la mañana. Abrió los ojos buscando a Kagome, pero su cama estaba vacía. Se levantó deprisa y la buscó en el baño, pero nada. Bajó al primer piso encontrándose el salón solitario, sin la presencia de la mujer de ojos brillantes y sonrisa deslumbrante.

Fue a la cocina y si no fuese por la copa que aún estaba donde la Kagome la había dejado la noche anterior, él pensaría que todo lo que había vivido las últimas horas, eran solo algo producto de su imaginación.

Se dio cuenta de que la burbuja en la que estuvo con Kagome se había roto y era hora de volver al mundo real. No había un número, una dirección, absolutamente nada. Solo el recuerdo de la mejor noche que había tenido en todos sus años de vida. Un 15 de febrero nunca le había sabido tan amargo.

Inuyasha el 16 de febrero dio con su primo, pidió algún contacto que lo vinculara con Kagome, pero al final el perfil que ella tenía en la aplicación de citas había sido eliminado e Inuyasha solo se sabía el nombre de ella, nada más.

Frustrado con eso trató de buscarla por sus medios, pero el nombre de Kagome era común, así que no obtuvo nada. Solo que la recordaría y que seguiría con su vida.

Las semanas comenzaron y luego le siguieron los meses, meses donde tanto Inuyasha como Kagome recordaban el 14 de febrero con nostalgia. Recordaban las risas, el baile, las miradas, la manera tan suave que tenían de tratarse.

Kagome regresó a la vida que tenía, una donde las deudas le respiraban en la nuca y donde se mataba esclavizada por sus jefes, apenas y tenía tiempo para compartir con su familia o sus amigas. Por aluna razón nunca les contó de ese 14 de febrero, quiso conservarlo como algo de ella y de él, solamente de ellos.

Kagome no se perdía una sola de las entrevistas de Inuyasha, a veces pensaba que ese 14 de febrero solo había sido un sueño y nunca había ocurrido, pero lo cierto es que había pasado y que ella lo recordaba perfectamente. A veces recordaba los labios de Inuyasha o la fuerza de sus músculos, también esa sonrisa pícara que le dedicó toda la noche.

—Kagome, ¿estás bien?—Kagome despertó de su letargo y le regaló una sonrisa a su supervisora, estaba trabajando como mesera en una fiesta.

—Sí, solo estaba...

—Deja de hacerte la tonta, hay mesas que atender—Kagome dibujó una sonrisa tensa en sus labios queriendo replicar, pero la paga era buena por lo que solo le dio un asentimiento de cabeza y siguió trabajando.

Le dolían las piernas, pero trabajo era trabajo. Tuvo que soportar personas maleducadas solo por dinero, tuvo muchas veces ganas de escupirle en las comidas solo para vengarse, pero su supervisora la seguía con cada maldito paso.

Así eran sus días.

Cuando el día se completó deseó una vez más repetir ese día con Inuyasha, pero eran solo fantasías que jamás se cumplirían. Él vivía en un mundo completamente distinto al suyo, había escuchado que estaba grabando su segunda película, mientras él brillaba en las pantallas y revistas, ella seguía partiéndose el lomo para pagar una deuda que no le correspondía.

Debía aceptarlo y todo estaría bien, ellos eran de mundos completamente diferentes.

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Besitos.

San Valentín a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora