Capítulo 1: Una Cara de la Moneda

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— Bueno, es aquí. Bienvenida a mi humilde morada —Dijo la anciana, señalando a la nada. 


Emily miró hacia los lados, preguntándose si la Sanadora le estaba gastando una broma. 


— Bonita roca —Dijo la muchacha finalmente. 


La Sanadora se llevó una mano a la frente, agobiada. 


— ¿Y tú eres una de las mejores en tu universidad? ¿Todos son como tú? ¿No sabes reconocer un simple hechizo de ocultación? 


Emily hizo un gesto de circunstancia. 


— No sé qué me pasa, tengo las emociones a flor de piel —se justificó.


— Pues deberías aprender a controlarte. Tienes que tener siempre la mente fría, o tus emociones acabarán contigo. Concéntrate. 


Emily respiró profundamente, con los ojos cerrados, y cuando se sintió más serena volvió a abrirlos. Esta vez examinó bien la zona. Había una cueva pequeña que no servía de refugio. Se acercó al muro de esta para examinarlo. Pudo sentir como su energía mágica reaccionaba a algo, algo mágico. Sintió un cosquilleo por todo su cuerpo. Con una de sus manos tocó el muro y la energía que sintió en su cuerpo salió por ella, desvelando la auténtica naturaleza de la cueva. Era una entrada, el muro que estaba frente a ella se había desvanecido y pudo ver que al otro lado había más bosque. 


— Bien hecho, niña —dijo satisfecha. 


— Hay un bosque al otro lado... 


— Pues claro, es mi bosque privado. 


— ¿Dentro de una cueva? 



La Sanadora suspiró y se adentró, orgullosa, en su bosque privado. Emily estaba alucinando. Siguió a la anciana y una vez dentro del lugar, el muro volvió a levantarse detrás de sí.


Aquel bosque estaba en medio de la montaña, como si está hubiese crecido a su alrededor para protegerlo. No era muy grande, pero era precioso. 

Una cascada caía por uno de los lados, formando un pequeño lago.

Había unos puentes que, seguramente, fueron levantados por la Sanadora. En el centro del lugar se alzaba una pequeña finca muy bonita y a su lado había una granja. Pudo ver que había un corral con unas cuantas gallinas, acompañadas por su gallo.

También había un par de carneros que se paseaban por allí libremente. Al otro lado vio un huerto donde la Sanadora cosechaba distintas hierbas y hortalizas. 

Un lobo se percató de su presencia y salió corriendo hacia ellas. Emily se escondió, asustada, detrás de la anciana. 



— ¡Niña, haz el favor de soltarme! —Le gritó la anciana. 


Memorias de ThedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora