Capítulo 4. Allegra

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El viernes, Joanna estaba nerviosa. Más que nerviosa.  Cuando esa mañana Allegra la había despertado, se había echado a llorar.

Se abrazó a la niñera y ella acarició su cabello con cariño.

—La echo de menos —dijo Joanna hipando.

—Lo sé. Es duro perder a tu madre, tengas la edad que tengas. Pero bueno, no estás sola. Tienes un papá y vives en una casa muy bonita, tienes amigas y al señor Rodríguez que te quiere mucho.

—Pero mi papá no me quiere.

—No es que no te quiera, Jo. Yo creo que no esperaba tener una hija y se tiene que acostumbrar. Ayer cenó con nosotras. Supongo que deberías tener paciencia. A veces, hay que aprender a ser padre, sobre todo, cuando te enteras de repente.

—¿Por qué mi mamá no le dijo nada?

—No lo sé. Tendría sus razones. Venga, vístete, que hoy tenemos tortitas con sirope de chocolate.

—¿Sabes, Allegra? Ojalá fueras tú ahora mi madre. Me gustaría mucho.

Allegra se quedó bastante cohibida y emocionada. Tragó saliva y fue a por el cepillo para peinarla, porque no podía ni hablar. La niña se puso sus pantalones y camiseta cortos y ella le hizo dos trenzas. Bajaron de la mano por las escaleras, riendo y saltando.

En la cocina, el señor Rodríguez las esperaba con un bol de fruta preparada y las tortitas con sirope. Allegra vio por la cristalera que Nick estaba haciendo flexiones fuera. Sus músculos se retorcían arriba y abajo cuando subía y bajaba y tenía el cabello mojado. Una visión bastante perturbadora que le había quitado el apetito, de repente, por comer, y le había abierto otro tipo de hambre. Pero no. No y mil veces no.

—¡Allegra! —dijo Joanna sacándola de su distracción—. Digo que si quieres sirope de fresa.

El señor Rodríguez la miró con el ceño fruncido. Se había dado cuenta de dónde miraba, y ella bajó la cabeza, asintiendo y tomando el bote de sirope. Desayunaron comentando los pormenores de la fiesta. Esa mañana prepararían los últimos detalles, y por la tarde vendrían las amigas de Joanna a dormir. Para ayudarla, Magda se quedaría y Moira también. El señor Rodríguez se lo había comentado a Nick hacía unos días y había aceptado. De todas formas, había tres dormitorios de invitados que podían utilizar. No pensaban molestarlo y quizá él se iría fuera, como siempre.

Las niñas llegaron a media tarde. Allegra había pensado que, en lugar de tenerlo todo preparado, sería más divertido que entre todas lo pudieran adornar, así que mientras las niñas estaban en la mesa de la cocina con Marga recortando los papeles de colores para hacer las flores, ella subió a su habitación para recoger su caja de magia, esa con la que hacía trucos con su padre. La había traído consigo, aunque nunca pensó que la llegaría a usar. Pero pensaba sorprender a Joanna con algún juego de cartas. Cuando llegó a su habitación, se tropezó con una de sus zapatillas y cayó al suelo, dándose un fuerte golpe en la cabeza.

Una mujer joven y rubia la llamaba. Abrió los ojos, mareada.

—Allegra, Allegra. ¿Estás bien?

—Sí, vaya golpe.

—Qué susto. Me alegro de que no te haya pasado nada.

Allegra se levantó con dificultad. Cerró los ojos, algo mareada y, cuando los abrió, la mujer se había ido. Se asomó al pasillo, pero no la vio.

—Estaría con el jefe, supongo. Qué amable ha sido.

Sin darle más importancia, cogió la caja y bajó a la cocina, donde el ambiente era muy alegre. Llamaron al timbre y el señor Rodríguez salió a abrir. Moira entró como un torbellino moreno y sonriente. Ambas se abrazaron con ganas.

Entre tres palosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora