Capítulo 9. Allegra

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Allegra corrió por toda la urbanización, tenía muy claro a dónde se dirigía. No podía acudir a Moira, porque sería el primer sitio donde iría Paolo. Sabía perfectamente que él vería la foto, porque apostaba en los partidos de rugby, incluso en los benéficos. ¿En qué hora se le había ocurrido ir?

Entró en el jardín de Marga y le hizo una llamada para que saliera. Tras hablar un poco con ella, su amiga pidió permiso, cogió el coche y la llevó a la estación. Sin preguntas.

—¿Estás segura? —le dijo antes de acompañarla al autobús que la llevaba muy lejos de allí.

—Sí. Lo mejor es que me aleje de ellos y de todas las personas a las que quiero, porque lo único que puede pasar es que os ponga en peligro. Gracias por todo, Marga.

—De nada, cuídate mucho. Hoy mismo llamo a mi familia para avisarles que vas para allá. Son una pareja encantadora, estarás bien.

Allegra se echó a llorar y le dio un abrazo a su amiga. Subió al autobús y se acomodó en el asiento, cerrando los ojos para evitar llorar, dispuesta a viajar hacia un destino que ella ni siquiera había decidido. El vehículo emprendió la marcha, salió de la dársena y a los pocos metros, se paró de golpe. Ella abrió los ojos, asustada y la muchacha rubia, la misma que todo este tiempo había estado visitándola, la miró con cariño.

—Te pido por favor que no dejes a Joanna —suplicó—. Sé que no es fácil y que probablemente sea duro. Puede que incluso al principio tengas algún problema con la policía, pero todo se arreglará, ya verás.

—¿Cómo sabes eso? Yo no puedo ponerles en peligro...

—Confía en mí.

—Ey, señorita, ¿con quién habla? —dijo una amable señora en el asiento de delante.

Cuando se volvió para señalar a su acompañante rubia, ya no estaba. Entonces se dio cuenta. Todos sus recuerdos de cuando era pequeña le vinieron a la cabeza. Esos amigos imaginarios, esas voces que le susurraban al oído cuando estaban haciendo trucos de magia, o cuando Paolo quería saber algo de sus enemigos... siempre había sido ella, ella y sus espíritus.

«Ya era hora», susurró la voz de su madre en su cabeza, «ahora, ve y lucha por quien amas».

Se levantó, con los ojos arrasados de lágrimas y fue hacia el conductor que, no sin protestar, le abrió la puerta y le ayudó a sacar la maleta. En cuanto Allegra salió del autobús, se puso en marcha y continuó con normalidad.

Ella se acercó a la salida y tomó un taxi para volver a su casa, con los que amaba.

El vehículo la llevó a la urbanización y la dejó en la puerta. Con la maleta, se dispuso a llamar a la puerta, pues la llave la había dejado en la habitación. Cuando estaba cerca, alguien la atrapó de la cintura y le tapó la boca, impidiéndole gritar.

—Vaya, vaya, bambolina, mi corazonada ha sido buena y has vuelto con ese tipo, ¿o ha sido por la niña? —dijo Paolo llevándosela hacia el coche. La empujó hacia dentro y la amenazó—. No grites o tendré que rajar la bonita cara de la familia. Te necesito para un asunto, y luego te dejaré ir.

Allegra se sentó en el asiento de atrás, con Paolo, que se acomodó junto a ella mientras su chófer arrancaba el coche.

Se alejaron de la urbanización y ella comenzó a llorar en silencio. Había estado muy cerca de conseguirlo.

El coche apartó cerca de la casa de Paolo, pero no se dirigieron a ella, sino al local que regentaba, un lugar donde su padre y ella habían trabajado. Además, en la parte de atrás, tenían un reservado bastante grande donde jugaban con apuestas más grandes y traficaban con drogas, que ella supiera.

Entre tres palosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora