Capítulo uno

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EL PRÓLOGO


Branxford - Londres. 2018.

Un estornudo y otra vez me encuentro en el mismo consultorio, misma silla, recibiendo las mismas preguntas diarias.

La mujer frente a mí habla, no logro entender muy bien de qué. Mi mente se quedó allí, lejana, allí con ella, viéndola morir. ¿Fue ayer? No sé. Ahora esa memoria es difusa.

-Salud -dijo-¿El mismo sueño otra vez?

"Más bien, una pesadilla", quisiera corregirle, pero me limito a asentir.

Nunca-previo a este año- fui alguien que sueñe exactamente con arcoíris y castillos hechos de dulces, pero tampoco que sufra con pesadillas interminables. Esta había comenzado aproximadamente unos dos meses atrás y se repetía de manera constante, no era la única, por supuesto. Siempre los mismos hechos, mismos personajes, mismo lugar. Como si estuviese estancada.

-Tal vez las pastillas estén afectándote. Probaremos cambiándolas, ¿te parece bien? -me consultó mientras dejaba anotaciones en su libreta, obsequiada por mí.

Me encojo de hombros, en señal de que no le tomaría importancia. Ella levanta la vista y puedo verla interesada en el tema de la pesadilla, aunque estuviésemos nosotras también atascadas en él desde que se lo comenté por mera confusión, dos meses atrás en una de mis sesiones.

-¿Quiénes son los personajes en tus pesadillas, Lyna?

-No lo sé.

-¿No los conoces?

Guardo silencio, mi mente hormiguea, en ella se proyectan como un cortometraje las peores escenas de mis pesadillas.

-Lyna, ¿los conoces? -insistió.

-No lo sé.

Los latidos de mi corazón incrementan y aprieto la tela de mis mangas en un puño. Michelle me espera, me analiza y vuelve a redactar lo que ve en su cuaderno. Y me hace cuestionar, no qué escribe, sino qué es lo que está viendo en mí que la incita a depositarlo en su confidente hecho de papel.

-¿Es posible que el accidente-

-No.

-Lyna...

-No, Michelle. No -susurro, pero es algo más, es una súplica, un grito de auxilio al vacío.

Michelle sabe que no hablamos ese tema, que lo llevamos evadiendo desde que sucedió. Ella hace todo lo posible para quitarme la carga, pero yo me niego, decidida a llevarla como a una cruz en la espalda.

Inhala con calma antes de volver a romper el silencio y también mi estabilidad con una simple pregunta:

-¿Está ella en tus pesadillas?

Sé que Michelle no tiene idea del peso que sus palabras tienen en mí, el impacto es tan fuerte, tan profundo que amenaza con destruir en un segundo las barreras que he estado construyendo durante meses. Me repito una y otra vez que su intención no es dañarme, que es su trabajo, que debo cooperar. Pero sigo siendo prisionera del silencio.

La pregunta se repite, hace eco y retumba de tal manera que comienza a deformarse. De repente, son nada más que letras formando palabras sin algún trasfondo.

-No -miento.

-¿No?

Parece desorientada, ambas lo estamos. Su mirada azulada presiona a la mía en busca de la verdad, mas no hay nada que encuentre en mis ojos desiertos, excepto un inmenso vacío.

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