Capítulo seis

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EL ARTE DE LA INVISIBILIDAD

¿Cómo estuvo tu semana? Espero que tus estudios vayan bien y te estés alimentando de manera correcta. No puedo esperar para verte por aquí y enseñarte mis lugares favoritos. Te extraño, Lyna. Espero tu respuesta como siempre. Mamá.

Elimino el mensaje después de leerlo por error. Se me cruzó un par de veces la idea de responderle pero desistí, no encontré el sentido ni tampoco el valor para hacerlo. En cambio, me concentro en mis propios asuntos: buscarme un atuendo adecuado a la situación. Me observo con el que llevaba puesto en el espejo. Algo no cuadraba, lo que falaba era...

—Una camisa blanca —se apoya en el marco de la puerta—, Combinaría con eso.

Una mueca de disgusto se forma en mi rostro debido al atuendo actual y acabo aceptando la sugerencia de mi padre, que al final resulta ser bastante eficiente.

—¿Desde cuándo ese gusto por la moda?

—Fue más una corazonada. Te ves linda.

Por un momento tuve la impresión de que quiso acercarse pero no lo hizo. Se queda en su lugar y yo en el mío, como si acercarse conllevara riesgo de muerte y ninguno estuviese dispuesto a caer. Aunque si esa fuese la verdadera razón, ya estaríamos muertos. La relación con Joseph es así y no hallé la manera de mejorarla pero creo que me gusta más de esta forma.

—Escucha, Lyna, tengo que hacértelo saber. Sé que no te gusta escucharlo y ni a mí decirlo, pero luces idéntica a tu...

Me concentro en la imagen que proyecta el espejo de mí, tanto que en un momento dejo de escuchar las palabras de mi padre. Verme de esa manera me hace recordar cosas que no me apetecen. De nuevo mi mente jugando conmigo.
Durante mi niñez los hechos fueron diferentes con respecto a mi familia. Hubo problemas, primero pequeños y luego gigantescos, pero antes de todo eso también hubo algo a lo que llamé "felicidad". Esos momentos significantes que quedan grabados inconscientemente en la memoria, no por siempre, sino tanto como te puedas aferrar a ellos.

Esos momentos... tal vez no logro recordarlos todos, pero he de decir que aún tengo presentes los que, creo yo, son mis favoritos. Entre ellos, me gustaría no olvidar: los días de jardinería acompañada, los paseos en el auto del abuelo, los shows de magia privados, las tardes de juegos con Hanna y Emily.
A veces, cuando no duele, recordar no me parece tan malo.

Sin embargo, sé muy bien que el pasado está lleno de manchas negras.

El bocinazo proveniente de la calle, detiene las palabras de mi padre y mis pensamientos lejanos. Ambos nos miramos un momento, él parece un poco desorientado, así que me veo explicándole de quiénes se trata. Papá me acompaña hasta la acera, donde se encuentra aparcado y esperando el auto blanco de Hanna.

—¡Señor Freedman! ¡Hola! Se ve espléndido el día de hoy —exclama mi amiga desde el interior.

—Hanna, Áaron —Joseph les dedica una sonrisa agradecida—. Cuiden de mi hija.

Ante esto dicho, me despido de él con una mueca y subo a los asientos traseros del auto.

—¡Lyn tin tin, tú también te ves fabulosa! —la euforia en su voz se enreda en mis oídos.

—Eso espero porque ha sido difícil de elegir, no tengo muy claro qué se utiliza para este tipo de eventos.

—Siempre igual —dice el acompañante —. Te complicas mucho, bonsái. Sólo es un cumpleaños.

Ladeo la cabeza, de repente Áaron aparece sentado en el asiento copiloto, ¿cuánto llevaba allí? Y ¿por qué nunca me percataba de su presencia sino hasta que hablaba?

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