Capitulo cuatro

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WHITE

Fin de clases. Tomo un respiro antes de guardar mis útiles en la mochila y colgármela al hombro. Al pasar por el escritorio del profesor, me detiene junto al sonido de su voz rasposa espetando mi nombre.

—¿Ya te vas? Antes de eso, ¿te molestaría ayudarme a llevar estas cajas al depósito de arriba?

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—Para nada.

—Perfecto, ten, lleva esta — me entrega una caja con el título en el costado "repuestos"—, Ah, y Lyna, no te recomiendo que las mires dentro, están algo sucias.

Asentí, como si en algún momento se me ocurriera husmear algo tan añejo. Salgl del aula antes que él, en camino hacia el tercer piso. Como supuse, en la escuela ya no queda ningún alumno, al menos no a la vista. Yo debía formar parte de esos estudiantes pero el año anterior se me había ocurrido la grandiosa idea de seguir las ideas de mis amigas y anotarme en uno de los talleres del turno tarde.

Los talleres no eran todos los días, sólo dos en la semana: lunes y jueves. Y tampoco es como si me obligaran a seguir asistiendo, mas sentía que debía siquiera terminarlo. Sobretodo cuando sé muy bien que siempre fui de las que empieza algo y no lo finaliza. Después de todo, fuera de la escuela no tenía demasiado que hacer y aprender algo del arte no sonaba tan mal, a diferencia del tedioso profesor encargado de esta.

A principios del año anterior, me había decidido por el taller de música (influencia de mis amigas), no hace falta aclarar que era pésima con los instrumentos y todo el tema de notas musicales. Por otra parte, el arte fue siempre algo que quise comprender y ¿qué mejor manera viviéndola?

Sí, el arte se vive y se siente.

Como en esta ocasión, cuando quería llegar rápido al tercer piso utilizaba el elevador. A la entrada de este, arrojo la caja a un lado para marcar el número del piso y de esta saltan algunas cosas fuera debido al aterrizaje. Selecciono el piso de mi destino y al instante las puertas se cierran, oyéndose el rechinar del elevador a medida que sube. A un costado mío, se encuentran los objetos, que parecen instrumentos musicales, fuera de la caja. Una vez en cuclillas me percato bien de ellos y uno en especial: un libro de partituras.

Las puertas metálicas se abren de golpe, yo emito un suspiro tembloroso, pero que me permite recomponerme en mi lugar luego de guardar todo en la caja nuevamente a una velocidad en la que casi ni sentí el tacto de aquel obejeto antiguo contra mis manos. Con la caja en brazos, salgo hacia el pasillo avejentado de útiles escolares que ya no eran tan útiles. El lugar es tan oscuro como siempre, pero no es impedimento. Conozco el sitio, me asemejo a su oscuridad. Pasaba allí más tiempo del que me gustaría admitir.

Definitivamente jamás me detuve a mirar con detenimiento las escalofriantes estatuas empolvadas o los gigantescos cuadros colgados en las paredes descascaradas. Dejo la caja sobre un banco que está posado  en una esquina del corredizo. Me acerco hacia una de las enormes pinturas enmarcadas de color dorado, yace colgada en una pared desgastada. En ella se muestra la figura de una muchacha apresurada, o eso me hace ver, por alcanzar a una mariposa, mantiene su brazo extendido mientras que sus piernas se desvanecen. En el fondo se dibujan  relojes de todos los tamaños, marcando diferentes horarios, como si estuvieran advirtiendo que ya no le queda tiempo.

Las yemas de mis dedos se pasean por el dibujo de la mariposa blanquecina. Cuando era pequeña, solía capturar mariposas en un frasco para darles un hogar, aunque más bien se trataba de una cárcel. Supongo que yo tampoco quería quedarme sin tiempo. Posé mi índice debajo de esta y de ese mismo dibujo, se desprendió una mariposa real. Se aferró a mi dedo y desapareció en la oscuridad cuando yo retrocedí asustada.

Darkside AppearancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora