La llegada de Xue Yang -un joven maleante prófugo de la justicia- a la residencia del noble clan Xiao, amenaza con hacer tambalear sus cimientos desde el primer instante, cerniéndose sobre sus miembros como una amenaza fría, silenciosa aunque no por...
Y, nuevamente, medio siglo después (😓), vengo con otra actualización cargada de sorpresas, dilemas y conflictos, a parte de con la presentación de nueva pareja. Además, os informo de que, al fin, se avecinan escenas perversas entre nuestros protagonistas a partir del siguiente capítulo (algo que yo también estaba deseando 😆). Espero que disfrutéis de la lectura 🥰💞
Algunas imágenes del capítulo:
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Cuando las puertas de El Reino Inmundo se abrieron, permitiéndole adentrarse en sus imponentes paredes, Xiao Xingchen notó sus piernas endebles ante el pensamiento de encontrarse cara a cara con el líder de la secta Qinghe Nie. Éste era un hombre sibilino, que acostumbraba a imponer respeto con una sola mirada. El muchacho aún recordaba el ramalazo de temor que lo sacudió la primera vez que tuvo un contacto directo con él; la primera vez que sondeó la oscuridad de aquella mirada salvaje. En la silenciosa compañía de su hermano menor, Nie Mingjue aguardaba taciturno y reclinado en su suntuoso trono, con los dedos firmemente hincados en los reposabrazos. Una sombra de inquietud le cubría gran parte del rostro. Pese a que todavía podía considerarse un hombre joven, su aspecto se asociaba más bien al de una persona ajada por las continuas batallas de poder y el enorme peso de su cargo. Un peso invisible que, al igual que el paso del tiempo, lo aplastaba como una terrible y ominosa verdad, creando profundos surcos en una piel antes llena de luz y de vida; anestesiando un corazón que tiempo atrás bombeaba con júbilo ante la perspectiva de explorar el fascinante mundo que se expandía bajo los inquietos pies de su dueño. Un mundo que, en su sombría maleza, ocultaba senderos retorcidos y sembrados de trampas crueles y letales, flanqueados por aguas negras y pantanosas que engullían a cualquiera que se atrevía a sondar sus profundidades. Pero, desde luego, Nie Mingjue no estaba solo en su desdicha. Todos y cada uno de los líderes de las grandes sectas presentaban el mismo rictus de amargura en sus facciones. «Si ese es el precio a pagar por coronar la cima del poder —había pensado Xingchen en cuantiosas ocasiones—, es preferible cedérsela a otro y elegir conservar la cordura y el deseo de vivir...»
