Tanteando el terreno.

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Cuando la silueta de Xingchen se perdió en la lejanía, Xue Yang sintió un agudo pinchazo en la muñeca derecha. Al examinarla, pudo apreciar un gran cerco violáceo alrededor, producto de las ligaduras con las que Chang Cian acostumbraba a inmovilizarle en sus encuentros sexuales. No había reparado en dicho detalle hasta ese momento.

«Maldito seas...» pensó con los puños apretados, rememorando su último contacto íntimo con el líder de la secta Yueyang Chang.

-Yang... -gruñó Chang Cian, mientras cubría de saliva el cuerpo del muchacho y lo marcaba con uñas y dientes como si de una bestia se tratase. De no ser porque sus muñecas estaban atadas, Xue Yang se habría abalanzado sobre él y le habría anclado los dedos al cuello, apretando hasta dejarle sin aliento-. Me vuelves loco -confesó en un susurro contra la erizada piel de la base del cuello. Acto seguido, su lengua inició un sinuoso ascenso hacia el hueso de la prieta mandíbula.

El muchacho sintió como succionaba hambrientamente su carne, degustándola mientras se aferraba a sus costados con los dedos de ambas manos, presionando hasta hacerle gimotear. Le mordisqueó suavemente el mentón, aproximándose a sus labios con parsimonia. Al sentir su repulsivo aliento impactando contra su boca entreabierta, Xue Yang viró el rostro con disimulo, esquivando el contacto.

Desafortunadamente para él, Chang Cian no estaba acostumbrado al rechazo y, sosteniéndole por las mejillas, le forzó a encararle y devoró sus labios con pasión, invadiendo su boca sin contemplaciones, chocando sus respectivas dentaduras y explorando el interior de sus mejillas. Xue Yang contuvo el impulso de vomitar en su boca, apretando los párpados y tensando las cuerdas que le mantenían cautivo. Cuando Chang Cian volvió a atacar la maltrecha piel de su cuello y le separó bruscamente las piernas, penetrándole sin previo aviso, el muchacho arqueó la espalda y selló los labios con fuerza, negándole la satisfacción de escucharle gritar. Se obligó a contener su furia mientras sentía cómo el hombre sacudía su cuerpo salvajemente, enterrándose en él hasta alcanzar la máxima profundidad.

Una vez más, el muchacho se prometió a sí mismo acabar con su vida. Le despedazaría lentamente y prendería fuego a sus restos. Sólo tenía que esperar el momento propicio, como una fiera agazapada tras un arbusto, acechando a una presa valiosa y esperando a que cometiera un descuido que le permitiera hincarle las garras hasta desangrarla por completo. Permitiría que Chang Cian hiciera con su cuerpo lo que deseara. En cuanto expusiera su yugular, Xue Yang aprovecharía la ocasión para atacar. Le haría pagar con creces por todos y cada uno de sus abusos. Sin piedad. Sin remordimientos.

Cuando el sol se puso definitivamente, Xue Yang emprendió el camino de vuelta al Ataúd. Le resultaba enormemente difícil aceptar el hecho de que, a partir de ese momento, debería convivir con el clan Xiao, pese a ser consciente de que era el único modo de ejecutar su venganza de forma rápida y segura. Tenía que destruirlo desde dentro, resquebrajando sus cimientos. Había llegado demasiado lejos en su recorrido como para permitirse un solo error. Aguantaría lo que fuera necesario, si eso le garantizaba su anhelada recompensa.

Frente a las puertas de la mansión, el muchacho observó con detenimiento las tablas que contenían los mandamientos de la secta Yi Xiao. La lista era interminable. Casi podía comprender el motivo por el que Xiao Xingchen era tan estricto. El nombre del Ataúd finalmente cobraba sentido para Xue Yang: Residir allí era equivalente a estar muerto en vida. ¿Era posible que algún ser humano pudiera vivir con tantas restricciones? Incluso el propio Xiao Ning debía de cometer faltas con más frecuencia de la que él mismo admitía. Era inevitable.

Un pensamiento emergió en su mente, haciéndole esbozar una sonrisa perversa. De inmediato, el muchacho se encaminó hacia las bodegas, esquivando a los guardias que patruyaban la zona. La noche prometía ser muy larga, y él estaba dispuesto a aprovecharla, en todos los sentidos posibles. Forzó la entrada del habitáculo y rebuscó entre los licores con extremo cuidado, examinando cada etiqueta en busca de un nombre conocido. Se decidió por una botella de Baijiu, un licor con una graduación considerablemente alta. Rio para sus adentros, ocultándola en el interior de sus túnicas.

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