Chang Ping

496 16 152
                                    

"Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día"
John Lennon.

~●●●~

Chang Ping se removió inquieto sobre el colchón de su cama. Las horas transcurrían con demasiada parsimonia, y sus párpados se resistían a cerrarse a pesar de sus esfuerzos. Un punzante dolor producto del agotamiento se había instalado en sus respectivas sienes, agravando su estado. Al cabo de unos minutos, el pequeño sucumbió a la vigilia, y se incorporó raudamente, gruñendo de impotencia.

Arrastró consigo el grueso y confortable cubrecama de color celeste, refugiándose del intenso frío invernal que penetraba en su carne y le calaba dolorosamente en los huesos. Ni siquiera sabía hacia dónde se dirigía. Lo único que pretendía era huir del tedio, ya que, probablemente, no podría conciliar el sueño hasta el día siguiente. Salir al exterior era la opción que menos le convenía, de modo que optó por inspeccionar La Fortaleza de norte a sur. Quizá, podría hallar por el camino algo que despertara su interés. Con ese pensamiento en mente, Chang Ping recorrió cada uno de los extensos pasillos que dividían y conectaban las múltiples estancias de la mansión, las cuales escrutó a conciencia. Al pasar por delante de una de las habitaciones -originalmente destinada al personal de servicio-, un sonido que no supo identificar le forzó a detener su avance. Parecían sollozos. No obstante, aquella habitación siempre había estado vacía. Además, el líder del clan Chang la mantenía cerrada con llave, las veinticuatro horas del día.

En dicha ocasión, Chang Cian se había permitido hacer una excepción. La persona que se hallaba en el interior del dormitorio sería incapaz de salir por su propio pie. El hombre no tenía la menor duda al respecto. El pequeño Ping vaciló unos instantes hasta que decidió investigar la procedencia de ese llanto. Abrió la puerta con cautela, asomando la cabeza.

-¿Hola? -llamó quedamente, sin obtener una respuesta. El muchacho hizo acopio de todo el valor que había congregado en su ser, adentrándose con cuidado en la estancia. Su corazón se detuvo cuando vislumbró un diminuto bulto con brazos y piernas, a tan solo un par de metros de su figura-. ¿Quién eres? No te había visto antes. ¿Desde cuándo vives aquí?

-No... -gimoteó el aludido, mirando a su inesperado visitante con horror-. No, no, no... -repetía como si de un ritual se tratase, mientras trataba de incorporarse con extrema torpeza.

Ping analizó las diversas marcas y cicatrices de su piel, la mayoría resultantes de latigazos, arañazos y dentelladas. Sus muñecas parecían haber sido brutalmente inmovilizadas, y los pronunciados hematomas en sus costillas indicaban que más de una estaba quebrada. Además, parecía que le habían amputado el dedo meñique de la mano izquierda. Aún había restos de sangre seca en la herida, indicando que debía de ser bastante reciente. Contrajo las facciones al imaginar el insoportable dolor que debía de sentir aquel niño. Pese a ello, no cesaba en su intento de enderezarse, sollozando por el crudo esfuerzo.

-Espera, cálmate... -musitó Ping, avanzando hacia él con un paso lento y prudente. Vio cómo se arrastraba hacia una esquina y se hacía un rebujo contra la pared a su espalda, temblando con violencia sin apartar la mirada de la ajena-. No voy a hacerte daño -aseguró, mientras extendía una mano hacia su rostro-. No tengas miedo...

-¡No! ¡Déjame! -El pequeño rechazó el contacto y golpeó la extremidad con tanta fuerza como le fue posible, forzando a Ping a retroceder-. ¡Márchate! ¡Déjame sólo!

El otro niño respiraba agitadamente. Ping se abstuvo de intentar tocarle una segunda vez, consciente de que obtendría la misma reacción de su parte. Deseaba ganarse su confianza, pero no veía forma de lograrlo con relativa facilidad.

ObsessionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora