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Dalia y Arienne entraron mientras hablaban de los girasoles y las rosas blancas cuando se encontraron a los hermanos Cromwell en la sala.

Dalia se detuvo. Cruzó miradas con Gerald, quizá por mucho tiempo o tan solo unos segundos. Podía notar los cambios en él aunque solo habían pasado dos meses sin verse. Se había dejado la barba, sus ojos se veían cansados y su cabello parecía revuelto. Su traje era el único que no parecía desalineado. En las manos traía un sobre cerrado.

¿Alguna vez han sentido que el aire se te escapa de tus pulmones y solo hay una cosa que te puede salvar, y que esa cosa probablemente es la persona que te hace sentir burbujas en tus venas recorriendo todo tu cuerpo?

Dalia pensaba que eso no le pasaría a ella y que quizá era ridículo que el oxígeno fuera devuelto por alguien más. Pero lo estaba sintiendo ahora, con él, y estaba dudando de su manera de razonar.

–Gerald, llegas tarde– interrumpió el silencio Arienne. El susodicho parpadeó y miró a su cuñada.

–Lo siento Ari– parecía apenado–. Mamá me entretuvo con sus recomendaciones, otra vez.

Volvió a reparar en Dalia. Sentía que del piso habían salido raíces y le habían rodeado los tobillos para retenerla. Las mejillas las sentía calientes, no había sentido tanta necesidad de tener su abanico para retirar el calor hasta ese momento.

–Bueno, Dalia ya lo sabe pero tú, Gerald, debes saberlo también– habló Arienne, viéndolos a ambos con los ojos entrecerrados. Se dirigió a su marido–. ¿Quieres decirlo tu cariño?

John parecía que también miraba algo extraño en los dos invitados pero no lo mencionó–. Claro. Ari y yo estamos esperando a un bebé.

Eso deshizo el hechizo y Gerald parpadeó y les sonrió a ambos–. Enhorabuena John y Arienne, mamá estará feliz de saber que tendrá un nieto.

–O nieta– intervino por fin Dalia. Al parecer su lengua volvía a funcionar.

–Oh, esperemos que sea niño– dijo John soltando una risa entre dientes.

Arienne seguía mirándolos a los dos con sospecha. Dalia vio que asentía, pero no por el comentario de su esposo. Se acercó a él para susurrarle algo al oído. Este frunció el ceño pero no dijo nada.

–Los dejamos solos– anunció Arienne–, supongo que querrán hablar. Nosotros estaremos en la cocina para pedir que preparen la cena, ¿Verdad querido?– le dio un codazo sutil que Dalia sí notó.

–Si, por si nos necesitan estaremos ahí.

Ari tomó la mano de su marido y casi se lo llevó a rastras de la sala.

<<Ay, Dios, ¿Por qué me pasan estas cosas a mí?>>.

Después de verlos desaparecer, ambos tomaron asiento. No sabía cómo iniciar una conversación después de haberse enviado cartas.

Cartas. Recordó que él llevaba una en la mano.

– ¿Por qué lleva esa carta sin abrir señor Cromwell?– empezó, orgullosa de encontrar tema de conversación.

Él vio su mano aquella carta olvidada. Le dio la vuelta, la leyó y luego se la entregó a ella. Dalia frunció el ceño (estar con su tía no le había quitado ese gesto al menos) y la tomó entre sus manos.

– ¿Es para mí?

–Sí. Le iba a entregar la carta a Arienne porque ella se encargaba de enviárselas, pero veo que ha regresado antes de lo que pensaba.

Le sonrió a la carta, no pensaba verlo porque sabía que, si lo hacía, no podría apartar la vista después–. No le avisé a nadie que regresaba ayer, solo a mis padres. Mi tía me convenció para hacerlo así, según ella para causar sorpresa a todos mis conocidos.

Girasoles para DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora