Habíamos imaginado que nuestros perseguidores, los monos/hombres, ignoraban por completo nuestro escondrijo de la maleza, pero pronto salimos de nuestro error. No se oía el menor ruido en los bosques..., no se movía una sola hoja de los árboles y todo era paz a nuestro alrededor... Pero nuestra experiencia anterio nos debería haber puesto sobre aviso para advertir con cuánta astucia y paciencia estos seres podían vigilar y esperar hasta que llegaba su oportunidad. No sé qué destino me espera en la vida, pero estoy muy seguro de que nunca estaré tan cerca de la muerte como lo estuve aquella mañana. Pero voy a contárselo en su debido orden.
Todos despertamos exhaustos, después de las terribles emociones y la insuficiente comida del día anterior. Summerlee se hallaba todavía tan débil que tenía que esforzarse para tenerse de pie; pero el viejo estaba lleno de ese áspero coraje que nunca admite la derrota. Celebramos consejo y se acordó que esperaríamos calladamente durante una hora o dos en el lugar donde estábamos, y que luego emprenderíamos el camino cruzando la meseta y contorneando el lago central hasta llegar a las cuevas donde, según mis observaciones, vivían los indios. Confiábamos en el hecho de que podríamos contar con las palabras favorables de los que habíamos rescatado y que ello aseguraría una cálida acogida de parte de sus compañeros. Luego, con nuestra misión cumplida y en posesión de un conocimiento más completo de los secretos de la Tierra de Maple White, volcaríamos todos nuestros pensamientos en el problema vital de nuestro escape y nuestro retorno. Hasta Challenger estaba dispuesto a admitir que para entonces habríamos hecho todo aquello que nos habíamos propuesto al llegar y que nuestro primer deber, desde ese momento en adelante, era volver a la civilización llevando los sorprendentes descubrimientos realizados.
Ahora podíamos observar con más comodidad a los indios que habíamos rescatado. Eran hombres pequeños, nervudos, ágiles y bien conformados, de lacio cabello negro atado en manojo detrás de la cabeza con una tira de cuero, siendo también de cuero sus taparrabos. Sus caras eran lampiñas, bien formadas y cordiales. Los lóbulos de sus orejas, colgando ensangrentados y rasgados, demostraban que habían sido perforados para colocar adornos que sus captores habían arrancado de un tirón. Su conversación, si bien incomprensible para nosotros, era fluida entre ellos, y cuando señalándose unos a otros pronunciaban muchas veces la palabra «Accala», colegimos que ése era el nombre de su nación. A veces, con sus rostros convulsionados por el miedo y el odio, blandían sus puños cerrados hacia los bosques que nos rodeaban y gritaban: «¡Doda, Doda!», que era seguramente su denominación de los enemigos.
--¿Qué opina usted de ellos, Challenger? --preguntó lord John--. Para mí hay algo que está muy claro, y es que ese hombrecito con la parte delantera de su cabeza afeitada es uno de sus jefes.
Era patente que aquel hombre se mantenía apartado de los demás y que éstos nunca se atrevían a dirigirse a él sin dar muestras de profundo respeto. Parecía el más joven de todos, y sin embargo su ánimo era tan altivo y orgulloso que en cierta ocasión que Challenger le puso su manaza sobre la cabeza saltó como un caballo espoleado y se apartó del profesor con un rápido relampagueo de sus ojos oscuros. Luego se llevó la mano al pecho y manteniéndose firme con gran dignidad pronunció la palabra «Maretas» varias veces. El profesor, sin inmutarse, agarró del hombro al indio que tenía más cerca y comenzó a dar una conferencia sobre él, como si fuese un ejemplar conservado en su clase.
--El tipo de este pueblo --dijo a su manera retumbante--, ya sea juzgado por su capacidad craneana, por su ángulo facial o por cualquier otra prueba, no puede ser considerado en un bajo nivel; por el contrario, debemos colocarlo a considerable altura en la escala, por encima de otras tribus sudamericanas que podría mencionar. Ninguna hipótesis puede explicarnos la evolución de una raza semejante en este lugar. Por ejemplo, es tan grande el abismo que separa estos monos/hombres de los animales primitivos que han sobrevivido en esta meseta que es inadmisible pensar que pueden haberse desarrollado donde los hemos encontrado.
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El Mundo Perdido - "Arthur Conan Doyle"
Adventure"El Mundo Perdido" es una novela creada en 1912 por el padre de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle. El estrambótico, arrollador e hilarante profesor George Edward Challenger, "un cerebro superdotado en un cuerpo de hombre de las cavernas", decide e...