16- ¡En manifestación! ¡En manifestación!

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   Deseo hacer constar, en estas líneas, nuestro agradecimiento a todos nuestros amigos del Amazonas por la grandísima gentileza y hospitalidad que nos demostraron durante nuestro viaje de regreso. Quiero agradecer muy especialmente al Signor Peñalosa³¹ y a otros funcionarios del gobierno del Brasil las providencias especiales que tomaron para facilitar nuestro viaje, así como al Signor Pereira, de Pará, a cuya previsión debemos el completo equipo, necesario para presentarnos decentemente en la civilización, que hallamos preparado para nosotros en dicha ciudad. Resulta ingrata retribución a tanta cortesía como encontramos que tengamos que engañar a nuestros huéspedes y benefactores, pero en verdad no teníamos alternativas en tales circunstancias y desde aquí debo decirles que sólo perderán su tiempo y su dinero si intentan seguir nuestras huellas. Incluso los nombres han sido alterados en nuestros relatos, y tengo la absoluta certeza de que nadie, aun estudiándolos cuidadosamente, podría llegar ni siquiera a mil millas de nuestra tierra desconocida. 

³¹. Así en el original. No se ha podido saber si Conan Doyle suponía que signor era el equivalente portugués de 'señor' o si sospechaba que en el Amazonas se hablaba italiano. 

Nosotros creíamos que la conmoción causada en todos los lugares de Sudamérica que habíamos atravesado era puramente local, y puedo asegurar a nuestros amigos de Inglaterra que no teníamos noción de la bulla que el simple rumor de nuestras aventuras había causado en Europa. Sólo cuando el Ivernia se halló a unas quinientas millas de Southampton y empezaron a llegar los cables inalámbricos de un periódico tras otro y de una agencia tras otra ofreciéndonos grandes sumas por un breve mensaje de respuesta acerca de nuestros descubrimientos, comprendimos hasta qué punto se había intensificado la atención, no sólo del mundo científico sino del público en general. No obstante quedó acordado entre nosotros que ninguna declaración precisa sería entregada a la prensa hasta que nos hubiésemos puesto en contacto con los miembros del Instituto Zoológico, ya que como delegados suyos nuestro claro deber era entregar nuestro primer informe al organismo del que habíamos recibido nuestra misión investigadora.

Por ello, aunque hallamos Southampton lleno de periodistas, rehusamos completamente cualquier información, lo cual tuvo como efecto natural que la atención del público se concentrase en la reunión anunciada para la noche del 7 de noviembre. El Zoological Hall, que había sido el escenario de los comienzos de nuestra tarea, fue hallado demasiado pequeño para esta asamblea, y sólo se pudo encontrar acomodación para ello en el Queen's Hall de Regent Street. Es ya de dominio público que si los organizadores se hubieran arriesgado con el Albert Hall, aun en este lugar hubiera escaseado el espacio. La gran reunión había sido fijada para la segunda noche después de nuestra llegada.

La primera, sin duda, la dedicamos a los propios y apremiantes asuntos personales que debían absorbernos. De los míos, no puedo hablar todavía. Quizá cuando estén más alejados en el tiempo pueda pensar en ello, y hasta hablar de ello, con menos emoción. He revelado al lector, al principio de este relato, cuáles fueron las fuentes que me impulsaron a la acción. Quizá sea mejor que lleve esta historia adelante y muestre también sus resultados. Y tal vez llegue el día en que piense que las cosas sucedieron de la mejor manera posible. Por lo menos, he sido impulsado a tomar parte en una aventura maravillosa y no puedo menos que agradecer a la fuerza que me empujó a ella.

Y ahora entro en el momento supremo y memorable que da fin a nuestra aventura. Estaba yo atormentando mi cerebro para idear la mejor manera de describirlo cuando mis ojos toparon con la edición de mi propio periódico que correspondía al 8 de noviembre, que contiene el excelente y exhaustivo reportaje de mi amigo y colega Macdona. ¿Qué mejor puedo hacer que transcribir su relato... con titulares y todo? Admito que mi periódico se portó de manera exuberante en este asunto, además de felicitarse a sí mismo por su espíritu emprendedor, que le había llevado a enviar un corresponsal; pero los otros grandes periódicos no se habían quedado muy atrás en la amplitud de sus informaciones. De este modo, pues, el amigo Mac narró su crónica: 

El Mundo Perdido - "Arthur Conan Doyle"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora