Capítulo 07

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"¿Qué había pasado?", se preguntó Anna.

En un momento estaba girando para regresar al castillo; en el siguiente instante, se encontró cara a cara con algo blanco y, ¡boom! Se había caído en un bote, y ahora lo único que evitaba que se hundiera eran los cascos de un caballo.

"Ya tengo bastantes problemas para mantenerme de pie", pensó Anna, tocándose la espalda dolorida.

No necesita la ayuda de una bestia blanca montada por quien sea...

Ella miró hacia arriba, lista para decirle algunas verdades al jinete, pero cuando vió quién montaba el caballo blanco, quién, para ser honesta, ¿no era tan feroz como se había visto antes? Su mente se quedó en blanco.

Todo en lo que podía pensar era en esos ojos. Hermosos ojos verdes, como el pasto fresco bajo el sol de la mañana. Ojos que brillaban. Ojos fascinantes. Preciosos, hermosos ojos que pertenecían al hombre más hermoso que Anna había visto en su vida.

Excelente. Simplemente genial. Sale del castillo por primera vez en tantos años y lo primero que hace es avergonzarse frente a ese hermoso desconocido.

¿No pudo haber estado deslizándose por los muelles, misteriosa y provocativa, como seguramente lo haría Elsa? No, ella no. En cambio, está acostada en un bote. Sollozando y, completando su situación: En un bote apestoso.

Bien hecho, Anna. Lo has hecho muy bien.

Estaba tan distraída culpándose a sí misma que ni siquiera se dió cuenta de que el hombre seguía mirándola, preocupado.

—Lo siento —dijo—. ¿Te lastimaste?

"Incluso su voz es maravillosa", pensó Anna. "Apuesto a que canta muy bien".

Al darse cuenta de que estaba esperando una respuesta, ella se sonrojó aún más y respondió:

—Yo... No, no. Estoy bien.

"En ese caso, 'bien' significa bastante avergonzada", pensó.

—¿Está segura? —preguntó el caballero.

—Sí, solo me distraje —respondió Anna, asintiendo como si fuera una situación normal.

Mientras ella respondía, Hans desmontó su caballo y entró en el bote. De cerca, era aún más guapo. Y alto, se dió cuenta. Es muy, muy alto.

"Eso es bueno, creo que me gusta así. ¿Creo? Quiero decir, no sé, pero por ahora está bien".

—Estoy muy bien, en realidad —agregó Anna en voz alta.

Inclinándose, él le ofreció su mano.

—Bien —dijo.

Luchando por mantener el equilibrio, Anna se estiró y agarró su mano. El caballero la ayudó a levantarse suavemente hasta que estuvieron cara a cara. Por un momento, Anna se olvidó de respirar. Nunca había estado tan cerca de un hombre de su edad, y mucho menos de un chico tan encantador. Era como los cuentos que leía de niña. Magnífico, montado en un caballo blanco, solo faltaba ser...

—Soy el príncipe Hans, de Las Islas del Sur —se presentó el jinete.

¿Un príncipe? Anna casi se echa a reír.

Anna recuperó la compostura y recordó sus modales y se inclinó.

—Princesa Anna de Arendelle —respondió ella.

—¿Princesa...? —repitió Hans, luciendo un poco sorprendido y avergonzado. En el mismo instante, el príncipe se arrodilló e inclinó la cabeza con reverencia—. My lady.

El caballo trató de hacer su propia versión del arco. Arrodillándose sobre una pierna, extendió su casco y bajó la cabeza. El problema era que extendía el mismo casco que mantenía estable el barco. Instantáneamente, el bote comenzó a inclinarse, lanzando a Hans contra Anna.

Cuando se dió cuenta de su error, el caballo volvió a colocar la pata en su lugar, equilibró el bote y arrojó a Hans sobre su espalda, con Anna cayendo sobre él.

—Bueno, eso fue raro —dijo Anna, tratando de no respirar en la cara de Hans, que estaba a sólo unos centímetros de su propia cara—. No es que seas raro, solo nuestra situación... Yo soy rara, tú eres maravilloso —espetó Anna, llevándose la mano a la boca de inmediato.

¿Había dicho eso en voz alta? Necesitaba recomponerse. Estaba actuando como si nunca hubiera hablado con nadie en su vida.

Como muestra de amabilidad, Hans ayudó a Anna a bajarse de él, se puso de pie nuevamente y le tendió la mano a la dama. Cuando ambos se pusieron de pie, dijo:

—Me gustaría disculparme formalmente con la princesa de Arendelle por mi caballo... y lo que pasó.

"Qué lindo", pensó Anna.

—Está bien —aseguró—. Yo no soy esa princesa. Quiero decir, si le hubieras pegado a mi hermana Elsa, hubiera sido... —miró hacia abajo y acarició el caballo de Hans—. Por suerte para ti... solo era yo.

—¿Sólo tú? —preguntó Hans. Anna lo miró y asintió, lista para verlo partir.

Pero para su sorpresa, él estaba sonriendo y mirándola, pareciendo pensar que ser "solo ella" no era tan malo después de todo. De hecho, parecía que ser "solo ella" era algo bueno. El corazón de Anna revoloteó en su pecho.

¡DING-DONG! ¡DING-DONG!

—¡Las campanas! —Anna exclamó, volviendo a sus sentidos—. ¡La coronación! ¡Tengo que ir! Tengo que... irme...

Saltando del bote, Anna miró hacia el castillo y vió la campana sonar en la torre. Quería ver a la gente que entraba por la puerta. No tenía mucho tiempo.

Volviendo a mirar a Hans, hizo un ademán.

—Adiós —se despidió, deseando no tener que irse.

Hans volvió a extender la mano y sonrió maravillosamente.

—¡Nos vemos en la coronación! —él dijo y Anna asintió, dió media vuelta y corrió hacia el castillo. No podía llegar tarde.

Pero era otra razón la que la impulsaba a caminar tan rápido. Sabía que volvería a ver al Príncipe Hans de Las Islas del Sur.

Y la hizo desear poder volar.

Un Corazón CongeladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora