Tanteé las rugosas y húmedas paredes de mi cuarto hasta encontrar el pomo de mi armario. Tiré con fuerza y me adentré al interior de aquel magnífico caos. Aunque fuera un auténtico desastre, encontraba todo mi vestuario hasta con los ojos cerrados pero en este momento dudaba de aquella capacidad. Toqueteé todo tipo de tela hasta que creí encontrar mi vestido favorito y un jersey deshilachado que me venía dos tallas más grande de lo que era recomendado, satisfecha procedí a la búsqueda de mis medias y mis botas militares.
Suspiré mientras metía mis pies dentro del vestido y procedía a ponerme los tirantes sobre los hombros mientras la suave y delicada tela recorría todo mi cuerpo acariciándolo, un escalofrío me recorrió la espalda de principio a fin.
Y entonces el sentimiento que tanto estaba intentando suprimir me sobrecogió, ese sentimiento, tan primitivo, que te retorcía el estómago y hacía que todo calor se esfumara de tus extremidades. Ese que te hacía pensar que, en cualquier momento, un ser deformado y tenebroso saldría de cualquier rincón de tu cuarto y te llevaría a rastras a una dimensión donde te torturaría y luego de cena te cocinaría a ti. Esa sensación que de pequeña te obligaba a saltar a tu cama y esconderte bajo las sábanas.
Sacudí la cabeza con un intento de desechar aquella sensación. Me subí las medias hasta la cintura y pase las yemas de los dedos por cada y una de las roturas que tenía, como si fuera un idioma secreto que solo yo pudiera descifrar. Me metí en el jersey y alisé la falda. Me senté en la cama y observe mi cuarto, a cada minuto podía distinguir los contornos de cada objeto que formaba parte de aquella habitación. Me sentía como un gato. Metí mis pies en las botas y me las apreté con fuerza mientras comencé a tatarear una infantil canción que sonaba macabra entre mis labios.
Oí el ruido de mi puerta abriéndose y la voz de mi madre amortiguada por mis propios pensamientos.
-Cariño, ¿Que haces con las luces apagadas?¡Te vas a quedar ciega!- gritó mientras el click del interruptor me informaba que la luz iba a comenzar a parpadear como loca hasta que se estabilizara.
Noté como las pupilas comenzaban a adaptarse a la luz de nuevo y miré a mi madre con reprocho mientras farfullaba algo sobre la vista por enésima vez antes de irse de mi cuarto, no sin haber parado de hablar por supuesto.
Suspiré y observe mis manos medio escondidas por la tela del jersey.
La fantasía se había acabado.