Ha nacido Lope.
No puedo creer que tengo un hijo.
A la sensación de incredulidad que conlleva ser padre primerizo se suma, en mi mente, la certeza de que se está cumpliendo la profecía que me hizo Lope, el otro Lope, hace tantos años.
Mi niño duerme en la sala de cuidados de neonatología de la Clínica de Santa Pilarica de Madrid, donde nació hace apenas 4 horas y minutos. No exagero cuando digo que ha sido un día intenso, como suelen ser los días en que tu mujer te llama al trabajo cuando estás liado en algo y dice con el tono más casual que le sale que ha roto bolsa y que su madre, una mujer maravillosa pero con miedo hasta de su propia sombra, va a conducir el auto para llevarla a la clínica.
Ni falta hace que aclare que salí como alma que lleva el diablo. No sé ni qué dije a mis colegas, y tampoco es que me importe mucho. A fin de cuentas en la oficina ya venían todos atentos a que cualquier día me iba a caer con las novedades.
Y he volado a la clínica y he llegado a tiempo, con tiempo de sobra, en realidad. Y hemos transitado las contraccciones y las respiraciones y todo el rollo. He sido un buen compañero de pre-parto y mi Aurora ha sido una campeona. Hemos triunfado y cuando nos den el alta, nos llevaremos el gran premio a casa.
Hoy he mirado a mi niño dormir y me ha estallado el pecho de amor y de miedo. Y a la vez he estado un poco ajeno a todo, como si una parte de mí fuera apenas un espectador que viene de paso, se detiene, echa una mirada a un drama intenso pero ajeno y sigue su camino vaya uno a saber con qué destino.
Aurora duerme, y Lope duerme.
Las enfermeras cuidarán de Lope por esta noche. Su madre se recupera en la habitación 304 del tercer piso. Yo, por mi parte, he venido a la cafetería del centro médico. Es un lugar espacioso, con cerca de veinte mesas y sus respectivas sillas de plástico. Las paredes son blancas y están decoradas con algunas láminas de obras de arte. Una clásica selección de cuadros de Picasso, dos o tres paisajes de Monet y, por supuesto, Las Meninas.
Me pesa pensar que debería estar junto a Aurora cuidando su sueño, pero esta noche estoy sufriendo de insomnio y no quiero despertarla. A diferencia de otras noches pasadas en vela por cuestiones laborales, este insomnio es feliz, con mi corazón rebosante de amor por mi maravillosa esposa y mi hermoso hijo.
Elegí una mesa cerca de la puerta que da al pasillo interno, por si Aurora me llama. Aunque la cafetería está en el segundo piso, la habitación de mi esposa se encuentra justo frente a las escaleras y me da tranquilidad saber que podré escucharla si me llama. ¿Realmente podré hacerlo? Confío en la agudeza de mi oído. De día sería imposible, pero con la calma de la noche tengo grandes posibilidades de escucharla. ¿O no?
Debería volver, pienso. Pero tengo tanto en la cabeza que me temo que el chirriar de mis sesos alborotados por esta desmedida avalancha de recuerdos pueda despertarla. Y si me mira, ella que me conoce tanto, se dará cuenta que me pasa algo.
No quiero perturbarla. Lo que viví fue tan único, tan especial, que necesito rememorarlo y elaborarlo un poco antes de pensar en relatarlo a alguien. Yo sé que no estoy loco, pero cualquiera que escuche mi historia puede creer que desvarío, que estoy colocado o peor aún, que me lo he inventado.
Un momento más, necesito un momento más aquí, en la cafetería. Aurora va a estar bien, me digo. Seguro duerme de corrido hasta que salga el sol. Le han dado algún calmante para el dolor y está agotada, pobrecilla. Apenas en la mañana nos traerán al niño para que lo alimente y para entonces yo estaré ahí, de nuevo a su lado, pronto para lo que haga falta.
Nos han asignado una habitación privada, muy bonita. Junto a la cama en la que duerme mi esposa, han puesto un cómodo sillón reclinable que me permitirá echar una siesta. Supongo que en un rato subiré a dormir cuando me entre el sueño.
Pero en este momento, me siento desvelado y por eso me he trasladado a la cafetería con mi libreta y mi bolígrafo. Son las dos de la madrugada y la clínica está en silencio, aunque es un silencio ficticio. Desde que llegué a la cafetería hace una hora, he oído tres veces el ruido de las ambulancias entrando por la puerta de emergencias, situada en el extremo norte, y sonidos de puertas de autos frente a la entrada principal de recepción, que está casi bajo mis pies.
Todo eso sucede lejos, en la zona del frente, donde están los empleados de admisión y los consultoriso ambulatorios de la guardia. Aquí, en este sector de la clínica, no hay nadie y puedo pensar y escribir sobre los recuerdos que se cierran sobre mí como una niebla cada vez más densa. Nadie va a interrumpirme.
El mostrador de atención de la cafetería está desierto, la gran cocina está a oscuras y estoy escribiendo estas notas con la única compañía de la máquina expendedora, que domina el ambiente con su luz blanquecina y un rumor suave pero constante.
Lo de "escribir" es un decir, porque la verdad es que miro mi libreta y la hoja está en blanco, salvo por tres palabras: "Ha nacido Lope".
Todavía meneo la cabeza con incredulidad y la sonrisa pronta en los labios.
Hace unos meses, los médicos, que como bien dijo mi madre, no saben nada, nos anunciaron la llegada de una niña. Puestos a pensar nombres, podríamos haber estado años dando vueltas hasta que Aurora, extremeña pura cepa, me propuso llamarla Guadalupe. Es un nombre no muy común pero con un significado muy poético. Me gustó, lo adoptamos, y desde entonces soñamos con la llegada de Guadalupe.
Así planificamos, pintamos y decoramos una bella habitación para nuestra princesa...
¡Menuda sorpresa! ¡Nada de princesa! Nos había caído un príncipe, ¡qué digo príncipe! Nos nació un rey de pulmones fuertes y berreos atronadores.
Río con ganas.
Habría sido feliz con una niña, pero soy feliz de tener a mi niño. De saberlo sano y de ver a Aurora cansada pero contenta, satisfecha del trato médico recibido y sin contar más que las mínimas molestias físicas que puede una mujer transitar cuando alumbra una criatura.
En casa nos esperan todo tipo de cosas rosadas, pero ya me ocuparé de resolver eso mañana.
Hoy solo quiero un momento de quietud para recordar el torrente de emociones que me asaltaron cuando la enfermera, jocosa, celebró el nacimiento del bebé con un alegre: "¡Pero si es un niño!".
Aurora apenas cruzó una mirada de asombro conmigo antes de concentrarse en la contracción que le ayudó a expulsar la placenta. Pero sí, efectivamente, el médico sostenía a un varón en sus manos mientras otra enfermera cortaba su cordón umbilical.
Y entonces, cuando pusieron al niño en sus brazos, Aurora me miró y me dijo, inspirada: "Pues si es un niño, que sea Lope", y no miento si digo que el recuerdo me golpeó como un rayo y solo pude decirle: "Sí, sí, claro".
Porque desde luego, él era Lope.
Yo sabía que venía Lope, es sólo que lo había olvidado.
Veinte años atrás, o algo así, Lope (el viejo Lope) me anunció que vendría este otro Lope, mi niño.
¿Cómo pude haberlo olvidado...?
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El filtro azul [#ONC2023]
ParanormalVive la aventura más fantástica de todas: una amistad sobrenatural. / 9 Capítulos / En progreso. .:. La inquietud por escribir esta novela corta surgió a raíz del ONC ("Open Novella Contest") que te invita a escribir una novela corta inspirándote e...