Capítulo CUATRO

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Luego de pasar el día acompañado, volvían mi necesidad de soledad. Estaba cansado de tantas voces. De las miradas curiosas, a veces compasivas.

Salí el último de la piscina y, una vez en el vestuario, me demoré en la ducha todo lo que pude. 

Todavía había mucha luz, pero el club cerraba temprano y las instalaciones estaban casi vacías. Cuando salí del cubículo de la ducha, se iban los últimos chicos, algunos de los cuales conocía solo de vista y apenas me saludaron con un gesto de cabeza.

Me sequé y me vestí con calma. No tenía prisa por volver a casa. Casi al salir, me detuve un momento frente al espejo de los lavatorios para asegurarme de que mi pelo caía exactamente como me gustaba, ni muy sobre la cara ni tan hacia atrás.

El hombre estaba allí, en el reflejo, apenas unos pasos detrás mío, en el centro de la habitación.

Clavé mis ojos en los suyos y lo vi parpadear. Tragué saliva. Me di la vuelta con una calma glacial, esperando que fuera una ilusión de mi mente y que no hubiera nadie allí o que fuera algún bañista del que no me había percatado.

Ahí estaba, el rostro de la app, el rostro del espejo. Un hombre que no era solo un rostro, sino un hombre completo. De estatura mediana, apenas más alto que yo. Con una contextura delgada, pero no tan delgada como para llamarlo escuálido, sino más bien en forma.

Me miraba en silencio, pero no había amenaza en su mirada. Tampoco había algo atemorizante, ya no, en el hecho de saber que no era un hombre real. No estaba vivo. O sí, era un ente con vida, pero no estaba vivo en el sentido que yo lo estaba. No corría sangre por sus venas, no respiraba, no envejecía.

Todo eso supe con solo verlo. Y supe con total certeza que estaba allí por mí, que había venido a verme, que quería comunicarse conmigo. No iba a lastimarme, pero cambiaría mi vida de forma trascendental. También supe esto en ese instante, con solo mirarlo.

¿Qué haces cuando un ser sobrenatural se te aparece en el vestuario del club? Pues lo saludas.

—Hola.

—Hola, Max. ¿Cómo estás?

Pensé, vaya, genial. Si es cosa de todos los días encontrarme con fantasmas. Fantasmas que me hablan como si tal cosa. Hoy un fantasma como tú, mañana mi perro me suelta un trabalenguas en el desayuno.

El hombre sonrió.

—Eso sí sería sorprendente, ¿verdad?

—¿Qué cosa?

—Tu Charlie recitando "Tres tristes tigres tragaban trigo en un trigal".

—Vaya. ¿Así que puedes leerme la mente?

Se encogió de hombros, pero parecía avergonzado. Como un niño al que pillas comiendo de la fuente antes de servirse en el plato.

Me sentí envalentonado.

—¿A qué viene todo esto?

—¿A qué te refieres?

—Bueno, ambos sabemos que no eres humano. Pero tampoco eres un zombie o algo así. Ya me habrías destruido si vinieras a matarme. Pareces un tipo tranquilo, pero si no vienes a matarme ni a torturarme, me gustaría saber por qué me diste aquel susto de muerte apareciendo en mi celular. ¿Eras tú, verdad?

Otra vez se encogió de hombros y se miró los pies con timidez.

No sé de dónde salió mi madre, pero era mi voz la que le soltó el top tres de los retos de Carminia Valdez:

—No está bien divertirse con el sufrimiento de los demás.

Cuando me di cuenta de que estaba citando a mi madre con la frase que ella solía decir cada vez que Paco y yo hacíamos llorar a mi hermana pequeña, me costó trabajo no reírme de mí mismo.

Pero al instante, el recuerdo de Paco borró toda alegría y de pronto, el vestuario estaba húmedo, frío y casi a oscuras. Yo estaba enloqueciendo de dolor por la muerte de mi hermano y veía fantasmas donde no había nada que ver. 

El mundo sin Paco era una puta mierda. No voy a llorar ahora, pensé. Volvamos al punto.

—¿Qué eres? ¿Tienes un nombre? ¿Por qué has venido? ¿Por qué yo? ¿Por qué mi teléfono?

—¡Ey! ¡Cálmate! Hay respuestas a todas tus preguntas. ¿Salimos de aquí? En cualquier momento podría entrar alguien y no quieres que te vean hablando solo.

—Uhmm, claro. —Miré alrededor, viendo de nuevo dónde estaba, y el hombre tenía razón. En cualquier momento podía entrar alguien y entonces... ¿eran aquellos ruidos de pasos en el pasillo...?

El hombrecillo encargado de la limpieza entró apurado y se sorprendió al verme todavía allí.

—¿Todavía estás aquí, muchacho?

—Sí, yo... —el ente se había desvanecido. Miré al espejo, miré la habitación de nuevo. Se había ido. ¿Había estado realmente allí alguna vez? 

El hombrecillo me seguía mirando, incómodo. Esperaba que me fuera para encargarse de limpiar todo. Tomé mi bolso, me lo eché al hombro, farfullé alguna excusa y salí rápidamente del club.

El filtro azul [#ONC2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora