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Tengo, hace no mucho, este pensamiento rondando por mi cabeza, comiéndome la mente.

Cada vez que pienso en ello me dan náuseas.
Pienso que tal vez es sólo un pensamiento que estorba mi ida al cielo, una prueba que Dios me puso para asegurarse de cuán fiel le soy.
Y por nada en el mundo pienso darle la espalda.

Me siento como una cucharacha en este momento, un pervertido que destaca de los demás.
Aunque sepa que es una simple mentira, una mala jugada que me está pasando, no puedo dejar de confundirme cada vez más y más.

Tengo este sentimiento desde lo profundo de mi corazón, quien palpita más rápido cada vez que lo veo.  Sus ojos esmeralda que relucen a la luz. Su piel morena bañada en el oro sangriento del sol me produce sentimientos que no había tenido por un hombre.

Pero pensar esto me hace sentir un marica, sabes a lo que me refiero.
No me gustaría que me vieran en la calle como un afeminado que va detrás de hombres, no va con mi persona.

Y él no se da cuenta de la manera en que lo miro, para él sólo soy un compañero de entrenamiento, a lo más un amigo. En cambio, se la pasa haciendo preguntas que un adolescente caliente preguntaría. Ni siquiera sé qué es lo que me gusta de él, es un inmaduro que sólo tiene cabeza para pensar en sexo y mujeres.

Pero debo admitir que tiene también sus momentos. Le gusta mucho leer, pero se la pasa leyendo caricaturas para niños, como superhéroes y esas cosas.
De vez en cuando le veo leer filosofía, pero no mucho.

Me sorprende como alguien tan inmaduro puede ser tan inteligente a la vez.

Pero bueno, aquí estoy, en la misma habitación que el mismo Joseph Joestar, hablándome de cualquier mierda que se le pasa por la mente.

—... Y por eso te pregunto, Caesar, Si es que crees que haría una linda pareja con Lisa Lisa o Suzie Q. ¿Qué dices, con quién me ves?

preguntó Joseph con su mirada fija en los ojos del italiano, mientras con su dedo índice enrollaba un mechón de su pelo.

Tsk.... ¿A mí qué mierda me importa con quién quieras follar? Guardate eso para tí solo, pervertido.

Joseph resopló y se acomodó en la cama, jugando con sus manos.

—A veces pienso que podríamos tener una linda amistad si tan sólo pusieras de tu parte, Italiano cojudo.

Caesar le miró con ira en sus ojos, pero el sermón que le iba a dar se quedó atrapado en sus labios.
Tal vez realmente está siendo muy pesado con él.

Debería ser más amable” Pensó.
Y mientras reflexionaba, ensimismado en sus pensamientos, se arrepentía de sus decisiones y palabras dichas antes, culpandose por cosas mínimas que nadie más que él recuerda.

Y mientras su mirada se detenía en la luz amarilla que chocaba con la puerta, disosiado de la realidad, un golpe le devuelve a ella.

—¿Qué te pasó, princesa? Te quedaste pegado

Dijo Joseph después de pegarle una nalgada.

Y de la nada, todos esos sentimientos de paz que tenía el italiano se esfumaron. Ese sermón que se había quedado encerrado en su boca logró salir.

¡¿Cómo piensas que seré amigo tuyo!? Mamma mia, Jojo. Eres un inmaduro de mierda, y aún así esperas que tengamos una “linda amistad”

Y mientras los labios del italiano se movían soltando cuántas palabras, Joseph se reía silenciosamente por cómo su lado materno salía a la luz cuándo se enojaba. Pareciese que Erina le estuviese regañando.

No te preocupes, Caesar, yo sé que en lo profundo de tu corazón te mueres por ser mi amigo— abrazó su cuello por detrás riéndose con un toque pícaro.

El rubio sólo mantuvo silencio y dejo que lo abracace.
No quería mi mirarlo a los ojos, incluso le daba asco la manera en que lo tocaba.

Sentía que tal vez ese era el origen de sus pensamientos. Quería alejarse de él para no arrastrarlo al pecado. Cortar lazos y no poder verlo nunca más, aún si es que eso conllevaba dejar atrás una pequeña parte de él mismo.

Su mirada ausente observaba el cielo abrazador que lentamente se tornaba negro como la tinta, el crepúsculo adornaba el brillo de sus ojos y la triste oscuridad de la noche lo consumía sigilosamente.

Él sabía que estaba mal estos sentimientos, lo odiaba con su corazón y le repugnaba.
Quería tocar su mano, besarlo o simplemente quedarse una tarde junto a él.
Pero tan sólo pensarlo le daban ganas de vomitar. Era una mezcla rara de sentimientos que se juntaban dentro de él.

Joseph simplemente se quedó mirando el profundo de sus ojos, curioso de qué era lo que pasaba en su mente.

Un Beso DesoladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora