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Han pasado 2 días sin hablarnos.
Tal vez para ustedes no es nada, pero tomando en cuenta que tengo sólo 30 días es bastante.

2 días de sólo miradas frías entre nosotros, se inmuta a hablarme durante los entrenamientos.
¿Lo habré molestado? ¿Le habré tomado muy fuerte del brazo?
Tengo miedo de que nuestra amistad no vuelva a ser la misma. Mierda, soy un estúpido. Todo sólo por estar de caliente y querer besarle. Igual, no me culpo. Parece un ángel con sus bellos ojos verdes, piel pálida y dorada cabellera. Quiero volver verle a los ojos como nos vimos esa noche, escuchará mis palabras, mi voz le llegará y mi boca también.
No quiero ir a la tumba sin haber visto sus ojos nuevamente, sin haber abrazado su cuerpo otra vez, sin haber besado sus labios por última vez.

Cuando rozamos miradas, un escalofrío recorre mi cuerpo. Su fría mirada parece juzgarme de pies a cabeza. Me siento un... Marica. Detesto este sentimiento, quisiera arrancarme la piel de tan asquiento sentir. De seguro me odia, le doy asco. No debía besarle, pese a que sus gruesos labios se sintieron bien en el momento, es como un veneno que actúa paulatinamente. En poco tiempo me moriré de la vergüenza de haber intimado junto a su boca.
¿Cuántos días siquiera me quedan de vida? No lo sé, tal vez unos... ¿10, 15? Y no pienso morir así, como un maricón caliente y hormonal.
Estoy seguro de que moriré en esa batalla. Pasó con mi abuelo, pasó con mi padre y pasará conmigo.
Pero, bueno, aquí estoy. Tirado en una cama que ni siquiera es mía, cuestionando mi mera existencia y pensando en un italiano que seguro y me odia por actuar impulsivamente.

No quiero morir. No quiero envejecer. Me hago el rudo y finjo que estoy bien pero, soy sólo un marica que llora por todo. Entendería perfectamente a Caesar si es que me odiara, yo también lo hago. Soy un llorón, sólo que no me gusta que me vean llorar. “Los hombres no lloran” he escuchado por toda mi vida. Estoy cansado de fingir una estabilidad que no tengo. Estoy cansado de fingir que no tengo sentimientos homoeróticos por mi amigo, pero, ¡Que mierda, él los tiene también! Por algo correspondió mi beso, por algo me acarició la espalda debajo de mi camisa, por algo me fue a visitar a medianoche. No soy el único maricón aquí.
Bueno, y si a él no le interesa disculpar, a mí tampoco.
Si a él no le dolió, a mí tampoco.
Si el no quiere, yo tampoco.
¡Y no me disculparé si es que él no lo hace primero!

Joseph se sentó en la esquina de su cama. Bajo sus párpados, en su mirada vagaban sus ojos, mirando a su alrededor como un borracho deambulando por las calles.
Se levantó de su cama, después de unos minutos debatiendo si ir o no, para encaminarse a la habitación del italiano.
A pie descalzo alcanzó la habitación del italiano, frente a frente con la puerta que abría paso a ver aquel rubio con piel de porcelana.
Con tímidez, llamó al aclamado italiano desde la puerta. Esperando respuesta, con la mirada fija en sus pies.
El italiano, por otra parte, ya sabía quién le esperaba detrás de la puerta.
Estaba indeciso si dejarle entrar, si es que abría paso al inglés, sabía perfectamente con qué ojos le vería pasar.

Con fuerza, y decidido a la situación que próximamente se iba a enfrentar, tragó saliva y abrió la puerta.
Y frente a frente, se cruzaron ambas miradas con temor colmado en sus ojos.

Pasa... —murmuró el italiano.

El rubio abrió paso al inglés, quien entró a la habitación tímido.
Al momento de entrar, una ola de incomodidad le recorrió el cuerpo.
Se sentó en la orilla de la cama, incapaz de mirarle a los ojos.
El viento les cantaba al oído, recorriendo sus cuerpos, invitándolos a verse mutuamente.
La luz del sol bañaba el cuerpo del castaño, haciéndo relucir su piel morena-rosa. Brillaba entonces su belleza como la misma personificación de esta, según los ojos del italiano.
Mientras más se prohibía verle, más le deseaba con su alma.

Un Beso DesoladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora