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La habitación, colmada de murmuros y risillas, con aquella iluminación majestuosa que nos deja ver un sol sangriento y las pieles tornarse doradas, un viento cálido que les murmuraba al oído sus penas y aquellas miradas que iban con una intención más allá de amistad.

El italiano se reía de las anécdotas absurdas que le contaba su amigo, contándole de temas que con ningún amigo, ni por más de confianza le tuviera, le habría dicho.

—Bueno, bueno... —dijo el italiano— espera un poco, deja hacer algo.

Caesar posó delicadamente sus manos en la máscara del inglés, para posteriormente sacarsela con suavidad. Miraba con deleite sus labios grandes y carnosos, de una tonalidad rosa, algo cremosa. Zeppeli quería dejar sus manos descansar ahí para siempre, haciendo contacto con sus suaves cachetes y mirar su tierna sonrisa, pero se limitó a tan solo verlo.

—Quiero que descanses, aunque sea un poco, de aquella mascara. —

—Bueno, cuéntame de ti, ¿no? — dijo el inglés con curiosidad en su tono. —

—¿Qué quieres saber?

—Bueno... Voy al grano, y no me juzgues, tengo curiosidad. ¿Cuantas parejas has tenido? —

El cuerpo del castaño parecía acomodarse para oír una gran conversación, posó su cara entre sus manos y le miró a los ojos con atención.
Caesar sólo río por su interés en el tema.

—Pareces muy interesado en el amor, no sabía que eras un romántico— dijo con una sonrisa que iluminaba sus dientes. —Pero bueno, no sabría decirte. Diría que ninguna, aunque no me creas. Pero es que yo no les considero parejas, sino chicas con las cuales he coqueteado y ya. No tengo un sentimiento más profundo que el de la adrenalina de coquetear con una mujer y, si tengo suerte, llevarmela a la cama. — el italiano le guiñó el ojo pícaro mientras se reía.

Las mejillas de aquel carismático inglés se enrojecían tan sólo imaginar el escenario y río tímidamente.

Yo nunca he logrado ir más allá con una chica. No he tenido novia nunca, cuando era pequeño me gustó una chica de mi escuela pero no era más que una atracción infantil. Difícil de imaginar, ¿no? Soy un Dios griego enviado a la tierra. — dijo con un tono sarcástico, haciendo que Caesar soltase una risilla nasal.

Por más que intentáse verse masculino o insensible, lo que más anhelaba Joseph en su vida  era unos labios que besar. Ese alguien que le podías tomar de la mano, quedársele viendo por largos minutos deseando su contacto mutuo.

Mientras, la mirada del italiano se quedó rondando por su cara; sus facciones.
Realmente no quería tener este tipo de pensamiento ahora, quería sólo verlo como un amigo, pero no podía.
Deseaba besar sus labios, y su mirada, sin darse cuenta, no veía nada más que eso.

Y obvio, Joseph no tardó en darse cuenta en esto.

Tragó saliva intentando ignorar lo visto y sus labios se cerraron, negándose a pronunciar alguna otra cosa, pues, ya sabía que la atención no se la llevaba sus palabras.

¿Tenía algo en la cara? Por algo debía estar tan concentrado en eso.

Pensó que tal vez estaba muy cansado, al cabo ambos tuvieron un entrenamiento.

El inglés simplemente le miró con una sonrisa casi celestial, su cara se había deformado para mostrar sus dientes lanzar risillas. Estirando sus labios para abrir paso a las perlas que habían detrás de estos.
Una sonrisilla hipnotizante que emanaba una sensación cálida de simpatía.

Fué casi como un chasquido para el italiano, quien despertó de su ensueño. No sabía si es que se estaba burlando de él o si es que le había contado alguna anécdota divertida.

Le miró con la vergüenza colmada en sus ojos. Sus mejillas inmediatamente se tornaron de un tono rojizo claro y el inglés sólo se río en su cara.

Te quedaste pegado, Caesar.—rió.— ¿Seguro que estás bien?

—Sí, perdona. Sólo estoy muy cansado.

—Está bien, Caesar, yo también lo estoy.

El inglés apoyó su mano en su hombro y le acarició gentilmente.
El italiano le tomó la mano por inercia, queriendo y tentándose por acariciarla, pero simplemente la sostuvo entre sus palmas. Su mano estaba cálida, tanto como su cuerpo. A diferencia del italiano, quien parecía un muerto viviente con su piel que congelada cuerpos.

—Gracias, Jojo, pero en serio estoy bien.

El inglés vió en lo profundo de sus ojos una tristeza inmensa que crecía cada vez que el italiano se traicionaba a sí mismo. Sabía que algo no estaba bien, pero el rubio tampoco estaba dispuesto a abrirse con él también.
Quería ayudarle, hacer algo por él.
Sabía muy bien que su actitud no era sólo por cansancio, lo conocía e identicaba cuando Caesar realmente se había exigido demasiado en su entrenamiento.

Por otro lado, Caesar estaba colmado de vergüenza. Podía asegurar que estaba tan rojo como una amapola. Quería irse y evitar verle a los ojos otra vez, porque sabía que no podría sin tener esos pensamiento nuevamente.
Pese a que, en lo profundo de su corazón quería quedarse junto a él más que nada.
Podía verle por horas, taciturno, mirando el brillar de sus ojos.
Sin hacer nada más que admirar el dulce sus facciones con una culpa inmensa emanando de su corazón.
Quería acariciarle con sus labios, besarle con sus dedos y penetrar sus ojos hasta llegar a su alma.
Sin embargo, sabía que no podía.
A pesar que todos los días se cuestionaba su fé, por inercia seguía con las restricciones de esta.

Simplemente suspiró y dejó que todas esas emocionas se fueran en ese gesto.
Joseph intentó animarle con sus bromas sarcásticas y negras, llegando a ser un poco ofensivas.
Funcionó, aunque sea un poco. Al menos el rubio ya no tenía ese rostro deprimido palmado en su cara.

No obstante, por más feliz que se encuentre, el italiano sabía que ese sentimiento de culpa al ver sus ojos no se iría.

Un Beso DesoladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora