Chapter Five: Knowing The Enemy

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Cerré la puerta de aquel Búnker, colocando todos los seguros y revisando que ninguno estuviese flojo, así la perra loca no podía salir.

Subí las escaleras que daban hacia aquella cabaña alejada de mi casa. Pronto disfrutaría este hermoso espacio con mi adorada Ophelia, mi bella Ophelia. La primera vez que la vi era una niña, tan solo 15 años. Quedé totalmente embobado con su dulce voz y sonrisa cautivadora.

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Mi vuelo a Escocia había sido cancelado, así que tenía que quedarme en Inglaterra dos meses mas. La comunidad en la que vivía había organizado una pequeña feria, donde los jovenes de las escuela hacían presentaciones de sus talentos y brindaban buena comida. Mi familia y yo decidimos asistir, ahí iba a empezar todo.

Vestido amarillo de tiros, sandalias bajas café, coleta rizada y flequillo volado. Sonrisa encantadora y mirada inocente. Me quedé totalmente estático al verla. Su mano derecha sostenía un algodón de azúcar y su mano izquiera un peluche, el cual seguramente había ganado en algún juego.

Su mirada chocó con la mía, sentí como cada vello de mi cuerpo de erizaba. Me dedico la sonrisa mas tierna y dulce que haya visto jamás. Me alejé un poco de mi familia y me acerqué a ella.

—Hola, ¿Estás sola?— Pregunté metiendo mis manos a los bolsillos de mi pantalón.

—Mi mamá no me deja hablar con extraños.—
Dijo probando su algodón de azucar.

—Bueno, puedes decirme tu nombre y yo el mío, asi ya no sería un extraño.— Ella se quedó pensando.

—Mi nombre es Ophelia, pero mis amigos me dicen Lía.— Subió su cabeza para poder mirarme. —¿Y usted?— Preguntó moviendo su pie ansiosa.

—Dime Señor Zulling.— Me agache para estar a su altura. —Tienes un nombre bastante encantador, ¿te lo han dicho?— Le sonreí, no quería asustar a semejante obra de arte.

—No, no me lo han dicho. Pero de todas formas, muchas gracias señor Zulling.— Ella agachó su cabeza avergonzada.

—¿Cuántos años tienes bonita?— Incliné mi cabeza buscando su mirada.

—Hoy es mi cumpleaños, cumplo 16.— Su mirada finalmente chocó con la mía.

Su ojos color café me dejaron totalmente hipnotizado. Pero era demasiado joven, su cara y su cuerpo no concordaban para nada con su edad.

—¡¡Ophelia!!—

Escuché como una voz la llamaba a lo lejos. Su semblante cambió a uno serio.

—Lo siento, pero ya tengo que irme, mi hermana me esta buscando. Fue un placer señor Z.—

Y vi como su hermoso vestido bailaba junto con su apresurada caminata, alejándose de mí y despertando mi curiosidad.

Y ahí empezó todo.

Empecé a estudiarla de lejos, a que escuela iba, lugares a los que frecuentaba ir con sus amigas. Cada día mi intriga y curiosidad por aquella chica de tez morena crecía.

Se enamoró, veía de lejos como sus ojos brillaban y su cuerpo desbordaba amor y emoción al ver aquel chico. Claramente se veía que era mayor que ella. Los celos me carcomían lentamente y aquella bestia que desde hacía tiempo trataba de mantener quieta, empezaba a despertar.
Dorian Castle, un pillo ingenuo adinerado, hijo de la 6 veces ganadora de la presidencia de la comunidad y un abogado holandés de renombre.

Solo tenía que alejar a ese imbecil de mi preciosa princesita, y podiamos estar juntos. Solo ella y yo.

Hasta que me di cuenta que el imbecil aquel, compartía sangre conmigo. Mi repulsión y enojo aumentó mas aún.

Lo extorsioné, hasta que logre que se fuera a vivir con su "papá" y se alejara de Ophelia.
Me enteré de que quería regresar y no me quedó mas opción que matarle a su viejo padre.
Pero ni eso fue suficiente para que se quedara lejos, donde debió de hacerlo.

Ophelia

El día estaba triste. Las nubes grises adornaban el cielo. La busqueda por el bosque se suspendió por el clima. Mamá y Papá salieron con los padres de Angeline y Blake a pegar carteles, nos dijeron que nos quedáramos en casa, por si había algo nuevo.

Revisaba mi celular cada 5 minutos esperando que algun mensaje de ella apareciera. Siempre era lo mismo nada. Me he pasado toda la mañana merodeando por la casa, Vivienne estaba en casa de sus suegros, y Athena no había salido de su habitación. 

Me paré frente al ventanal que daba al jardín, viendo como las recientes gotas de lluvia chocaban con el transparente cristal.

Me abracé a mi misma, el frío empezaba a hacerce presente. Llevaba unos calcetines de vaquitas y una pijama a juego. Caminé hasta la cocina y me serví un poco de chocolate caliente, el cual había hecho Vivienne antes de irse. El timbre de la puerta frontal me saco de mis pensamientos.

Caminé a pasos rápidos hacia la puerta, abriendola despacio.

—Buenos días, ¿usted es Ophelia Loveridge?—
Dijo aquel mensajero con mala cara y cargando una caja mediana entre sus manos.

—Mmm, si, soy yo.— Dije con notoria duda.

—Este paquete es para usted, el remitente no dio datos personales, así que prácticamente es anónimo.— Dijo extendiendome la caja y un sobre blanco. —Necesito que firme aquí.— Me pasó un bolígrafo y un recibo para que firmara.

Firme y llene el pequeño formulario, para luego extenderle nuevamente el bolígrafo y el papel.

—Pase feliz resto del día.— Dijo para marcharse.

Cerré la puerta al ver como se subía a su camioneta. Me dirigí a mi habitación. ¿Quién podría haberme enviado esto?

Me senté en la cama con las piernas cruzadas, lo primero que abrí fue el sobre.

Mi cara claramente estaba dibujando una estupida sonrisa de adolescente enamorada, y al ver la firma mi boca se abrió perpleja

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Mi cara claramente estaba dibujando una estupida sonrisa de adolescente enamorada, y al ver la firma mi boca se abrió perpleja. Me sentía feliz y enojada al mismo tiempo. Pensaba que enviandome cartas dedicandome poemas de mi escritor favorito, ayudaría a que lo perdonase, estaba muy equivocado. Aunque no podía mentir que mi corazón estaba saltando de felicidad al saber que el era el encargado de estos paquetes.

Leía el poema una y otra vez, ¿se sentía como el poema realmente? o solo era una fachada porque sabía que era de mi poeta favorito. Aquella ideas peleaban en mi cabeza entre sí.

Puse la caja en el escritorio de mi habitación, no la abriría ya que sabía quien era el remitente, hablaría con Dorian seriamente. Pero por ahora solo descansaría.

Aun con la carta en mis manos me acurruqué entre mis gruesas sabanas, sonriendo como tonta enamorada. Todavía sentía cosas por Dorian, solo tenía que averiguar que era ese sentimiento y eliminarlo.

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