Un Acto Descortés

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Emma aparto como pudo y de manera irrespetuosa a todas las personas que allí se encontraban, hasta verse de pie junto a un armazón de madera, que se sobreponía a la gente, donde dos miembros de la policía trataban fervientemente de detener a la turba furiosa de ciudadanos. Era un acto vulgar sin duda, haciendo que los anteriormente queridos Duques, se vieran expuestos a una terrible vergüenza. Emma, por su parte trago amargo al ver en tan deplorable aspecto una mansión que hacía poco tiempo visito. Todos los secretos se habían expuesto y, por ende, la moral había caído de forma brutal ante el padre y su hijo. ¿Cuánto tiempo pasaría, para que ella fuese la siguiente en ser apedreada por sus propios amigos, tan solo por amar a la persona incorrecta?

A pesar de todo el ajetreo, la heredera solo necesito de unos minutos para darse cuenta que había algo en todo aquello que le causaba repugnancia y aborrecimiento, pues, esos dos caballeros solo podrían haber terminado de esa forma, siendo traicionados por alguien que conocía sus secretos, alguien cercano, que probablemente no estaba entre la multitud en esos momentos.

Su pensamiento estaba cercano a señalar a la figura de Lady Mills como la traidora, cuando una voz entre la multitud alentó un fiero desprecio, provocando una ola de insultos y fruta podrida de la gente que se había acumulado allí, otro acto común entre las personas que suelen juzgar con facilidad, pero, que no pudo destruir por completo la dignidad amorosa de Mr. Gold. Algo que Emma reconocía como admirable pero que no disminuyo la infamia, ¿Quién pudo hacerles algo como esto?

No obstante, al levantar la mirada hacia el malogrado montón de madera, también vio a Neal cruzar su mirada con la suya. No cabía la menor duda de que la había reconocido. La heredera sintió entonces como si su sangre (la que le corría por las venas) hubiera pasado de un fuego ardiente a un hielo inerte. La boca se le contrajo y su lengua completamente seca fue incapaz de pronunciarle alguna palabra de aliento, a pesar de ello, el joven le sonrió con la misma picardía posesiva con la que siempre lo había hecho, y de forma inaudible solo le expreso cuatro palabras, "Ella no será tuya". Y por un instante la heredera deseo, ser solo una espectadora más, como los que contemplaban con absurda expresión una obra teatral, pero, eso no se le haría posible, pues su corazón se había roto, junto a la esperanza abrumadora de un futuro encantador.

"¡Esto es una infamia!" un grito de mujer se escuchó finalmente entre la multitud de londinenses furiosos. Emma de inmediato, desvió la mirada hacia la causante del alboroto, topándose con la figura en desesperación de Lady Regina Mills, quien tenía el sombrío aspecto de un animal acorralado, sin embargo, con cierta elegancia se abría paso, acompañada de un hombre que ella reconocía de las fiestas de su padre. No conocía su apellido, pero su nombre era Robin, y aunque la joven no lo supiera, ese hombre era el mejor abogado en todo Londres que el dinero podía pagar.

-Disculpe Madame, pero usted no tiene derecho a faltarle el respeto a oficiales de la ley. – replico uno de los miembros de la Scotland Yard.

-Puede que usted considere la opinión de una mujer una falta de respeto, pero nada más absurdo que eso. – respondió ella, llegando finalmente a donde se encontraba el artilugio de madera.

-Retírese en este instante Madame o la hare arrestar por alboroto público. – gruño nuevamente el hombre.

-Nada más absurdo. – finalmente exclamo el Robin. – Lady Regina Mills ha expresado una opinión frente a un funcionario de la ley, tengo testigos aquí que lo corroboran, así que no lance amenazas inútiles. Además, ¿Qué espera para despejar a toda esta gente de una propiedad privada?

- ¿Lady? - susurro con miedo el oficial al reconocer al notorio abogado. – una disculpa Lady Mills, en estos eventos a veces los ciudadanos se salen de control, debemos poner carácter.

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