Mirada de Ojos Oscuros

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Cuando la brisa de la primavera agitaba los árboles del jardín, entraba por la ventana abierta de la habitación, un intenso y delicado olor a rosas. La más joven de los Swan, reposaba como era su costumbre, (cuando su madre no se encontraba en el lugar) tumbada con los pies descalzos, en el sofá de tapiz rojo de terciopelo. Un suave objeto de detalles en madera color miel, cuyas extensiones parecían sostener su peso, pero no las ansias que afloraban de una belleza tan deslumbrante como la suya.

Hacía unos pocos instantes, que había dado por terminada sus lecciones de piano, una de las pocas virtudes que alentaba su más humana peculiaridad. Solía tocar durante horas con la mayor amplitud, dejando con una estela de gusto a cualquiera que la oyera. Fuera de eso, sus obligaciones no superaban las de una simple dama de la aristocracia, aunque, eso no se podría decir con respecto a sus ansias, pues ella siempre había deseado mucho más. Algo excitante.

En medio de la pieza, descansaba una pequeña mesa de cristal, que solía estar humildemente decorada con las rosas del jardín, siempre frescas, dispuestas allí, cada día, por la criada llamada Bella. Una mujer de casi cuarenta años, de piel ligeramente clara, cabello castaño y ojos vidriosos quien tenía la capacidad alentadora de hacer y expresar todo en el debido momento, con la gracia de una madre la cual realmente Miss Swan nunca tuvo. Aun así, al contemplar esa tarde en especial, Emma Swan, desvió sus pensamientos de las aves y del jardín, (que solían ser su mayor pasatiempo), al incomodo hourglass dress que llevaba puesto, su forma de reloj de arena marcaba su cuerpo de una forma muy ceñida, destacando su voluptuoso busto, encogiendo su cintura con ese asfixiante corsé, ensanchando sus caderas y su trasero con la ayuda de ese polisón bien elaborado. No podía imaginarse cosa más abrumadora que el hecho de no poder respirar para lucirse de tan burda manera frente a los caballeros, pero esa era la voluntad de su madre, que deseosa de casarla con un buen prospecto había arreglado su asistencia al baile de primavera de los Duques de , sin consultarle o preocuparse porque estuviese realmente preparada para un compromiso como el de ser esposa.

-Es vulgar que una dama como tu Emma, repose de tan funesta forma. - replico su madre Lady Mary Margaret Blanchard de Swan, entrando de manera abrupta a la habitación con su mirada siempre severa.

-Solo descansaba los pies madre, quería un momento para mí, antes de ser una dama. – expreso la joven al ser descubierta nuevamente por la mirada incesante de la señora de la casa.
-Ya estás en edad Emma de velar por tu futuro, no hay marido en el mundo que guste de tales actitudes, aunque vengan acompañas de una gran dote, como la tuya. – respondió Mary como último alegato.

Al contemplar la figura dominante de su madre, quien con tanta amabilidad ya había planeado su compromiso, su boda y el bautizo de sus nietos, solo reflejo sobre su rostro una leve sonrisa, que hubiera podido prologarse falsamente por unos minutos más, de no ser por la abrupta desviación a la que se giró su conversación. Ahora Lady Mary solo comentaba lo maravillosamente casada y feliz que se encontraba su mejor amiga Ruby Elliot. Emma, poso sin notarlo los ojos en blanco, mientras se incorporaba abruptamente, ocultando de la vista critica de su madre sus pies y tobillos descalzos, cubriéndose así mismo, los ojos con las manos, tratando de aprisionar esos malos pensamientos dentro de su cabeza. No era que le guardara recelo a su amiga, al contrario, la apreciaba terriblemente, solo estaba harta de las comparaciones que, hacia su madre.

Ya, con la expresión más calmada que podía dar, Emma, con corta fascinación se acercó a su cómoda mientras las dos doncellas convocadas por su madre, iniciaban el arreglo de su cabello. Era cierto su cabellera era elegante y sedosa, el complemento único para su rostro angelical, en tono rubio claro y ojos verdes.

-Desearía tener su suerte Miss Swan. - interrumpió la doncella de su izquierda.

- ¿Suerte?, yo no tengo suerte. - respondió tajante.

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